SAN CARLOS DE BARILOCHE (AB).- A partir de la medianoche del sábado y hasta la tarde de ayer arribaron al aeropuerto local unos 2.500 turistas, en 16 aviones de gran porte procedentes de distintas ciudades de Brasil, y el idioma portugués inundó las calles y comercios del centro de la ciudad y del Catedral.
El viento del Este, apenas de mayor intensidad que una brisa, sopló en forma sostenida a lo largo de toda la jornada y garantizó la ausencia de cenizas volcánicas en la ruta aérea que conduce desde el norte a esta ciudad. Esta circunstancia no sólo trajo alivio a los miles de turistas que llegaron o partieron ayer desde el aeropuerto, sino a quienes deben arribar en los próximos días, viajeros susceptibles de suspender o modificar su destino si sospechan que deberán transitar más de 400 kilómetros por tierra para llegar al lugar que eligieron.
Entre la hora 0 y las 17 de ayer arribaron 8 aviones de Aerolíneas Argentinas y Austral, 5 de la brasileña Gol y 3 de la empresa TAM (Transportes Aéreos Meridionais), una compañía en constante crecimiento, que gana rutas y mercados y planea poner un pie en forma permanente en esta ciudad. Estas aeronaves llegaron procedentes de Río de Janeiro, San Pablo y Curitiba, pero transportan turistas de los cuatro puntos cardinales del Brasil, que realizaron conexiones internas para abordar los vuelos charter.
El inicio del invierno se presentó difícil para el comercio y prueba de ello son los abundantes locales que no encontraron interesados, porque la temporada baja fue muy pronunciada. No estuvieron los contingentes de Santa Fe, Entre Ríos, La Pampa y provincia de Buenos Aires que cada año garantizaban una base de ocupación y consumo entre marzo y junio, por el conflicto del campo, y tampoco llegaron los europeos que aprovechan para conocer la Patagonia en la contra-temporada, debido a las cenizas del Chaitén o a la crisis inmobiliaria y económica que los afecta.
Por eso se considera como un bálsamo imprescindible la llegada de los brasileños, que se distinguen en las calles y son reconocibles en cualquier ambiente por su vestimenta. Son mayoría en el cerro Catedral, en los hoteles y en los comercios y restaurantes de la ciudad, aún frente a los abundantes contingentes de egresados, que también se destacan por sus uniformes.
Los brasileños compran ropas de cuero y abrigo que difícilmente puedan utilizar en su país, y son los únicos que usan orejeras para proteger sus oídos del gélido clima local.
Vestidas de calle, las mujeres brasileñas llevan ajustados pantalones y largas botas y despiertan suspiros y admiración a su paso. La ropa de montaña, en cambio, sobre todo si es alquilada, esconde sus formas y las desmerece. Con todo, es una fiesta ver disfrutar de la nieve a grandes y chicos, y eso explica la ilusión que los motiva a trasladarse hasta la Patagonia cada invierno.