Nelson Mandela se retiró de la política hace casi una década, pero a sus 90 años sigue siendo un ícono cuya imagen proyecta una sombra gigantesca sobre sus sucesores, que apenas aguantan la comparación.
El imparable crecimiento de la delincuencia, los estragos del sida y una reciente ola de xenofobia han empañado la imagen de "País del Arco Iris" desde que Mandela dejara la presidencia en 1999.
Mucha gente asegura extrañar su "magia". "Echamos en falta a este líder apasionante, que es un gigante moral, y nos sentimos un poco a la deriva", declaró el arzobispo Desmond Tutu. "Es imposible sucederle", admitió Tutu, que al igual que Mandela (en 1993) fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz (en 1984) por su lucha por la libertad.
La popularidad de su sucesor, el distante Thabo Mbeki, nunca estuvo tan baja: la desaceleración de la economía y su gestión de la crisis de Zimbabwe han decepcionado a las clases medias y acomodadas, mientras que los más desfavorecidos ya le habían reprochado no haber hecho lo suficiente por ellos.
En cuanto a Jacob Zuma, actual presidente del Congreso Nacional Africano (CNA) y probable presidente del país, está acusado de corrupción y fraude.
Estos problemas de imagen de sus dos sucesores han reforzado el aura de Mandela.
"Aún necesitamos su actitud reconciliadora y su deseo de comprometerse para llevar a Sudáfrica por el camino de la democracia", aseguró la ex diputada Helen Suzman, primera en visitar a Mandela en la prisión de Robben Island. (AFP)