| Sus instructores en el Liceo Militar General Espejo lo recuerdan por su estilo cansino. También por sus limitaciones para poner “cara de guerra”. Sus amigos, por su pasión por dibujar casas y casitas sobre cualquier servilleta de café trasnochado. Los empleados del Senado de la Nación que lo tratan diariamente reconocen en él a un hombre ajeno a la orden. “Cuando pide algo, lo hace con mucha timidez, como si molestara”, dicen. Cuando el kirchnerismo lo eligió como socio para sus designios de poder imperial, lo hizo convencido de que optaba por un “cara de nada”, eso que en la política estadounidense significa “ausencia de problemas”. En consecuencia, domesticable. Pero avanzada la madrugada de hoy, Julio César Cleto Cobos derrotó mucho de aquellos sueños imperiales. Lo hizo desde un idealismo puro, casi virginal, pero profundamente democrático. Lo hizo bajo presión de emociones muy fuertes. Emociones antagónicas desde varias semanas atrás. Emociones acunadas en la intimidad. Más calladas que habladas. Cobos no tiene pasta de líder. En su corta vida política –no más de dos décadas– jamás aspiró a esa textura. Se conoce bien. Y sabe que para servir moralmente bien al Estado no es necesario ser líder sino ser fiel a las propias convicciones. Y en la madrugada se probó en combate: fue fiel a su pensamiento. Y así descomprimió el sistema político argentino. Ése era el rol que aspiraba a jugar en el final del entrevero. No más. “Si hay una palabra que lamento haber perdido por la política, esa palabra es ‘ternura’”, escribió François Miterrand, un político con mucho de positivo cinismo. Aquí, en la Argentina de estas horas, Cobos le puso ternura a su definición. Le puso humanidad. Sentido común. Si el kirchnerismo lo acosa, lo transforma en líder. Pero si lo mira sin furia quizá haya razones para creer que el imperio kirchnerista aprende. Cobos ya jugó. –El buen manejo de un error vale más que ciertos éxitos –le dijo días atrás a un periodista. Y apostó. Carlos Torrengo | |