Despropósito. Ése es el encuadre mínimo que merece la disputa por la Plaza de los Dos Congresos. Maestro en no poder controlar su lengua, el ruralista Alfredo de Angeli prometió el viernes copar ese espacio con carpas destinadas a "ponerle el pecho" al Parlamento. Objetivo: impedir que el kirchnerismo se saliera con la suya en materia de retenciones móviles.

Pero carente del hielo que requiere liderar la batalla, De Angeli cometió el error propio de quien cree que la ganó antes de empezarla: habló de más. Entonces prometió: "Vamos a montar carpas frente al Congreso para que los diputados y senadores nos escuchen directamente...". En el kirchnerismo tomaron nota. Y con el respaldo, con todo el respaldo que da el manejo del aparato de Estado, se adelantaron: montaron las carpas el sábado. Desembarcó en la plaza guiado por el dictado de una máxima intrínsecamente napoleónica: restar espacio al enemigo. Negarle huellas y agua. Bloquearle accesos rápidos al campo de batalla. Una operación que el kirchnerismo montó con la prepotencia propia del amante de la riña. El propio Néstor Kirchner estuvo en la iniciativa. Acción y más acción.

Y entonces, De Angeli entró en déficit de iniciativas. No tenía Plan B. Pero claro, contaba el Gobierno Autónomo de la Ciudad de Buenos Aires. Porque para montar las carpas manda el sellado. Y como el kirchnerismo no lo pidió, Macri accionó. Desde la legitimidad de ordenanzas varias, reclamó el trámite destinado a montar la trinchera en plena plaza. No lo había. Entonces Macri intentó desalojar. Y estalló el conventillo. Inexorable conventillo. Escupitajos. Gritos. Empujones. Todo bien argentino. Tanto que hasta nombre de guapo de milonga borgeana tenía uno de los líderes que defendían el bastión kirchnerista: El "Chino Navarro". En fin, otro capítulo vulgar para la historia de este país. En una Argentina muy enferma, claro.

CARLOS TORRENGO