EZEQUIEL FERNÁNDEZ MOORES
Boca perdió la paz. El equipo extraña cada vez más a Riquelme, deambula en la cancha y regala el título. Los off the record hablan de fuertes desinteligencias entre los jugadores más experimentados y Miguel Russo. No es casual que ya se hable de su partida en diciembre. Y también la dirigencia está dividida. Mauricio Macri será ahora sí un político a tiempo pleno y la puja por el queso abrió frentes inesperados con vistas a las elecciones de diciembre.
Tal vez comiencen a aparecer voces más críticas sobre la nueva y aplastante aprobación del balance del 30 de junio de 2007, en el que Boca, si bien su patrimonio ha crecido, producto también de la inflación general de los valores del fútbol, sigue con un pasivo de 71 millones de pesos, no obstante haber vendido en los últimos cinco años por 257.800.000 pesos.
El balance arroja un nuevo superávit de 9 millones de pesos. "Eso significa que sin la venta de (Fernando) Gago, el club hubiera perdido 45 millones de pesos", advierte Claudio Giardino, secretario general de la agrupación opositora La Bombonera y acaso uno de los críticos más serios y consecuentes de la gestión económica, no deportiva, de la era Macri. "¿Cuántos Gago podemos vender por año? ¿Qué infraestructura se hizo? ¿Por qué el Boca más ganador de la historia no pudo superar su pasivo? Si Boca tuviera la desgracia que por dos años no gana nada, ¿cómo hacemos para nivelar los números? Cuando no consigamos vender jugadores, ¿qué hacemos?", son algunas de las preguntas de Giardino, sin eco en la prensa, más preocupada por lo que ocurre dentro de la cancha, como siempre.
Ese último balance desnuda también una jugada acaso típica en otros clubes. Dice que Boca acuerda comprarle a Villarreal al jugador Rodolfo Arruabarena, ex lateral del club, que jamás imaginó siquiera retornar a la Bombonera. La cifra es de 3 millones de dólares y, si Boca no concretaba la operación antes del 25 de enero pasado, quedaba obligado a pagar una multa de 1,5 millones. Ese dinero, según creen en la oposición, sirvió en realidad para pagarle a Villarreal la cesión a préstamo de Riquelme, que no fue gratis, como dijo el club.
El balance ofrece otras perlitas. Pero Boca amenaza ser noticia otra vez por batallas silenciosas que están librando sus barras bravas, que tampoco quieren quedar afuera del negocio cuando se termina la era Macri. ¿Habrá sido casual la lluvia de piedras que recibió la camioneta con turistas que fue el domingo pasado a la Bombonera, en el discreto empate 1-1 contra Estudiantes?
Un sector de la barra, cuentan, está avisando de ese modo que si no la participan del negocio no hay tour posible. Es el mismo modus operandis realizado en un célebre recital de unos años atrás. La firma de seguridad contratada por la organización recibió un día la visita de un líder famoso de la barra. "Mirá que la Bombonera es nuestro territorio. Tenés que arreglar con nosotros", le dijo al empresario enmudecido, que se negó al acuerdo. Al día siguiente, en la venta de entradas, un ejército de decenas de pibes robó a los fans y provocó desastres. Y en la firma de seguridad recibieron el llamado telefónico de ese líder de la barra: "¿viste que te conviene arreglar con nosotros?". Y el arreglo se hizo. La barra está ahora en puja interna desde en encarcelamiento de Rafael Di Zeo.
Todo esto ha estado ocurriendo en un Boca habituado a los éxitos. Malcriado por titulares de gloria y por su notable colección de títulos. ¿Qué podrá ocurrir entonces al abrirse un período electoral, con la barra dividida, las cuentas observadas y, lo que parece más grave, el equipo perdiendo en la cancha, sin posibilidad de disimularlo todo?