CARLOS TORRENGO
(enviado especial)
ctorrengo15@yahoo.com.ar
"Cuanto mayor superficie de la sociedad cubra el Estado, menos posibilidad tendrá de ser democrático".
Lo dijo a mediados de los '50 el talentoso y hoy olvidado Raymond Aron.
Y si en un lugar esa sentencia tiene vigencia plena, es en La Rioja, que mañana definirá en las urnas a su próximo gobernador.
Aquí la política no deviene jamás en sustento de un Estado democrático, sino en soporte de un ejercicio de poder estatal que, inexorablemente, queda en manos de quien tiene más plata para domesticar al electorado.
Porque aquí la política siempre opera bajo la presión de la dureza de la realidad social de la provincia. La emergencia perpetua. Pero entonces, ya no es política como instancia creadora, como espacio para conjugar ideas. Mucho menos como imaginación de mejor futuro.
Aquí, la política de poder es simple y demagógico gerenciamiento de las necesidades. Un trámite que, transformado en cultura de ejercicio de poder, torna a la política de Estado en mero mecanismo destinado a obtener plata y bolsas de comida.
Es un trámite que torna complejo encuadrar el funcionamiento de este sistema en las categorías clásicas con que se maneja la ciencia política.
No parece aventurado señalar por caso que aquí no hay populismo puro en el sentido de incorporación de sectores sociales a otro estadio de consumo. Lo que hay como sistema político es una estructura de relaciones y personalismo en la que para llegar al poder sólo se requiere organización y recursos para mantener aceitado el clientelismo.
En La Rioja, la política que manda desde el Estado mira la pobreza posibilitándole muy poco. No es una mirada neutra. Aunque suene a cínico, hace a una necesidad intrínseca de ese poder: que nada cambie.
Porque toda mudanza en dirección a dignificar la vida de los miles que viven sumidos en la pobreza, complicaría a este ejercicio de poder. Como mínimo, lo pondría en trance de tener que hacer política. Y a la larga, ya no podría hacer del clientelismo la lógica de la política.
El clientelismo no requiere el esfuerzo intelectual que sí exige la política.
Devenido en estructura clientelar, la política de poder riojana es tan impune, que una vez instalada en el aparato de Estado lo torna reñido con todo atisbo de democracia. Porque es expresión de una política que, sin generarse mayores tensiones éticas o morales, capta a la pobreza no para rescatarla, sino para usarla.
En este marco cultural-político llega a votar esta provincia con mucha gente que pregunta si en Río Negro hay trabajo.
Urnas que dirimirán siete candidatos, pero con sólo tres como fija: Carlos Menem, por Lealtad y Dignidad; Luis Beder Herrera, por el Frente del Pueblo, y Ricardo Quintela, por el Frente para la Victoria, que ayer fue recibido por el presidente Kirchner.
Los tres nacieron en el ahora astillado peronismo riojano.
Astillado pero no desaparecido, como le sucedió a la UCR riojana, que cerró su campaña en un acto que bien pudo tener como escenario una cabina telefónica.
En fin, política en una provincia que "se agotó en 50 años de guerra civil" en el siglo pasado, sentencia el historiador Roberto Rojo.