"Ardió casilla de madera con tres niños adentro, de diez, seis y dos años. Se presume que la causa fue.... Los vecinos cuentan que Sergio, el mayor, se quedaba al cuidado de sus hermanitos cuando su madre se iba a trabajar".
"La policía busca afanosamente a Sara, una niña de siete años, que desapareció cuando iba a la escuela junto con su hermana Patricia, de once. La mayor, llorando desconsolada explicó que se detuvieron en un quiosco para sacar una fotocopia y que le dijo a su hermanita que no se moviera....".
Mi corazón se solivianta de forma especial con estas tragedias, y sé perfectamente la razón: soy la mayor de las mujeres de una pléyade de hermanitos y más de una vez quedé al cuidado de los menores y más específicamente, del más chiquito, Pancho. Permítame compartir el recuerdo más cercano a la tragedia y la culpa: estaba yo haciendo milanesas y el niñito, munido de una de ellas, se divertía a mi lado golpeándola como loco. Sonó el teléfono, fui a atenderlo... Pancho no estaba. Gracias a Dios no tardé en encontrarlo... asomado al lavarropas, esos de paleta giratoria, de tal forma que sólo sobresalían sus piernecitas y su culito. Sé que de pronto yo lo estaba agarrando y miré las paletas girando y me salpicó el agua jabonosa junto a él, con la misma fascinación pero con un horror propio: sabía lo que iba a pasar sólo segundos más tarde. No recuerdo si lloré, si le grité, o qué; pero toda la vida me acompañará este roce aciago, este soterrado resentimiento: "Yo soy la hermana, ni la madre ni el padre". Así que usted entenderá por qué me siento tan consustanciada con el pibe o la piba que queda a cargo del más pequeño.
Hoy no hace falta ese tono admonitorio que caracterizó a mi generación: "sos el mayor"; "dale el juguete porque sos más grande", y así ad infinitum. Es más que probable que el pibe la mire con mezcla de divertida indignación y le espete:" ¿y qué?". No. Hoy, mucho más que hace años, es la propia realidad la que genera los roles y no admite discusión, al calor del trabajo de ambos padres, o la búsqueda de trabajo, o las changas, o las colas para planes de diverso pelaje, bonos o tickets. Mire: si usted tiene cerca casos como los que habitualmente nos abofetean las noticias, estos dramas de niñas y niños cuidadores, se lo pido encarecidamente: ayúdelos a sobrellevar esa tremenda culpa... si sobreviven. Tómeselas con el sistema, con el neoliberalismo, con padres que no encuentran otra solución... pero por favor, es una mochila insoportable para un niño, y ya se la impone él mismo, no necesita las piedras del reproche bíblico: "Caín, ¿dónde está tu hermano"?
En una interpretación libre del estremecedor capítulo de la Biblia sobre la muerte de Abel, el menor, y el castigo de Jehová a Caín, el mayor, digo esto: podría ser una alegoría del dios que se yergue en el alma de cualquier niño a cargo de otro niño, y esto se me ocurre por la terrible pregunta del Adulto: "¿dónde está Abel, tu hermano?" Y Caín: "no sé. ¿Soy acaso el guarda de mi hermano?". Y cuando el Omnipotente lo condena, es el propio sobreviviente quien se lamenta con palabras terribles: "mi culpa es demasiado grande para soportarla". No parecen palabras de un asesino, ¿verdad?
Como para presentar otra solución, ésta más reparadora, recomiendo a todo el mundo la película "El lado profundo del mar", actuada por Michelle Pfeiffer y dos pibes maravillosos cuyo nombre no recuerdo.
Si usted es esa hermana o hermano que se hizo cargo, o lo hicieron cargo, y soporta en su alma la terrible pregunta bíblica... perdónese, por favor. Lo merece.
MARIA EMILIA SALTO
bebasalto@hotmail.com
