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Viernes 29 de Junio de 2007
 
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El nuevo trabajo de Tony Blair

A la larga, la reputación de un estadista, trátese de un presidente, primer ministro o monarca, depende no sólo de lo que efectivamente hace cuando está en el poder, sino también del rumbo que tome el mundo en los años siguientes. Si apuesta a una filosofía política o a un curso de acción que resulte estéril o contraproducente, pocos se acordarán de sus méritos personales, pero si acierta sus defectos serán juzgados como meramente anecdóticos. En la actualidad, Margaret Thatcher disfruta de un grado de prestigio que no pudieron prever los muchos que festejaron su caída en 1990 porque, gracias a las reformas que ella impulsó, desde hace tres lustros la economía británica funciona decididamente mejor que la de cualquier otro país de dimensiones equiparables a las del Reino Unido. También se vio beneficiada su imagen por el aporte que hizo en el papel de "dama de hierro" al colapso de la Unión Soviética y del comunismo.

Del mismo modo, el lugar que el ya ex primer ministro Tony Blair ocupe en los libros de historia se verá determinado en buena medida por lo que suceda más tarde tanto en el Reino Unido como en el resto del mundo. Si la combinación de "neoliberalismo" económico con socialismo moderado, en lo que concierne al estado benefactor que se llama "la tercera vía", resulta ser la ola del futuro en Europa, será recordado como un precursor, aunque sería poco probable que se atenuara el rencor que le granjeó la decisión temprana de tirar por la borda el pesado lastre de inspiración marxista que hacía naufragar al viejo Partido Laborista, un crimen de lesa ideología que le aseguró la hostilidad implacable de la izquierda británica e internacional que procuró desquitarse aprovechando la oportunidad que le fue brindada por la invasión de Irak.

Para disgusto de sus adversarios, Blair se niega a decir que cometió un error enorme cuando eligió acompañar al presidente norteamericano en la empresa acaso quijotesca de transformar a Irak de una dictadura feroz en una democracia con la esperanza de que el eventual éxito incidiera en una región al parecer destinada a hundirse en un abismo de miseria, atraso medieval y crueldad sin límites. Insiste en que dadas las circunstancias fue la opción menos mala no sólo porque Saddam Hussein era un déspota sanguinario, sino también porque planteaba un peligro auténtico a los países vecinos, a Europa e incluso a Estados Unidos. Hoy en día tal opinión no es exactamente popular. Por el contrario, se ha puesto de moda el principio conservador o "realista" antes criticado por los progresistas de que es siempre mejor convivir con dictadores, ya que serán peores las alternativas: sanciones económicas que perjudican a inocentes, una intervención extranjera, una guerra civil caótica y brutal.

Asimismo, merced a las comunicaciones modernas, los ciudadanos de las democracias ricas son mucho más reacios que sus antepasados a tolerar bajas que en otras épocas se hubieran considerado mínimas, lo que es una mala noticia para las víctimas de tiranías despiadadas que esperan ser ayudadas por quienes gozan del privilegio de vivir en libertad. De consolidarse el clima de opinión actual, en adelante tendrán que solucionar ellos mismos sus propios problemas, como en su momento hicieron las decenas de millones de personas que fueron asesinadas, torturadas o encarceladas por los dictadores fascistas o comunistas del siglo pasado.

A pesar de la situación nada prometedora en que se encuentra Irak, Blair sigue convencido de que, a menos que se pacifique el Medio Oriente, las perspectivas frente al mundo se harán cada vez más oscuras y que para que éste no sea el caso es necesario poner fin al conflicto entre Israel y los árabes palestinos, razón por la que aceptó ser el enviado especial para la región del "cuarteto" conformado por Estados Unidos, la Unión Europea, Rusia y las Naciones Unidas. Muchos dan por descontado que fracasará, porque los árabes no lo quieren por considerarlo demasiado cercano al presidente norteamericano George W. Bush y a Israel, pero sucede que tampoco podría tener mucho éxito un negociador que no contara con el beneplácito de la Casa Blanca y del gobierno israelí. Después de todo, la función del representante del "cuarteto" no consiste en congraciarse con los islamistas, sino en tratar de persuadir a los árabes de mentalidad menos truculenta de que les convendría más la creación de un Estado palestino viable dispuesto a resignarse a la existencia permanente de Israel, que continuar permitiendo que los islamistas y nacionalistas subordinen todo a su voluntad de ver aniquilado al "ente sionista", tarea ésta que es más apropiada para un duro como, se supone, es Blair que para un personaje tan flexible que terminaría cediendo todo a los más intransigentes.

Tal y como están las cosas, Blair tendrá mucha suerte si logra más que un fracaso honorable. Si bien parecería que casi todos los gobiernos árabes están tan hartos de los palestinos que preferirían una solución negociada a dejar que la violencia islamista siga atormentando a su parte del mundo, lo más probable es que en los próximos meses y años los enfrentamientos entre Hamas y el Hizbollah por un lado y los israelíes por el otro se intensifiquen, sobre todo si parece que un arreglo mutuamente satisfactorio es por fin alcanzable. Por lo demás, aunque para asombro de muchos se conformara un Estado palestino en Cisjordania que firmara un tratado de paz con Israel, tal proeza no sería suficiente como para reconciliar el mundo islámico con el Occidente. En Europa, muchos parecen creer que el conflicto entre Israel y los palestinos está en la raíz de la rebelión islamista, tal vez porque si fuera verdad podrían culpar a los judíos por los ataques terroristas, pero aun cuando israelíes y árabes juraran amistad eterna los yihadistas continuarían sus ofensivas en Cachemira, Tailandia, Filipinas, Chechenia y los muchos otros lugares que aspiran incorporar al territorio dominado por el Islam. Sería sin duda alguna beneficioso para millones de hombres, mujeres y niños que israelíes y palestinos aprendieran a convivir amistosamente, pero el conflicto que protagonizan es sólo uno de muchos.

A juicio del sucesor de Blair, Gordon Brown, la "solución" para el Medio Oriente y otras partes del mundo musulmán tendrá que ser económica, o sea, una consecuencia de más ayuda financiera, más comercio y más desarrollo tecnológico. Por desgracia, se trata de una ilusión. Desde 1948 los palestinos han recibido más ayuda per cápita que cualquier otro grupo de personas en la Tierra, pero lejos de contribuir a traer la paz los miles de millones de dólares han servido para alejarla, puesto que en su caso las pasiones guerreras no son fruto de la miseria material sino del orgullo herido por la superioridad evidente, incluso como soldados, de los judíos tradicionalmente despreciados, de la convicción de que por mandato divino la comunidad musulmana debería aventajar a todas las demás y de las secuelas quizás inevitables de un superávit de hombres jóvenes que se sienten humillados porque entienden muy bien que no les será dado destacarse y que, lo mismo que sus homólogos en todas partes, están más que dispuestos a procurar merecer el respeto ajeno a través de amenazas y, desde luego, a sumarse a movimientos nacionalistas o religiosos que les aseguran que matar no es un crimen sino un acto heroico que les garantizará un sitio en el panteón.

En la Franja de Gaza y Cisjordania, además de muchos países musulmanes, son tantos los jóvenes de este tipo que movimientos como Hizbollah, Hamas y Al-Fatah el que últimamente se considera relativamente moderado, nunca carecerá de militantes capaces de perpetrar atrocidades sin preocuparse por su propio destino, motivo por el que es de prever que, por hábiles que sean los negociadores occidentales y generosos los que den ayuda económica, el Medio Oriente seguirá siendo una región sumamente violenta que exporta sus luchas al resto del planeta.

 

JAMES NEILSON

 
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