"Somos la semilla del cambio" reza un mensaje en las pantallas gigantes que se encuentran a ambos lados del escenario, cuando el último concierto de la gira "Blanco y negro" que trajo a Ricky Martin a nuestro país dicta su punto final. Con ese lema y otros variados que hablan de agradecimiento, perdón, arrepentimiento, renacer, etc. el cantante boricua brindó un espectáculo potente, con gran despliegue visual y, por sobre todas las cosas, se calzó la vestimenta de una especie de predicador que, ante cada palabra o gesto en los que reafirmaba su recuperada "fe", encontraba en la mayoría del público una aprobación definitiva.
Los más de 8.000 espectadores que presenciaron el show, en su gran mayoría mujeres, conocían a la perfección las nuevas formas de comunicación del puertorriqueño y estaban preparadas para vitorearlo y alabarlo ante cada palabra como un grupo de fieles en un cónclave religioso. El hecho más claro ocurrió cuando el intérprete enumeró las cosas por las que debía agradecer a la vida, nombrando a su familia, amigos, carrera, salud, etc. y repitió cuatro veces la palabra "fe", momento en el que surgieron de la platea una buen número de carteles de sus admiradoras con la misma palabra o inscripciones aludiendo al mensaje.
Conscientes o no de la estrategia de comunicación desarrollada por el cantante, su legión de fanáticas expresaron su fervor a un show compacto que combinó con inteligencia la música (con un repertorio que tocó diferentes puntos de su ya extensa trayectoria discográfica), danza (apoyado en un excelente conjunto de bailarines) y el indiscutible carisma del astro latino que con su sonrisa a flor de piel y su profesionalidad obsesiva lograron cautivar al público valletano.
El arribo de Martin a la zona fue complicado debido a la suspensión que debió realizarse del show, originalmente pautado para el miércoles, ya que los camiones con parte de los elementos técnicos quedaron varados en la ruta por un piquete. La fiesta, entonces, tuvo que ser reprogramada para el jueves, día internacional de la mujer, en el que gran cantidad de ellas comenzaron a cantar y bailar sobre sus sillas a las 21:26 con los primeros acordes de la banda. La misma, conformada por el percusionista Daniel López, el baterista Waldo Madera, los carismáticos guitarristas David Cabrera y Ronald Ronquillo, el tecladista Benjamin Stivers, Phil McArthur a cargo del bajo y los responsables de los instrumentos de viento: Ronald Dziubla, Víctor Vázquez Ponce y Juan Quiñones, sonó compacta y estuvo integrada en todo momento a los diferentes rituales de danza del espectáculo. Junto a ellos los coristas Carlos Pérez Bruno, y sobre todo Jacqueline Méndez, acompañaron con solvencia a Martin, un artista que no sobresale por sus extraordinarias dotes vocales pero que maneja con inteligencia su voz y se apoya en los coristas en los momentos de mayor desgaste físico.
Las canciones que sonaron fueron seleccionadas para hacer un recorrido más o menos exhaustivo por su carrera musical, incluyendo hits netamente bailables como "Jaleo", "La copa de la vida", "María", "Livin' la vida loca", "La bomba" y "Muévete duro" y también clásicas baladas como "Vuelve", "Fuego de noche, nieve de día", "Somos la semilla" y el tema que Ricardo Arjona le compuso, "Asignatura pendiente". En estos momentos más íntimos, el artista aprovechó para arrojar sus plegarias y deseos por un mundo mejor, hablar de que se encuentra en el mejor momento de su existencia y contribuir a cimentar aún más la devoción de sus fanáticas de su nueva "religión".
Entre la elección musical lo más llamativo fue la inclusión de la canción "Revolución" del primer CD del artista que suena muy similar al hit que tuvo con su grupo Menudo, el recordado "Súbete a mi moto" y en el que Martin aparece vestido de policía al mejor estilo del clásico conjunto musical ochentoso Village People, quizás jugando un poco con la ambigüedad sexual que, un poco él y otro tanto los medios, se han dedicado a alimentar en los últimos años.
Las pantallas funcionaban como acercamientos del escenario pero, en algunos temas, recurrían a imágenes que apoyaran las ideas del cantante. En el tema "Somos la semilla", fotos desgarradoras de niños en situaciones conflictivas y de guerra fluían como esbozos del mundo destruido al que la canción alude. Y también, durante uno de los primeros temas del recital, las pantallas lo muestran a Martin desnudo mostrando algunas zonas de su cuerpo con inscripciones que rezan "perdón", "agradecimiento", "renacer", etc. en un trabajo fotográfico de gran factura.
A las 22:47, el artista se despide, sólo por unos minutos para responder al consabido pedido del público de otro tema más (algo que realizó de la misma forma en los recitales en River Plate y las otras provincias argentinas que visitó, e inclusive en su paso por el Festival de Viña del Mar en Chile), con la interpretación de "Tal vez" y "Tu recuerdo", el single éxito de su último trabajo discográfico, el unplugged que grabó para MTV. Cerca de las 23 horas, el show de alrededor de hora y media dejó con sabor a poco a muchas de sus seguidoras pero el cantante, agradeciendo constantemente, comenzó a perderse en el final del escenario y la ilusión de "más" quedó absolutamente trunca mientras las luces se apagaban y la historia cerraba su capítulo final sobre tierras argentinas.
Quizás su nueva estrategia de comunicación poco tenga que ver con los tiempos en los que vivía "la vida loca" pero más allá de eso, el show fue de un gran virtuosismo técnico y profesional. Podrán acusarlo de practicar cierta demagogia en su predicar pero nunca de no ser efectivo a la hora de entregar un espectáculo de calidad internacional confeccionado con inteligencia y apoyado en su carisma inoxidable.
Mientras el público comenzaba a desandar el camino hacia la salida, aún se escuchaban algunos gritos desaforados de la nutrida platea femenina pero ya era momento del regreso. Y, más allá de cualquier cuestionamiento, ellas fueron felices durante esa hora y media. El objetivo estaba cumplido, lo que no es poco.
ALEJANDRO LOAIZA
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