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Domingo 25 de Febrero de 2007
 
Edicion impresa pag. 36 > Sociedad
HISTORIAS PATAGÓNOCAS: Cacerías de Anchorena en su isla y norte rionegrino
Al adjudicatario de la isla Victoria se le murieron los osos que llevaba a Nahuel Huapi, pero pronto le llegarían otros ejemplares. Una cacería le redituó 17 toros baguales y en otra de la Patagonia norte dejó un puma, varios guanacos y "avestruces" abatidos.

POR FRANCISCO N. JUAREZ

fnjuarez@sion.com

Los pasajeros jóvenes y elegantes hacían cargar equipaje y dos osos enjaulados en un tren a Mendoza. La locomotora llenaba de vapores en ese tórrido 9 de enero de 1904 la modesta estación Retiro. Señores enchalecados acompañados de señoras de faldas largas y sombreros ampulosos poblaban el andén, como en un filme evocativo que hoy no temiera ridiculizar el esnobismo de la pretenciosa aristocracia argentina de principios del siglo XX.

El exótico equipaje pertenecía a dos amigos veinteañeros de familias poderosas y opulentas: Aarón de Anchorena y Alberto Blaquier.

El primero sería anfitrión en "su" isla del Nahuel Huapi que dos años había conseguido en concesión del gobierno, tras apalabrarlo a Francisco P. Moreno como intermediario para poseer el panorama, quizás, más bello del planeta.

Moreno fue eficaz porque el heredero de la cuantiosa fortuna que administraba su madre Mercedes Castellanos de Anchorena (Nicolás) mientras vigilaba la construcción de su palacio frente a Plaza San Martín, hoy sede de la Cancillería Argentina, consiguió inmediatamente el usufructo insular, por lo menos hasta que la crítica aparecida en La Nación respecto de aquella desmesura, consiguió que el adjudicatario se ofendiera y la retornara al gobierno, donando todo lo que había erigido. El autor de las críticas, Paul Groussac, fue más tarde director de la Biblioteca Nacional y biógrafo inmejorable de Santiago de Liniers.

Ese final de su proyecto no podía calcularlo el joven Anchorena a bordo del tren rumbo a la capital mendocina. El 5 de noviembre anterior a aquel viaje veraniego había festejado ruidosamente su cumpleaños número 26. El entusiasmo no decayó en los viajeros durante la travesía de los Andes en mula, ni en los seis días embarcados desde Valparaíso en la nave Limay de la Compañía Sudamericana de Vapores con varias escalas hasta Puerto Montt.

Cuando llegó a Constitución desde la estación Neuquén que alcanzó en bote por

el Limay con el agregado de otro pasajero (el dentista y estanciero George Newbery), Anchorena fue abordado por un cronista de "El Diario".

 

Venus a toda vela

 

El entrevistado detalló paso a paso la doble travesía de los Andes para llegar al Nahuel Huapi, las cuatro horas de navegación del lago chileno Llanquihue, a caballo hasta el lago De todos los Santos (otras cuatro horas embarcados hasta Peulla). Y aunque lo servicios contratados en Puerto Montt "a la empresa Andina de Hube y Achelis" generalmente se hacían hasta San Carlos "donde se forma una población confortable", Anchorena lo hizo sólo hasta Blest. Allí esperaría su velero al mando del ingeniero naval alemán diplomado en Hamburgo y capitán Otto Mühlenpfordt.

Tras el pesado tramo en mula por el paso Pérez Rosales, el cruce "del lago Frío" (por laguna Frías) en una hora a remo y la caminata hasta Blest, sumó dos días y medio cordilleranos.

Lo aguardada la gallardía de su velero Venus, como Anchorena informó a "El Diario". A veces se ha escrito que su primer velero en el lago fue el Pampa. Pero el cronista dijo que el Venus fue "construido en el mismo lago de ciprés y alerce, era rápido y con buen viento, hacía hasta 14 millas por hora, tenía tres velas, 1,80 de calado y era similar al último Shamrock que disputó la

Copa América".

Aclaró que los osos murieron "de calor" pero aseguró que "en mayo le llegarían otros dos de Alemania que irían directamente a Puerto Montt" y pronto otros dos desde Escocia. En tres horas de navegación a bordo del Venus llegaron a Puerto Anchorena. El cronista resume que en la isla había "40 peones chilenos y alemanes, algunos construyendo su chalet" para los invitados a las grandes cacerías que organizará, o plantaban "castaños, robles araucarios (sic) y otros frutales". Abrían en el bosque con "avenidas de tres metros", pero Anchorena fustigaba los incendios de bosques ("criminal", dice) provocados "por el simple gusto de gozar con el imponente espectáculo". Agrega el dato de las jangadas de palos abatidos echados al Limay y conducidos a "Chilforó" por una compañía concesionaria.

Como el ganado manso que había echado en la isla se hizo inmediatamente bagual, con su amigo salieron a cazarlos. Mataron 17 y Blaquier en una sola mañana abatió a cinco. Los hacía correr con los perros y le apuntaban al corazón.

En un mes de permanencia en la isla tuvieron tiempo de hacer excavaciones para hallar vestigios de "cuando estuvo habitada por los jesuitas". En una laguna a 52 metros sobre el nivel del lago encontraron un cementerio aborigen con "muchos esqueletos, cántaros de barro, piedras de moler trigo, flechas de sílex y otros objetos que llevó a Buenos Aires. "Los señores Anchorena y Blaquier efectuaron también una peligrosa ascensión a los ventisqueros del Tronador, llegando hasta 2100 metros y lo compararon con el Mont Blanc.

 

El puma rionegrino

 

Tras llegar en bote con Blaquier y Newbery a la estación Neuquén, los pocos pobladores estaban alborotados por el rumor de que allí trasladarían la capital neuquina, como sucedió cinco meses después y porque pocos días antes arribó al andén el piscicultor norteamericano Eugenio Tulián y su compatriota y estanciero sureño Jarred A. Jones cargó en sus carros los pequeños y helados contenedores de embriones de trucha rumbo al Nahuel Huapi, que Anchorena imaginó que sería "la industria del porvenir".

El tren a Constitución paró largamente en una estación y los nativos invitaron a los viajeros a cazar, con el resultado de "un puma muerto por Blaquier tras cuatro horas de tenaz persecución". Luego de un desparramo de guanacos y "avestruces", la locomotora pitó y dejó atrás el campo de la matanza.

(Continuará)

 
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