La crisis que atraviesa el servicio de luz en la ciudad de Neuquén se parece mucho a la que atraviesa el mercado eléctrico en todo el país porque es la consecuencia de problemas financieros, complicados procesos institucionales y falta de inversiones. En confianza, empleados de CALF reconocen que el depósito de la cooperativa, que siempre estuvo repleto de equipos y materiales de respaldo, está literalmente vacío y que han llegado a quitar lámparas del alumbrado de los barrios para reemplazar las quemadas en el centro.
El crecimiento del consumo en la ciudad Neuquén está largamente demostrado en los indicadores, y la demanda de energía eléctrica no es la excepción.
Lo grave de la situación es que, aun suponiendo que se postergue la conexión a la red de los 40 edificios en construcción, de todos modos el crecimiento de la demanda de los actuales usuarios podría disparar el colapso.
De hecho, hay nuevas construcciones de gran demanda, como un centro evangélico del Bajo, deben esperar meses para poder disponer a pleno de la potencia contratada porque los transformadores no dan abasto.
En CALF sostienen que la tarifa debe reflejar los verdaderos costos del servicio (abastecimiento, impuestos, tasas y el valor de distribución, incluidas las inversiones) y que con los actuales precios no hay margen para darle confianza a la prestación.
Pero por otro lado, tal vez porque en la cooperativa las cosas son menos claras de lo que deberían ser, los números de CALF no se abren para que el municipio termine de establecer la nueva tarifa. Las palabras de Marcos Silva, presidente de la cooperativa, son alarmantes: hay menos de un mes para encarar las obras; si hay atrasos, éste será un verano de terror. (AN).