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Domingo 27 de Agosto de 2006
 
Edicion impresa pag. 31 > Internacionales
La última parada de los ilegales que buscan empleo
En la estación de trenes de Atocha se reúnen cientos de inmigrantes clandestinos.
Inmigrantes africanos y latinoame-ricanos buscan empleo en los pasillos de Atocha.
Inmigrantes africanos y latinoame-ricanos buscan empleo en los pasillos de Atocha.
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MADRID.- Mamadou Diallo llegó en mayo pasado a Tenerife, después de una peligrosa travesía marítima de unos 10 días. Tres meses después, espera, frente a la estación de trenes de Atocha, la llegada de camionetas que buscan trabajadores para las obras en construcción de Madrid y alrededores.

A las 6,30, este senegalés enorme de 31 años, vestido con un pantalón y una campera de jean, está sentado en un banco de piedra, igual que otras decenas de inmigrantes en esta extraña oficina de empleo que funciona todos los días laborales.

Oriundo de Dakar, Mamadou llegó al archipiélago español de las Canarias (suroeste), como otros 18.000 clandestinos subsaharianos desde principios de año. Cada etapa superada de este largo recorrido, ha sido para él una cruz.

El 28 de abril partió de Senegal a bordo de un cayuco, precaria embarcación de fibra de vidrio, junto a otras 70 personas. No les faltó comida durante la travesía pero "cada tanto, el mar estaba agitado porque había mucho viento", recuerda mientras gesticula con los brazos y agrega: "Dios es grande" y todos sus compañeros de ruta llegaron en buen estado.

En su tierra natal, este chatarrero "trabajó duro" para ahorrar los 700.000 francos (unos 1.000 euros) necesarios para el viaje y para "probar suerte". "Llegamos a Tenerife el 8 de mayo y después fuimos trasladados a un centro (de retención de inmigrantes en la vecina isla de) Fuerteventura durante 13 días. Después fuimos llevados a Málaga" (Andalucía, sur). "Después de 10 días nos dejaron en libertad y vine aquí para reunirme con mi hermano mayor" en Madrid, relata Mamadou Diallo mientras mira la filas de automóviles comienzan a cubrir una de las principales arterias de Madrid, donde el 16% de los 3,2 mi

llones de habitantes es extranjero.

"Antes de partir pregunté a conocidos y me dijeron que antes de tener la 'tarjeta' (permiso de residencia) vas a sufrir. Pero he preferido venir", explica. "Desde que estamos aquí no tenemos trabajo. Es duro", asegura, antes de mencionar que ha tenido pequeños empleos de vez en cuando en la construcción, por los que ha cobrado "40 ó 35 euros al día", es decir justo lo proporcional al salario mínimo en España.

Poco antes, una camioneta con las siglas de una empresa constructora aparcó en el mismo lugar para llevarse a dos malíes, Coulibali y Traore, que llegaron a España en 2002 y 2004.

Una camioneta blanca y un coche rojo estacionaron detrás. A ellos subieron una decena de africanos y de latinoamericanos, sin que mediaran casi palabras entre los conductores españoles y los trabajadores inmigrantes. A unos metros, Pedro, oriundo de Perú, diplomado en ingeniería eléctrica, que soñaba con hacer un doctorado en la Sorbona, se refiere a la precariedad laboral de los sin papeles. "Unos te pagan, otros no y no les puedes reclamar.

¿A quién vas a reclamar?, explica este latinoamericano indocumentado que desde agosto ganó 600 euros, tres veces el salario mínimo de su país de origen, aunque un poco menos que lo habitual pues en agosto baja el ritmo en la construcción. "Y si te caes del andamio, el empresario te paga algo y luego se olvida. Pero no tienes seguro que te cubra los días que no trabajas", asegura.

El chofer del automóvil rojo, en el que se instalaron dos africanos, acepta dar su teléfono a la periodista. Más tarde, asegura que la empresa en la cual trabaja, contrariamente a otras (el 20% de la economía española es en negro, según estudios españoles y europeos), no emplea a trabajadores ilegales. "Esta mañana se ha montado uno que creíamos que le conocíamos porque se parecen todos...Pero cuando llegamos (...) la documentación que llevaba no valía", asegura.

A las 8 de la mañana, Mamadou Diallo seguía esperando que le ofrecieran uno de estos empleos precarios. "Hay que tener paciencia. ¡Dios es grande!", repetía Mamadou, padre de dos niños, antes de volver a sentarse en el banco de piedra. (AFP)

 
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