Los gendarmes enviados por el entonces ministro del Interior Carlos Corach hicieron noche en las cercanías de Senillosa. Detectada su presencia, nadie durmió en la media docena de piquetes que custodiaban la ruta nacional 22. Había barricadas con alambres de púas, piedras, gomas, palos y hasta carrocerías de viejos autos. El grupo de choque fue comandado por el comandante mayor Eduardo Jorge, quien durante la dictadura había sido responsable del principal campo de concentración de Tucumán y colaborador de Antonio Domingo Bussi. "El Turco" Jorge comandaba a 400 gendarmes, 33 vehículos, un carro hidrantes y una decena de perros.    La que mandaba sin embargo, era una mujer, la jueza federal Margarita Gudiño de Argüelles.

El grupo de choque limpió el primer piquete sin mayores esfuerzos poco después de las ocho. Casi al mismo tiempo decenas, cientos de vecinos subieron a la ruta y se sumaron a los piqueteros duros quienes gastaron piedras y más piedras contra los uniformados.

"Les habla la jueza federal, están cometiendo un delito, retírense de la ruta", se la escuchaba decir mientras el viento se llevaba las órdenes. Por el mismo fenómeno, los gases lacrimógenos volvían hacia quienes los habían lanzado. En pleno desierto David vencía a Goliat.

"Macana, acá hay gente bien vestida", se desnudó Jorge. Cerca del mediodía, con gendarmería rendida, la jueza elige dialogar y va hacia la Torre, emblema de la Pueblada. La esperaban 20.000 almas.

"Están cometiendo un delito más grave que es el de sedición, me declaro incompetente y me retiró con las fuerzas que me acompañan", dijo la jueza, parada sobre el techo abollado de un móvil radial y con los tacos temblando.