09 » May 2024
Diario Río Negro
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Adrián Arden
Editor Responsable
 
  23 » Sep 2008
El sexo casual, las mujeres....la culpa
 

Lo bueno del sexo casual es que siempre traza una frontera. Luego de esa noche, de esa tarde, de ese cruce, hay quienes deciden quedarse de este lado. Y hay otros que prefieren nunca volver.
Empieza así, con un encuentro fortuito, con una mirada rápida, con un reconocimiento de terreno que no dura más de diez segundos, tres palabras, entre las que hay un "sí" y una invitación a pasarla bien. Y otro "sí".
Pero ¿qué pasa el día después? ¿Qué les pasa a las mujeres? ¿Y qué a los hombres? Un reciente estudio británico brinda algunas pistas: asegura que luego de una noche de sexo casual, la mitad de las mujeres se siente culpable y admite que no disfrutó tanto.Mientras la mayoría de los varones ven el sexo casual como algo divertido, sin más complicaciones, las mujeres se suelen sentir culpables a la mañana siguiente. Esa fue la conclusión de esta investigación que fue publicada en la revista Human Nature. En el trabajo -realizado por la profesora Anne Campbell, de la Universidad de Durham (Reino Unido)-, participaron 1.743 hombres y mujeres que tuvieron sexo de una noche."La mitad de las mujeres no se adapta a este tipo de relaciones. En cuestiones sexuales, para ellas es mucho más importante la calidad que la cantidad", dice la investigadora. Al examinar las sensaciones de los participantes tras una noche de sexo casual, Campbell observó que ellas estaban peor y tenían actitudes más negativas hacia lo que había sucedido.
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Las cifras fueron contundentes: mientras el 80% de los hombres reconoció haber disfrutado con la relación, el porcentaje de mujeres que lo veían como algo positivo era del 54%. Y muchas confesaron que se habían dejado llevar con la esperanza de que no se quedara sólo en una historia de una noche, sino que fuera el principio de algo más duradero.Asegura el estudio que se trata de una cuestión adaptativa. Las mujeres, a nivel afectivo, no se han adaptado aún a estos encuentros sexuales. En la encuesta, lo que más molestó a las mujeres fue sentirse usadas, como objetos, y se mostraron preocupadas por su reputación. No es la brevedad del encuentro lo que las hace sentirse así, sino que los hombres no mostraran ningún aprecio por ellas , dijo la investigadora.
Y, finalmente, un dato llamativo: las mujeres se quedaron sexualmente menos satisfechas que los hombres.

¿Qué opinan? ¿A ustedes cómo les fue?

 
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  15 » Sep 2008
El difícil arte de empezar una nueva relación
 


¿Cómo salir de una relación? ¿Y cómo meterse en otra?. ¿Cuánto tiempo lleva estar listo de nuevo? Olvidar aquellos besos, impacientarse por estos nuevos. Tres historias de gente que está en eso.

TRES: Una mujer y un cartelito: "Sólo disponible para mí"

Mi amiga Julieta se sentó en la computadora, encendió diez cigarrillos en dos horas y escribió esto.

Recién separada me sentía bien. Realmente bien. Casi podrá decir indolente. Diez años de relación no parecían tanto como había supuesto, o, como dice mi amigo, tal vez ya había elaborado el duelo en los numerosos meses de agonía.
Cuando ya nos odiábamos.
Entonces me dediqué a quemar cartas y planificar por mi cuenta aquel viaje que había pensado con él. Un viaje que, en realidad, siempre había soñado. Algunos me dijeron que tal vez no era el momento, que que viajar sola no es bueno, que Estados Unidos no es un buen lugar para relajarse, que lo piense, que me aferre a los amigos. Y casi lo logran. Por un momento me dieron ciertos temores, pero los vencí y ahí estaba, a full con mi misión. ¿Objetivos? Conseguir alojamiento, pasajes baratos, reclamar el pasaporte, comprar ropa de otra estación, repasar mi inglés.
Pero, además, seguí con mis tres trabajos y con las clases de portugués, que las empecé por esa decisión que habíamos tomado entre los dos: conocer el idioma en caso de que decidiéramos probar suerte en Río de Janeiro.
Y también, me llené de actividades. A saber:
1. Clases de aerobox. Necesitaba estar en buen estado físico para mi travesía, pero además para volver a estar en carrera. ¿Se entiende? para volver a estar buena.
2.Para bajar el estrés sumé yoga una vez por semana.
3.Además sentí la necesidad de hacer algo por el prójimo y empecé a colaborar con una comisión pro plaza de mi barrio. En una de esas conocía a alguien.
Resultado. Fueron tantas cosas al mismo tiempo que terminé confundida, haciendo yoga en el baldío del barrio y hablando portugués en forma compulsiva.
La fecha del viaje llegó más rápido de los esperado. El viaje pasó en un abrir y cerrar de ojos y sin saber cómo ya estaba de vuelta. Estuve un buen tiempo entretenida contando los paisajes de Nueva York, qué lugar me había gustado más, si me iría a vivir, aquella relación exótica, la comida chatarra, el paisaje desolador del Ground Zero, etc.
Y volví a mis múltiples actividades, entre ellas volver a la noche, conocer gente, probarme, mirar fijo, a los ojos, ver qué tan entrenada estaba en ese ritual del histeriqueo. Y no. Hace 10 años que no lo hacía. Estaba en otra sintonía. Una de mis primer incursiones fue a un boliche donde todos los hombres parecían iguales, con sus flequillos lacios pegados al frente y sus caras tristes. Pude bailar un poco, pero no interactuar con nadie.
-Bueno, este no es mi lugar pero ya lo encontraré, pensé.
Seguí saliendo compulsivamente: escuchar tango, bailar en un pub under, cenar escuchando banda de jazz, recital de rock al aire libre, comida árabe, bar "gay friendly", cumpleaños de aquel primo, asado en mi casa. En fin "cualquier bondi me dejaba en la esquina", pero siempre tenía la sensación de que era la esquina equivocada.
Una de esas noches en una fiesta neohippie-under-reagge, por decirlo de alguna manera, me encontré descontrolada bailando un tema de Manu Chao. Y así toda la noche. En el movimiento frenético creo que voló mi billetera a algún lugar del oscuro subsuelo sin ventilar en el que estaba con mis amigos. Busqué y busqué y nada. No apareció. Ya alguien la había encontrado por mi.
Entonces, a pesar de la noche divertida que había pasado, empecé a sentirme mal. Me prestaron dinero y me volví a casa. Cuando llegué la habitación ya estaba levemente iluminada con el sol que caía sobre la cama. Esa cama que me queda un poco grande ahora y en la que duermo quietita del mismo lado, como si él estuviera todavía ahí.
Pero no está.
Y sí, pude llorar. Y lloré. Es que había perdido una billetera y....algo más.
Hacía cinco meses había perdido una pareja, una ilusión, miles de proyectos y lo había logrado postergar hasta este momento.
Todavía no estaba lista para salir.
No estaba preparada.
Parece que sí, diez años es mucho, y por más actividades, salidas y etcéteras, no queda otra que dejar llover para que en algún momento pare.
Y así lo decidí: de ahora en más, por un tiempo, caminaré con el cartelito de "Sólo estoy disponible para mí".


/////////



DOS: No quiero que me quieras

Fragmento de una conversación entre una amiga y alguien que dobló mal en una esquina.

-No podés pedirle que no te quiera. Eso no se puede evitar. La gente te quiere o no te quiere...eso no lo podés decidir vos
-Es lo único que me sale, prefiero ser honesto
-¿Y cómo le pedís a alguien que no te quiera?

Así:

No quiero que me quieras.
Quiero que nos levantemos juntos y que desayunemos escuchando música, pero no quiero que me quieras. Quiero que estés el sábado a la noche y el domingo para almorzar, pero for favor no me quieras. Quiero gustarte, que te rías de mis chistes y escuches mis anécdotas, pero ni se te ocurra quererme. Quiero darte celos y tomarte la mano, de a ratos, pero nada más.
¿Nada más?
Quiero que me protejas, que me digas que vas a estar ahí, que no es tan complicado, pero no quiero que me quieras. No quiero que me quieras. Y me cuesta decirlo.
¿Se le puede pedir a alguien eso que estoy pidiendo?
Quiero que hablemos de música, de cine e intercambiar un libro. Quiero que me cuentes de tu vida y que descubras que a veces tengo miedo. Y quiero serte sincero: no quiero que me quieras.
Quiero que me arranques una sonrisa y que agotemos todo el vino. Quiero leas cuando escribo y escuches cuando hablo. Quiero hacer lo mismo con vos. Pero no puedo dejarte que me quieras.
No quiero que haya heridos.
No quiero efectos colaterales.
No sé cómo plantear estrategias.
Parece que no, pero es bastante simple: no quiero que me quieras.
Quiero que estés ahora y que te vayas en un rato. Y que no preguntes por qué.
Quiero que puedas pedirme lo mismo.
Quiero que por un momento caminemos juntos. Y que lo hagamos al mismo ritmo.
Quiero que no sea tan difícil pedírtelo.

-¿Sabés lo que es eso?: cagazo, miedo, terror
-No creo...ni siquiera estoy pensando en mí
-¿Y cómo le explicás lo que querés?

Así:

No quiero que me quieras.
No puedo ni quiero pedirte otra cosa.
Y tampoco puedo evitarlo.
No quiero que me quieras.
Hay días en los que todavía extraño aquellos abrazos.



/////////



UNO: El desafío es volver a confiar

Tengo un amigo, Mariano, 35 años, soltero, y, por primera vez en muchos años, ante la seria posibilidad de volver a estar en pareja otra vez. Mariano decidió compartir su historia. Es esta.

Y nos besamos en su puerta. Las últimas palabras lo decían todo (“nos hablamos”): eramos/somos de esa especie que hace todo difícil cuando tiene que relacionarse. De aquellas personas que plantean todo en términos de tácticas y estrategias para no salir lastimados. Consecuencia, obvio, de los porrazos que nos hemos dado hasta ahora cada vez que mostramos lo que sentimos. Eso que llaman exponerse o abrirse ante el otro. Despojarse y sentir la maravillosa presencia del amor. Aunque, como en mi caso, la “maravillosa presencia” se ha transformado más de una vez en un suplicio digno de un masoquista, pero sin la parte en la que uno disfruta con el dolor.
Y todo empezó con un no. De ella, claro. Y hubo un segundo y un tercero. Hasta que me di cuenta, a veces como verán no soy muy rápido, que todos esos “no” tenían la forma de un “sí”, o aunque sea de un “ni”.
Salimos y la pasamos bien, nos reímos de un par de chistes buenos, nos dimos cuenta que había cosas del otro que nos gustaban, aunque uno nunca termina de estar seguro si nos gustan las semejanzas o las diferencias. Y nos seguimos viendo. Y hasta en este momento podría jurar que siento en el aire como huele, y la verdad es que huele maravilloso. Mierda, no me había dado cuenta, pero creo que me estoy enamorando. Ahí está la explicación!, por eso cuando escuchaba “Crímenes perfectos” ya no me deprimía.
¡Danger!
Pero rebobinemos un segundo. Mi psicóloga me dijo tiempo atrás que tenía problemas para cerrar mis relaciones. Lo hizo después de escuchar durante dos horas los quilombos que tenía en la cabeza y pedir una sesión especial para terminar de conocer todos mis rollos. Desde mi maravillosa madre hasta mi ex mujer, pasando por mis hermanos y por la primera vez con aquella pelirroja de piernas larguísimas, entre otros temas.
Desgraciadamente me estoy dando cuenta que en los últimos tiempos comencé a cerrar mejor mis historias, aunque me cuesta más concretar las que se inician. ¿Qué veo? ¿El vaso medio lleno o medio vacío?
Y ahora que algo lejanamente parecido a una relación empezó a tomar forma, las dudas aparecen por todos lados como flechazos ¿Será por la última vez que me “expuse”?
Ella no usó mi cabeza como un revolver, más bien hizo una serie de experimentos para ver cuál es el límite psíquico de un hombre de más de treinta años y con la autoestima a la altura de los tobillos. En realidad ella no tuvo la culpa, yo la dejé hacer todo, me dijo un amigo. Como si con eso yo pudiera olvidar las noches sin dormir, la caída de pelo y el bruxismo.
Ella ya fue, porque cierro mejor las historias vieron. Pero ante "L" (por usar una letra que identifique a la nueva mujer que apareció en mi vida), me cuesta horrores ser yo, no porque mi personalidad me permitiera conquistar a Marion Cotillard llegado el caso, sino para simplemente sentirme cómodo frente a ella. Todo gracias a la perra de K, por ponerle una letra a la yegua que se cruzó antes en mi camino.
Ahora el desafío es volver a confiar, a edificar de a poco con cada letra una pared donde nos mostremos tal cual somos (es medio cursi, pero la imagen está buena). Poder decir te quiero sin pensar en las consecuencias, si no sólo hacerlo porque lo sentimos. Y si la vida se ensaña con nosotros y volvemos a tropezar con la misma piedra, ya saben, pueden leer la historia en este blog.
Ah, también pueden leer la de "L" si las cosas no funcionan. Porque me parece que ella tiene tanto miedo como yo ante la posibilidad de que la relación avance.
Porque somos de esa especie.
Porque está en nuestra naturaleza.
 
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  09 » Sep 2008
Esa gente con la que alguna vez te cruzaste (II)
  El inventario de treintañeros y dos nuevos personajes de esa fauna que nos encanta mirar de lejos.

La insoportable levedad del obsesivo-inseguro

Una frase guía la vida del obsesivo inseguro (OI): "Cuando alguien me ofrece una oportunidad, lo que en verdad está haciendo es crearme un problema". No todos lo van a reconocer, pero siempre, en algún momento, la escucharon dar vueltas en su cabeza.
El OI generalmente es un personaje entrañable: cosecha amigos por donde va, sabe animar fiestas, es el tío preferido, el que se lleva bien con la mayoría y el que deja las propinas más generosas. Pero tiene un defecto: necesita que el mundo se lo reconozca, que se lo recuerde a cada instante. Que se lo griten, si es necesario.
Típica conversación con un OI:
-OI: ¿Leíste mi nota?
-Amigo: See
-OI: ....
-A: ....
-OI: ¿No te gustó no?
-A: Si...taba buena
-OI: si..qué se yo...en realidad no le puse mucha onda...la hice más para zafar...
Otra típica conversación con un OI:
-OI: aprobé el examen
-Amigo: ¿Sí? qué bueno...qué te sacaste
-OI: naa..me fue bien...me pusieron un 10
-A: buenaa...felicitaciones
-OI: en realidad era una boludez...nada del otro mundo, me lo dieron más de onda que de otra cosa
-A: .....

Palabras más, palabras menos, el OI siempre repite el esquema: reclama algo, se lo dan, no le alcanza. Se frustra. Y a esta altura, ya todos saben de memoria sus tics.
Saben que el OI no busca pareja: necesita un tutor. Alguien que le administre la plata, lo ayude a estudiar, le pida turno en el médico y que le compre los forros. Sólo así funciona. Por eso las parejas le duran como máximo un lustro. Aunque en realidad, generalmente el OI tiene un sólo amor en la vida y luego de la separación se queda enganchado durante años enteros. Y entonces apela a distintas estrategias:
a) se hace amigo, sólo para mantener cierta intimidad y preservar el vínculo.
b) se pasa noches enteras hasta dar con la clave del e mail de su ex. Lo peor: en algún momento lo logra y se obsesiona con revisarle el correo cinco veces por día. Siempre encuentra una frase para seguir esperanzado
c) No toma ninguna decisión trascendente sin consultarle al qué opina
Con los años, el OIM logra cierta independencia, pero camina como alma en pena. Y se aferra a los amigos. Y siempre está disponible. Porque si hay algo que nunca entrenó es la capacidad para decir "no". Sólo practica con el psicólogo de turno.
-Psicólogo: Si no querés ir a esa fiesta ¿qué tenes que decir?
-OI: que no
-P: Si no querés que vayan a tu casa ¿qué tenés que decir?
-OI: que no
-P: Si no querés asumir esa responsabilidad ¿qué tenés que decir?
-OI: que no
-P: ¿Y qué dijiste?
-OI: que sí....
El OI nunca aprende. Y lo paga con el cuerpo. Generalmente sufre de gastritis, caída de pelo, síndrome de "burn out" o acné crónico.

Repasemos su álbum de recuerdos.

Comunión. El OI, sus padres, algún hermano, la maestra de cuarto grado que lo adoraba, un cura tercermundista y el primer grano de su historia. En el mentón, colorado, a punto de explotar.
Fiesta de egresados. El OI, los padres, dos compañeros, el profesor de educación física y la frente tomada por el acné. Todos brindan desde lejos, por temor al contagio.
Vacaciones con amigos. El OI, los amigos, Las Grutas de fondo y el lado derecho de la cara del OI con un grano del tamaño de un limón. Todos piensan que es un tumor incipiente.
Graduación. El OI, los padres, los hermanos, los sobrinos, 25 amigos, dos profesores y la cara del OI blanca como papel. Parece un mimo. Está maquillado para disimular los cinco granos que aparecieron en las últimas 48 horas. La idea fue de la cuñada o de un amigo gay.
El OI generalmente tiene trabajo, difícilmente sea un desocupado por mucho tiempo. ¿La clave? valoran su obsesión por el mínimo detalle. Pero esto generalmente se le vuelve en contra: vive frustrado o esperando incentivos. Hasta que se harta, pega el portazo y se va con un grito apagado:
-Acá nadie me valora
Y el mismo reclamo -"nadie me escucha"- le hace a sus amigos (claro, a través del psicólogo).

Tres conversaciones de un OI con sus amigos

OI: Ayer me llamaron para una entrevista de trabajo...
Amigo: ¿En serio?...qué bueno...yo debería también pensar en cambiar de trabajo, la rutina me está matando, ya odio a mis compañeros y no encuentro razones para seguir metido ahí...¿vos qué opinás que haga?
OI: .....

OI: ¿Ayer conocí a una mina hermosa?
Amigo: ¿En serio?...qué bueno...yo debería pensar en salir más, en conocer a otra gente. La relación con mi novia no está funcionando, me parece que me merezco algo mejor, esto ya es una rutina que no aguanto...¿vos qué opinás que haga?
OI: ....

OI: Creo que tengo cáncer...
Amigo: ¿en serio?...qué bueno...yo debería hacerme análisis más seguido, hace un tiempo que me estoy notando un bulto en los huevos que espero que no sea nada malo, no sé es raro, pero me da mala espina...¿vos qué opinás que haga?
OI: ...



//

Luces y sombras de la hermandad de los chicos Legacy


A todos les pasa lo mismo: ninguno recuerda como fue que pasó. Pero reconocen que hubo un momento exacto, un segundo definitorio que los puso en ese rincón del que ahora no quieren salir. Y que los convirtió en eso que todos podríamos reconocer a kilómetros de distancia con sólo afinar la mirada: la hermandad de los chicos Legacy. Ese ejército de boy scouts creciditos y con la espalda vencida por estar horas sentados en una oficina. Adeptos a las camisitas a cuadritos y los pantaloncitos pinzados, con la etiqueta bien visible en el bolsillo trasero, con la capacidad de brindar eso, justamente eso: la entrada oficial al mundo del adulto integrado. Un ejército que tiene hasta sus propios ritos de iniciación.
Asistamos al momento de la conversión.
Ahí está el Chico Legacy (CHL), parado frente a la vidriera, a dos minutos de la mutación. Este es el momento definitivo, ahí está bajando la luz divina, la que le indicará el camino, la que guiará su destino. De ahora en más, su vida será otra.
Entra, saluda, pregunta:
-Ese marroncito, con pinzas, el que está en exhibición, el de la derecha...¿cuánto sale? ¿me lo puedo probar?
Y ahí sigue, en la soledad del probador, con la sonrisa de oreja a oreja, disfrutando de ese calce perfecto.
Ya está: ya es uno más. El impacto emocional es tan grande que difícilmente haya vuelta atrás. De ahora en más, tiene un compromiso: cumplir y hacer cumplir los principios y valores de su cofradía.
Los CHL generalmente son abogados, arquitectos, ingenieros, contadores o algún paracaidista con aspiraciones. No mucho más. A ellos les queda bien, les sienta naturalmente. El resto, son intrusos. Y se les nota.
Los CHL se reconocen unos a otros porque -inevitablemente- con el paso del tiempo empiezan a parecerse. Las piernas se les van acortando, la retaguardia se les ensancha y que las remeritas de piqué les van quedando cada vez más estrechas. No sólo es el paso del tiempo: es la evolución de la especie. Y es inevitable.

Los CHL también comparten ciertas costumbres:
-¿El boliche? Sólo para pararse alrededor de la pista con un fernet en la mano. Y mirar, sólo mirar.
-¿Los conciertos? Sólo para escuchar bandas homenaje a Sabina o la década del 80.
-¿Las fiestas con amigos? Sólo si son reuniones domiciliarias. "Por los chicos...¿viste?...no tenemos con quién dejarlos".
-¿Los amigos en esas reuniones? Sólo parejas, casi siempre heterosexuales. Cada tanto admiten a un soltero, pero sólo en calidad de refugiado y a modo propagandístico: para que vea lo bien que se siente vivir así. Con el tiempo se convertirá solito.
-¿Los invitados en esas reuniones? Carlos y señora. Mariano y señora. Javier y señora. Julio y señora. Gustavo y señora. Marcos y su nueva novia.
-¿Las esposas de los CHL? Siempre mujeres lindas, sencillitas hasta el hartazgo, medio desabridas, buenazas y ubicaditas, sobre todo. Parecen salidas de una publicidad de agua mineral Ser o un yogur Activia a lo sumo.

Los CHL son concientes de la imagen que crearon y están más que satisfechos: sólo reniegan de un aspecto: el encasillamiento. Es que, por ejemplo, el único regalo que reciben siempre está ligado a esa marca fetiche. ¿Navidad? una chombita. ¿Año Nuevo? una bermuda. ¿Cumpleaños? una camisita, a rayas, en lo posible celestita. ¿Aniversarios? Un pantalón y, como detalle, un par de medios. Siempre con el mismo logo.
-¿A nadie se le ocurre otra cosa?" - se queja
No. A nadie. Incluso los amigos llegan al extremo de hacer una "vaquita" para complacerlo.
Los CHL odian el yoga, el tai chi y cualquier filosofía oriental. Tampoco gastarían 80 pesos en una sesión de psicólogo. Ellos consiguen la paz interior con Fútbol de Primera y una buena picada entre amigos.
Explican:
-Yo soy más práctico en todo....para que hacerme drama por boludeces.
Por eso casi siempre son expulsivos: si un amigo llega con problemas lo contienen. Pero a la tercera vez, lo convierten en oveja negra. Y le bajan la persiana.
Explican:
-Ya está pesado Germán con el drama con su novia ¿no?...prefiero que no lo invitemos el viernes...yo trabajo toda la semana...quiero juntarme a pasarla bien...no para bajonearme
Es que si algo define al CHL es el optimismo. La sonrisa permanente. La sensación de que todo va a estar mejor. Si vivieron en los 90 uno podría pensar que en realidad son un desprendimiento elegante de los "gomazos" risueños de Tinelli. Pero no. Estamos en 2008 y se sabe: un CHL nunca repetiría el pantaloncito pinzado más de una temporada seguida.
 
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Hasta la próxima
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