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  02 » Mar 2009
La Novela Luminosa, de Mario Levrero
 


La Novela Luminosa puede parecer un libro excesivo. Me refiero al tipo de apuesta que materializa y no a la extensión del texto, pese a sus 567 páginas (la edición de Mondadori; la de Alfaguara, la otra disponible, más cara, no sé cuántas tiene).

La historia es a grandes rasgos la siguiente: Mario Levrero (y esto es verdad) se postuló para la beca Guggenheim y finalmente se la otorgaron. En su novela, en el prólogo, cuenta que un par de amigos que creen en su talento para escribir lo obligaron a hacerlo. Cumplieron con el tramiterío burocrático al que Levrero le esquivó tanto y hacen todo por él, que sólo tendrá que ponerse a escribir luego de acceder a la beca. Así podrá terminar una novela inconclusa que atesora desde hace 15 años. Esto debiera ser suficiente para ocuparse a tiempo completo en la finalizacion del libro.

Si uno debiera equivocarse y resumir en muy pocas palabras a La Novela Luminosa, creo que estaría bien decir que es el resultado de contar con minuciosidad un método, o mejor dicho, la sombra o el esqueleto de un método. Y ese método consistiría en deslizar oblicuamente (sin romper el hechizo, sin mostrar todas las cartas, pero dejando en claro que quizá Levrero las tenía todas en su poder) cómo hacer literatura de la nada. (No es casual que de Levrero también se diga que es un escritor de escritores).

La historia (caracterizada por la ausencia de una trama totalmente explícita), en este caso, es lo de menos. Y promediando el libro uno se da cuenta de que quedó un libro denso, pero por su proximidad a la verdad. ¿Hace falta decir que no hablo de la verdad como no ficción sino como lo que es bello y está siendo revelado?

Es un libro dividido en dos grandes tramos. El primero, titulado Diario de la Beca, en el que un narrador, el propio Levrero, traza un inventario de las fobias y obstáculos que él mismo se impone para postergar el momento de escritura del libro. Así, describe su lucha contra el insomnio, sus intentos que rayan la patología para contrarrestarlo, su afición desemsurada a la programación en Visual Basic (lenguaje con el que, por ejemplo, hace programas que le indican con un bip cuándo tomar uno de los varios medicamentos que consume), describe la enorme cantidad de novelas policiales que compra en las mesas de saldo de Montevideo (donde murió el 30 de agosto de 2004, a los 64 años), acompañado por mujeres siempre más jóvenes que él que lo sacan a pasear.

En todo este tramo, posterga hasta el delirio el momento de la escritura del libro que dejó inconcluso (el que sirvió de pretexto para recibir la beca), y esa postergación lo lleva a escribir centenares de páginas del diario… (Esa novela-precuela que de a poco le va quedando.)

Levrero hunde la cabeza en lo que debe haber sido su realidad diaria, y el botín que se lleva a superficie es, en su caso, lo mucho de literario que tiene la vida de un hombre triste y solo de 70 años, al que las mujeres se acercan como a un tótem rabioso (un tótem que parece quererlas a todas pero que se sabe observado como un maestro venerable más que como un seductor), y que también se sabe con unos cuantos días grises por delante.

La segunda parte, La Novela Luminosa, funciona como contrapartida, o como complemento del diario que se llevó la mayor parte del libro. Escrito en ese registro que corre los límites de la realidad hacia los de la ficción (o viceversa), Levrero hace literatura con algo que para cualquiera sería toparse de frente con un muro oscurísimo e infranqueable. Para él, un obstáculo así es suficiente para hacer literatura, y dejar una serie de parrafadas tan geniales como desconcertantes.

(F.C.)
 
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