03 » May 2024
Diario Río Negro
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Fernando Castro
Editor Responsable
 
  21 » Oct 2008
Capusotto y la realidad como elefante pajarito
 


Hay una definición de la palabra humor que es de las que más me gustan. Por su simplicidad y porque abarca a buena parte de las otras posibles definiciones. Las toca o las roza. Todas las restantes la contienen. Desde las más cientificistas a las más desaforadas. No sé a quién se la escuché o dónde la leí. Pero dice así: el humor es poner una cosa donde no va. Así de simple.

Diego Capusotto, quizá el más grande cómico vivo de este país, se puede explicar utilizando esa máxima. Lo que Capusotto pone en otro lugar (lo que vuelve exagerado pero creíble), es un espejo de nuestros estereotipos llevados a sus últimas consecuencias.

Por sólo mencionar dos casos, los más conocidos: toma lo más nefasto del negocio del rock y devela al músico que no duda en vender a su madre con tal de seguir viviendo para grabar un disco (Pomelo). O muestra a un montonero farandulizado (Bombita Rodríguez) que tiene una amplia discografía, que filma películas y mantiene encarnizadas disputas ideológicas en los medios, llevando al extremo lo más banal de la última historia política argentina: el grito tribunero a favor de la izquierda o la derecha, el intento de derrotar la palabra actuado por el ruido.

Esa es la exageración no desprovista de crítica con la que hace reír Capusotto. En este sentido (y en otros) es un humor muy argentino: nos muestra en estado de máxima pureza: así seríamos sin tapujos, sin filtros, sin el ridículo frenado. Esa sería la convención. O la esencia de lo que somos o podríamos llegar a ser: objetos de una desmesura que oscila entre la belleza y el horror.

Es decir, lo que Capusotto logra es meter al elefante en la jaula del pajarito. Abre la puerta de la jaulita, y mete al elefante. Es un elefante grande, como cualquiera. Pero con sorpresa uno ve que el elefante entra. Hasta se queda parado en sus cuatro patas sobre un palito que cuelga de un alambre sobre el que se hamaca, alegre, todas las mañanas. Como pidiendo alpiste. Como siendo simpático para la visita. Enseguida al elefante le salen plumas, mueve la trompa, abre la boca y en lugar de un rugido último y atroz, lo que hace es piar. El elefante dice, sí, “pío”.

Lo que Capusotto coloca en otro lugar, lo que hacer reír en su humor, es esa expresión de lo cotidiano: la del elefante enjaulado que cree y nos hace creer que lo mejor que podría pasarle, en su nostalgia de ave paquidermo, es que algún día, alguien, le abra la jaula para salir a volar.

(F.C.)
 
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  18 » Oct 2008
Casas por tres
  Tres textos de Fabián Casas, poeta, narrador y periodista argentino, natural de Boedo, hincha fanático del Ciclón.

Acá, metiéndose con el poder. Acá, mostrando lo que puede hacer cuando se pone a escribir un cuento, en un texto incluido en los Lemmings y otros, libro del que más adelante nos vamos a ocupar, y por último, en una aproximación a Juan Román Riquelme, una nota que ya tiene un par de años, pero que no parece tan desactualizada.

Digo: Román sigue tan talentoso como siempre; pero continúa demandándole al cosmos un orden que éste no está dispuesto a concederle, pongamos, cada vez que se para frente a una pelota para patear un tiro libre.

(F.C.)
 
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  14 » Oct 2008
Dos detectives en el éter
 



Roberto Bolaño (1953-2003) fue el último genio literario del siglo XX que dio América Latina. También fue el primero del siglo XXI, antes de morir y dejar una prolífica obra que ya comienza a influir a nuevas generaciones de escritores.

Autor de libros fundamentales como Los detectives salvajes, Estrella distante, Llamadas telefónicas, o la monumental 2666, entre tantísimos otros, Bolaño casi no dejó género literario sin ejercer. Fue un gran poeta, un tremendo cuentista, un magnífico novelista. Habrá que deberle por siempre unas lucidísimas lecturas de Borges, Cortázar, Vargas Llosa y Ezra Pound, y de poetas catalanes, españoles, alemanes y griegos a los que asimiló en una vida de lector insaciable y nómade, robando textos en librerías, leyendo durante la noche mientras cuidaba un camping en las afueras de Barcelona, o en el DF mexicano de los años 70, o antes de morir en Blanes, una ciudad de la costa catalana donde escribió parte de lo mejor de su obra.

Hace un par de años, de madrugada, vi en la tele una entrevista que le hicieron. Es de los pocos registros suyos en video que quedaron. Como en varias notas para la prensa gráfica, ahí volvía sobre la figura del poeta mexicano Mario Santiago (1953-1998). Me acuerdo que el periodista, otro chileno, un tipo que va a quedar en la historia por haber hecho esa entrevista, no porque haya sido grandiosa, sino porque a Bolaño se lo ve como uno puede verlo en sus libros, sin tapujos, sin prejuicios, desnudando la faceta reveladora y cruda de las cosas más sencillas, hablando como el narrador de un cuento ruso pero como si Moscú quedara en el trópico, en Centroamérica, o en una de las dictaduras tercermundistas que padecimos en Sudamérica, con cierto tono trágico, con ese color y con esa gracia del que ríe por no derramar lágrimas, le preguntó algo así como qué es ser un poeta. O puede que le haya preguntado si él, Bolaño, quería que su hijo fuera poeta. O puede que tal pregunta no haya existido. Y que por equis motivo Bolaño terminara diciendo que no aspiraría a que su hijo fuese un poeta. A que se zambullera de lleno en el fuego de las palabras. No desearía, jamás, que su hijo fuera un poeta bueno, uno grande de verdad, que supiera en carne propia qué significa ser uno.

Bolaño decía que ser un poeta y vivir como uno es una apuesta total. En esa entrevista trajo a colación el ejemplo de Santiago, la única persona que vio leer debajo de la ducha. Decía también que ser un poeta es algo como lo que Santiago decía en uno de sus versos, uno que Bolaño tomó como apertura de La autopista de hielo, un libro casi inconseguible en Argentina, como buena parte de su obra. Ese verso dice: "Si he de vivir, que sea sin timón y en el delirio”.

El caso es que estoy releyendo un libro de poemas de Bolaño, de una editorial española que hace unas ediciones bellísimas (Acantilado). El libro en cuestión se llama Tres. Y voy a hacer una cosa: voy a transcribir dos versos, sólo para compartirlos, porque me impactaron particularmente el otro día cuando los leía, no porque sean parte de lo mejor que haya escrito Bolaño.

Acaso hay poemas mucho mejores del chileno y los que a continuación transcribo hasta resulten efectistas, logren un cierto impacto, y no transmitan la esencia de su poesía. Pero hoy quiero compartir, particularmente, estos dos. Y el caso es, también, que este fin de semana Perfil publicó una nota de Santiago, que en Los detectives salvajes, es Ulises Lima, compañero de ruta de Arturo Belano, alter ego de Bolaño.

Ahí van:

40. Soñé que una tormenta de números fantasmales era lo único que quedaba de los seres humanos tres mil millones de años después de que la Tierra hubiera dejado de existir.

44. Soñé que traducía al Marqués de Sade a golpes de hacha. Me había vuelto loco y vivía en un bosque.

(F.C.)
 
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  11 » Oct 2008
Juan Perugia quiere volver
 



Por primera vez en años me propongo ver una ficción argentina en la tele. Desde cero. Desde el capítulo inicial. Con ánimo de seguirla si lo que veo es bueno, me atrae, me gusta, no me desalienta, no me hace bostezar, ni mirar para el costado, ni decirme que estoy perdiendo el tiempo, para después entregarme a un zapping y dejar de darle oportunidades. Si mal no recuerdo, la última vez que me propuse tamaña empresa (la de resistir los embates del control remoto, animal con una vida oculta muy fuerte) fue con Okupas o con Tumberos. Después nunca volví a ver una ficción local como una autoimposición, con interés. Las que vi las vi por la mitad, empezadas, tras algunas recomendaciones a las que cedí a regañadientes. A veces me pasó que hice mal en seguir esas recomendaciones y otras lamenté no haber visto la serie en cuestión desde el inicio.

Como decía, ahora me lo vuelvo a proponer. El programa es Todos contra Juan (América; Martes, 22:30). Creo que en esto tuvo que ver la postergación en que Telefé sumió a la serie durante meses hasta que recién pudo salir al aire cambiando de señal. Es decir, hubo una evolución de la noticia: Gastón Pauls estaba haciendo una ficción, la actuaba él, tuve algunos detalles de la historia y después entré a sospechar conspiraciones que planchaban el estreno. Creo que por eso termino viéndola.

Juan, lo dicho, es Gastón Pauls. (Pauls no es un tipo que me interese particularmente. Tiene otros dos hermanos. Los dos hacen cosas interesantes. Sobre todo el más grande: Alan, a quien tiempo atrás entrevisté, y es uno de los escritores imprescindibles si nos ponemos a analizar el panorama actual de las letras argentinas. El otro, Nicolás, me sorprendió hace poquito. Está conduciendo un gran programa: se llama LP, va por la Televisión Pública, no recuerdo bien qué días, y cuenta, mediante entrevistas y anécdotas imperdibles, la historia de las canciones y discos fundamentales del rock argentino. También hace un poco lo que su hermano Gastón ha hecho durante los últimos meses: mostrar su rostro bonito y contar una historia y sacarle un par de suspiros a chicas que miran la tele con la luz apagada mientras abrazan un almohadón.)

Entonces: Todos contra Juan cuenta la historia de un actor (Juan Perugia) que fue una estrella juvenil de la tele. Ya no lo es más. Quedó postergado en el olvido. En algún momento fue parte de un hito histórico de la televisión para adolescentes. Pero después de eso no pudo reciclarse. Juan Perugia es un rostro perdido en la vaga y fulminada memoria colectiva de los enfermados por la tele de los noventas. Pero así y todo quiere volver. Es un gran mentiroso y se niega a reconocer una derrota (la del latigazo del olvido) que le sucedió hace una década. Mientras sus compañeros de generación ahora son figuras consagradas, Perugia da clases de teatro a nenes a los que trata con un rigor académico del que no puede hacer gala en el mundo adulto, nenes a los que quiere develar el secreto de la actuación, posibilidad desde el vamos vedada para él, algo que barre debajo de la alfombra del autoengaño, lo que le permite ver una especie de luz a la que aferrarse para volver del ostracismo.

Pauls lo interpreta muy bien. Lo cierto es que no creo que a Pauls le cueste mucho hacer ese papel.

La serie, en su primer capítulo, jugó con ciertos mecanismos del cine documental. Y sin serlo ni por asomo, tiene un dejo de reality show: después de todo cuenta la historia de un actor, y la de otros actores que hacen de sí mismos dentro de una tira de ficción, como Mariano Martínez, Julieta Díaz y Cecilia Dopazo, entre otros que desfilaron por el capítulo inicial. Por caso, Chiche Gelblung desentraña desde el presente la historia del programa por donde pasó Perugia/Pauls, y hay entrevistas a sus ex compañeros. Todo queda en ese terreno un tanto impreciso pero atrayente en el que hay cierta convergencia entre lo ficticio y lo real.

Vale decir que como mecanismo narrativo está bueno, pero por ahora la serie sólo se remitió a describir un personaje y sumar una seguidilla de gags que surten efecto pero que, todavía, no son el componente esencial para la construcción de una historia, que es el desafío que la tira debe superar en los próximos capítulos (hay doce previstos a razón de uno por semana) para no ser presa del efecto Perugia, para no quedar en el olvido rápido y convertirse en una suerte de paradoja.

(F.C.)
 
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  09 » Oct 2008
and the winner is...
 


El Nobel, para el francés Jean Marie Le Clezio
 
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  08 » Oct 2008
Naomi, los ceramistas y el fin del mundo
 


Hace poco los obreros de la Cerámica Zanon me contaron una historia. Pasó hace algunos años. Cinco, seis. Ellos se las rebuscaban para hacer funcionar la fábrica, cuando un día llegó a Neuquén una canadiense piola, curiosa, preguntona. No venía sola. Estaba con su esposo, que la acompañaba a todas partes. El caso es que los dos no paraban de hacer preguntas y mostrarse interesados por lo que los ceramistas estaban haciendo. La canadiense se metía en la fábrica, iba a las marchas, los filmaba, los miraba tomar mate con curiosidad antropológica. Ellos la dejaban hacer con algo de descuido. Era inofensiva, y estaban más preocupados por evitar los sucesivos intentos de desalojo y obtener el respaldo de la justicia para manejar la fábrica.

Hacía varios días que la canadiense daba vueltas por las instalaciones del Parque Industrial cuando una periodista los llamó y les preguntó: “Che, ¿Naomi Klein está en la fábrica?”

Ellos, dubitativos, contestaron que efectivamente había una mujer cuyo nombre sonaba así y que hacía algunos días que los acompañaba a todos lados. Aceptaron que para ellos era una perfecta desconocida. Recién entonces supieron quién era, que tenía un libro (No Logo) que era de cabecera en buena parte del mundo para todo globalifóbico que se preciara de serlo, y que era hora de hacerle un buen asado, darle un poco más de bola, algo que, entre risas, ahora reconocen haber hecho tras la advertencia, no sin una buena dosis de cholulismo.

Klein, ahora que, según nos dicen, el mundo se cae a pedazos, se hizo preguntas interesantes en una nota publicada días atrás en La Nación.

(F.C.)
 
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  07 » Oct 2008
No ver
 


José Saramago me parece un gran escritor. Pero no lo sigo con pasión enfermiza como me ocurre en otros casos. Leí algunos libros suyos. Se sabe, recibió el Nobel (1998), dice cosas interesantes. Quizá como pocos escritores se atreve a hablar del mundo. Del orden político imperante. De los grandes temas que siempre se postergan. Los derechos humanos, el medioambiente, la pobreza a escala global. Esa conciencia muestra Saramago en sus entrevistas, que suelen estar ambientadas en su casa, en una isla oscura y volcánica donde vive y escribe. Todavía sabiendo la calidad de escritor que Saramago es, puesto a elegir me inclino por otro tipo de autores. Tengo claro que Saramago es un escritor en la plenitud de sus facultades. Un prodigio de narrador contando como quiere la historia que quiere. Con eso me alcanza.

Hay un libro suyo que en especial me parece de lo mejor que escribió. Ese libro es Ensayo sobre la ceguera. Una crítica o una alegoría de la condición humana de nuestros días. Cómo el mundo se saca los ojos a sí mismo por lo que sea, si se encuentra en aprietos, si se trata de subsistir.

Me entero de algo: esa novela ya se estrenó en los cines. El director es Fernando Meirelles, un brasileño que hizo buenas películas, y se animó a llevar el libro a la pantalla grande.

Lo cierto es que a partir de la adaptación de su novela al cine, Saramago viene recibiendo una serie de críticas. Sin ver la película (todavía), supe, leí, que una asociación de ciegos de EE.UU. cuestiona cómo se muestra a las personas que no ven en esa película. Digo "personas que no ven" porque, como ya saben los que leyeron el libro, los personajes no son ciegos, por decirlo de un modo un tanto burdo, 100%. Quiero decir: no nacieron ciegos o heredaron esa condición. Un día, por una plaga, por un virus, se van quedando, terrible e inexorablemente, sin ver, o viendo una tenue luz blanca, como la que veía Víctor Sueiro al final del túnel. Antes vieron. Un día dejan de hacerlo para tener sólo la percepción de ese blanco borroso. Saramago no se mete con quienes padecen algún tipo de discapacidad congénita o de cualquier otro tipo.

Este reclamo que ahora le hacen al portugués, que motivaría un boicot contra la película, me recuerda una vez más el escabroso tema de las críticas que se hacen a una obra de arte. Para ser más preciso: me recuerda el tipo de cuestionamientos relacionados a cómo piensa un artista dentro de una obra, algo que por contraste, es una directiva sobre lo que debió decir. Y también: un intento de erradicar una diferencia, más que un desacuerdo crítico y estético.

Creo que hay escritores y directores de cine que viven y se equivocan como cualquier persona. Acaso, de conocerlos personalmente, uno terminaría odiándolos. Y acaso también uno está en desacuerdo con lo que dicen. Esto por un lado. Por otro lado están sus obras, artefactos con vida propia y portadores de un pensamiento político, que la mayoría de las veces llega por añadidura. Detectarlo suele depender de las lecturas que soporte una obra y de sus lectores o espectadores.

Me parece, en definitiva, que no ver, también, es pedirle a la ficción las respuestas que retacea esa cosa ambigua y temblorosa que es la realidad. Esto, en última instancia, habla bien de la ficción objeto de esos dardos envenenados: una obra puede ser tan buena que hasta les sirve a otros para tratar de imponer una moral que le es totalmente ajena.

(F.C.)
 
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  01 » Oct 2008
Lectura en la ciudad del Cristo grande de madera
 
 
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