Alfaguara está recopilando los cuentos completos de Juan Carlos Onetti. Ayer, en Radar, un adelanto del libro. Arriba, un video donde el propio Onetti cuenta cómo comenzó, en su caso, todo eso de escribir libros y generar una de las obras más importantes del siglo XX en el continente, y ya no sólo tomando a los países de habla hispana.
"Hay muchas personas que, cuando dicen en su juventud "yo quiero ser escritor", en realidad lo que quieren es funcionar socialmente como escritores, eso es lo que les gusta. Tener el carné como para poder opinar, ir a congresos, tener una figura social profesional. Y encuentran que el problema que plantea eso es que tienen que escribir, cosa que no les gusta. Entonces escriben un libro cada diez años, con un gran esfuerzo, o recopilan artículos de manera que mantienen en vigencia su carné de escritor. Por eso muchas veces he dicho, cuando me preguntan por esto, que no me gustan los escritores que no escriben. Porque veo que hay escritores que funcionan como escritores y que en realidad no son escritores de vocación. Y en mi caso, que he publicado tantos libros, pequeñitos pero tantos, hay como un rechazo contra mí por ser muy prolífico. Un amigo me decía, cuando le dije que venía a México a participar en cosas públicas: "Llevá un revólver, y cuando empieces a hablar, ponelo sobre la mesa y decí: la primera vez que se pronuncie la palabra ?prolífico?, me pego un tiro. Así los vas a tener controlados". Porque prolífico ahora se ha vuelto un término despectivo. Si es prolífico, no puede ser bueno. Pero eso viene justamente de todos esos escritores que no escriben y que se defienden así. ¿Qué otra cosa puede hacer un escritor que escribir? Es decir, si lo que escribe se publica, es porque hay algún interés en publicarlo, algún editor interesado, algún lector interesado en leerlo. Así que no veo el motivo para despreciar lo prolífico".
Extracto de la imperdible entrevista a César Aira, que publica todos los años al menos un libro desde hace varios. El texto completo, en la última edición de ADN.
Además de entrevistador de chicas del momento (siempre exuberantes en sus curvas, siempre titubeantes, cándidas y vergonzosas en sus respuestas triple equis), además de protagonizar irrupciones escandalosas en los resúmenes televisivos vernáculos (la mayoría de las veces vinculadas a declaraciones en torno a su vida privada o la de los argentinos que viven en la pantalla), Jaime Bayly –Lima; 1965– suele encontrar el tiempo suficiente para escribir novelas.
De hecho, antes de desfilar por buena parte de la programación rosa, antes de someterse a inefables intercambios con Samuel Gelblung (“Debo decirte, Chiche, que frente a ti, me siento absolutamente heterosexual”), Bayly ya había ganado el premio Herralde de novela (1997), un galardón que premia parte de lo más interesante de la literatura iberoamericana, una caracterización que responde más a la procedencia geográfica de un escritor que a una filiación literaria (la pluralidad de voces y estilos que proliferan en Latinoamérica en nada se parecen a una corriente estética; son, pese al empeño de los etiquetamientos editoriales, parte de una tendencia en donde si algo se encuentra es diversidad).
Cuando llegó a la televisión argentina, Bayly ya tenía cuatro novelas publicadas, y en el mejor de los casos el grueso de todos nosotros sólo lo registraba como ese tipo con cara de libidinoso que –luego lo supimos– solía relamerse los labios frente a los entrevistados que invitaba a su programa, como degustando por anticipado las respuestas a las preguntas que –quizá– se le ocurrían sobre la marcha, y que no eran otra cosa que un martillo entre signos de interrogación.
Bayly también fue el tipo a quien Mex Urtizberea preguntó aquello de: “¿Eres bala?”, es decir le preguntó si era gay, pero en un tono jocoso, como esperando que, por el solo hecho de llamarse Jaime Bayly, y por estar frente a una cámara, al peruano le resultara imposible esquivar el señuelo de otro escándalo. Y lo que más bien ocurrió fue lo contrario, o en todo caso nada de lo que se esperaba de él: Bayly se ofuscó y hasta se mostró ofendido por la pregunta.
Todo esto para decir que termino de leer La noche es virgen. Y parte de ese Bayly ciertamente impúdico de la tele se deja ver en un libro que tiene un fuerte sesgo autobiográfico, con un narrador-estrella-de-televisión-bisexual-drogón, y con una historia que transcurre, como una road movie urbana (si tal cosa fuera posible) por las sórdidas calles de Lima, con sus limeños “feos”, con sus dealers en cada esquina, y sus hedores igual de reprochables, según dice cada vez que puede Gabriel Barrios, el alter ego de Bayly en la novela.
El libro (no recomendable para señoras/es que tienen el escándalo fácil o inmanejable) cuenta la historia de un amor más o menos tormentoso: Barrios queda flechado por un antihéroe rocker con el que se encama una noche de -¿puedo decirlo?- desenfreno, tras un recital en El Cielo, a donde el protagonista del libro va cada vez que puede a tomarse sus "cocacolitas bien heladas". El resto es una cuenta regresiva: el tiempo –un tiempo cuyo paso a Barrios le duele en la piel– que resta para que pueda ver de nuevo a Mariano, una posibilidad para la que valen todas las estrategias.
La noche es virgen está escrita con una prosa súper legible. Bayly, por momentos, logra un efecto hipnótico que recrea la transcripción de un desaforado monólogo contado al oído, uno de los motivos que impiden dejar de leer el libro.
En definitiva, el tema de la novela sería la imposibilidad de cierto amor, algo que también podría leerse como una crítica a la estandarización de preceptos morales que colocan en el lugar de la culpa a quienes gozan de una sexualidad para nada identificada con los moldes que en los 90 recién comenzaban a ser socialmente aceptados.
Es un libro, además, con cierto dejo a fiesta menemista, como sonido ambiente y de fondo (Bayly escribió el libro cuando Alberto Fujimori era presidente de Perú), y que recrea la pobreza de los países de esta parte del continente, y los conflictos internos peruanos, como el de la guerrilla y las bombas estallando en cualquier esquina. Se trata de estampas y paisajes que facilitan el despliegue de un lenguaje muy rico en su sonoridad, puesto al servicio de una historia bien contada: el laboratorio del lenguaje supeditado al servicio de una historia.
Parte de lo más innovador de la historia de la televisión quedó en manos de un grupo de muñecos (The Muppets). Se extraña ese tipo de humor que llega a tener una connotación diferente según quién sea el que esté mirando. Para más prueba, remitirse al video de arriba.
"No estoy seguro de cuál fue exactamente el origen, el impulso inicial que me llevó a intentar la novela luminosa, aunque el principio del primer capítulo dice expresamente que este impulso procede de una imagen obsesiva, y la imagen es suficientemente explícita como para que el lector pueda creer en esa declaración inicial. Yo mismo debería creerla sin ningún tipo de vacilaciones, pues recuerdo muy bien tanto la imagen como su condición de obsesiva, o al menos de recurrente durante un lapso lo bastante prolongado como para que me hubiera sugerido la idea de obsesión."
Así empieza el prefacio que Mario Levrero redactó para La Novela Luminosa -libro del que escribí algo a principios de año-, y que la librería Eterna Cadencia transcribió en su muy recomendable blog. Acá el texto completo.
Martes 24 de noviembre, 19.30 hs en Casa de la Lectura (Lavalleja 924; BS.AS.).
Jorge Dubatti hablará sobre el libro y Leonor Manso y Martín Urbaneja leerán una escena de Bajo un manto de estrellas. Coordina: José Miguel Onaindia.
«No se ha recuperado aún al Puig dramaturgo como éste lo merece. Se sabe que los campos de la literatura y el teatro no funcionan de la misma manera, que poseen lógicas, dinámicas e instituciones diversas; el campo literario ha dado fecundas señales de su interés por Puig, no así el teatral. Para los teatristas argentinos Manuel Puig sigue siendo un novelista rutilante, pero, en el mejor de los casos, un dramaturgo secreto. Puig dramaturgo no ha terminado aún su exilio.
El regreso de Puig dramaturgo contribuye a ampliar la imagen del teatro nacional, que debe incluir en su seno la producción de los creadores argentinos que trabajan fuera de la Argentina. No un teatro argentino sino teatro(s) argentino(s), más allá de las fronteras geopolíticas, e incluso en fronteras internas. Teatro del exilio, teatro cosmopolita, teatro internacional o supranacional. Bienvenida sea, de la mano de Manuel Puig, la formulación de otra cartografía para nuestro teatro.» Jorge Dubatti
Teatro Reunido incluye El beso de la mujer araña, Bajo un manto de estrellas, Misterio del ramo de rosas, Triste golondrina macho, Un espía en mi corazón (inédita)
Prólogo: Jorge Dubatti