04 » May 2024
Diario Río Negro
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Fernando Castro
Editor Responsable
 
  04 » Nov 2008
Humo, choripanes y banderas
  Un jueves cualquiera

Es un jueves como cualquiera, porque cualquier jueves en Neuquén puede haber una marcha que junte a cinco mil personas. Lo que también puede suceder cualquier jueves es que haya cuatro parrillas repletas de chorizos con sus respectivos asadores y una mujer haciendo papas fritas en la vereda de la Gobernación y sus cercanías.

Hay un grupo de empleados estatales que no quisieron hacer todo el recorrido que sí dieron o darán otros miles de manifestantes más disciplinados o comprometidos. Los tipos hablan de fútbol, se hacen chistes de empleados públicos, intuyo; hablan de pequeñas roscas políticas que despiertan mil suspicacias para el que no las conoce, y que derivan de otras roscas más grandes que las provocaron. Y ahí se podría pensar en tipos que visten trajes un tanto baratos, pero un traje es un traje, aunque se ajuste al buen gusto de un funcionario de segundo o tercer nivel, y un mameluco es un mameluco.

El grupo de empleados públicos se pregunta por personas cuyos apodos remiten a animales exóticos a los que sería imposible encontrar en la Patagonia, y por eso cabe pensar en los rostros exóticos de los portadores de esos apodos-castigos. Hay una sensación de búsqueda o de propuesta de asado siempre listo para ser comido que se desprende del porte, la actitud ante la vida, y me animaría a decir que hasta de las palabras que los tipos usan para gastarse las chanzas ruidosas que se hacen. Los tipos visten chaquetas azules, como si trabajaran arreglando caños de agua en la calle, o ampliando o reparando el tendido eléctrico. Ahora, como buenos observadores del asado ajeno, hablan de cómo deben hacer el fuego los cuatro parrilleros que hay apostados sobre las calles La Rioja y Roca.


El tamaño no importa

“El tamaño es lo de menos”, me dijo Marcelo, vendedor de choripanes, 43 años, cinco hijos, dos de los cuales andan para todo lados con él, como ahora, empujando conservadoras por la vereda, trayendo agua, buscando cambio, corriendo las brazas. Marcelo dice lo que dice y después hace algo parecido a un guiño, que en realidad es un guiño y medio, porque el otro ojo también se le cierra a medias, es decir es un mal guiñador de ojos, o hace un guiño de mal comediante, y señala con su Tramontina sin dientes y de afilado quirúrgico, un pan abierto por la mitad que tiene en su mano izquierda: adentro hay un chorizo humeante y naranja que parece pintado con soplete. “Lo que sí importa es que no haya mucho viento, por la ceniza ¿viste? Pero tampoco que no haya nada de viento me sirve. Que haya lo suficiente para que se sepa que los estamos haciendo” dice, y apunta con el mentón hacia un lugar que puede encontrarse a una o dos cuadras de distancia, siempre en dirección al centro, y que en realidad quiso significar los treinta metros previos a la Gobernación, el sitio donde uno suele enterarse si hay o no gente cocinando.


Burbujas y embutidos

Uno podría medir el impacto que tendrá tal o cual paro, tal o cual movilización, de acuerdo a la cantidad de puestos de choripán (o más bien: de tra-ba-jo) que anteceden la llegada de una marcha. Vale decir que hay una pequeña industria que los coletazos de la crisis económica de 2001 y la financiera actual generaron en Neuquén. Gente –los choripaneros– nutriéndose de la desgracia o disconformidad de otra gente. Es más, podría decirse que acaso la incertidumbre financiera ha estimulado a personas que, por falta de mejores oportunidades para conseguir su sustento, salieron con sus parrillas a la calle. ¿Cuántos chorizos más se venderán en una marcha como la de hoy por la explosión de la burbuja inmobiliaria estadounidense? ¿Cuántas otras burbujas innominadas provocaron la venta de otros tantos chorizos? “El valor de los capitales de los grandes pulpos bancarios e industriales se ha caído en picada”, dice el volante, uno entre tantos, que me entrega un chico del Partido Obrero, a mí y a otras personas que hacen lo mismo que yo al recibirlo, miro y miramos el papel sin mirar, con un gesto mecánico, y lo guardo en mi anotador, y recién lo vuelvo a ver cuando llego a mi casa y me siento a escribir esto, y concluyo que hay palabras y gente que estuvo en el lugar que tenía que estar, aunque sea, casi, de modo subliminal, o a propósito.


Hipérbole

Son cinco mil personas, pero les cuesta conseguir un acuerdo que eche raíces mucho más abajo que la superficie que están representando todos juntos en la calle.

Hay rencillas internas en esta marcha que este mediodía repleto de humo y chorizos llega a la sede del poder político, con sus grandilocuentes equipos de sonido, con los agitadores multiplicando por cuatro las concurrencias reales, las de los empleados públicos y los docentes, con esas banderas y el sistema de privilegios y atributos que rige que alguien pueda portar una, con la machacante e interminable distorsión de la Bersuit (“Se viene el estallido…”), y con una euforia y un tono de voz que en los equipos de sonido trata de mitificar un presente que por el contrario, apaleado por la exageración adrede, entra en crisis, se pregunta a sí mismo si es tan así, nos pregunta o impone a todos si es tan así, y en el camino nos deja un poco más sordos.


Un ícono

Hay, con todo, un punto evidente de encuentro. Después, cuando hablen, cuando se suban a un camión, cuando cada uno diga lo suyo en los discursos (las proclamas sectoriales, las réplicas que serán carne de cañón de los titulares del papel, mañana, o de las radios dentro de un rato, o de los medios digitales, canon informativo que casi es sinónimo de "hora mismo", ¿no?), el único punto de unión en concreto, profundo, e indiscutido, algo que acaso no excede el ámbito de esta marcha, está vinculado a la muerte y a un pedido de Justicia. Si hay algo en lo que todos están de acuerdo, es en saber qué quieren que no pase.

Se constata, en cada marcha, desde el cuatro de abril de 2007, una reafirmación en torno a ese concepto. En la de este jueves cualquiera se resume en lo siguiente: dos pibes (no más de quince años) tienen unas mochilas negras que les llegan, por la espalda, hasta la cintura. Quizá sean estudiantes. Quizá sean hijos de algún docente, o militantes de izquierda. Lo que hacen tiene lugar apenas la marcha comienza a descomprimirse. Ya todos hablaron. Todos hicieron su, por decirlo así, negocio. Todavía el humo de los chorizos es evidente. Porque como dije: había cuatro parrillas funcionando a pleno. El caso es que estos dos chicos pegan fotos de Carlos Fuentealba en la puerta de la Gobernación. Primero una, luego otra y otra, después dan un paso atrás y en un gesto que imita el reclamo de mayor perspectiva que debe hacer un pintor o un escultor para ver cómo va quedando su obra, para verla en su totalidad, toman distancia para observar con más amplitud algo que es un símbolo: una puerta de madera, un rostro, un pedido de Justicia. La medida de lo que no se quiere más fijada por dos casi nenes, que en un típico gesto adolescente y no tanto, terminan sacándose fotos de ellos mismos pegando las fotos, cuando ya casi no queda nadie en la Gobernación, cuando la mujer que hace las papas fritas se come parte de las que le quedaron sin vender y su esposo se toma el último trago de la cerveza que ya se había ganado, mientras tira agua en las pocas brazas prendidas que le quedan en su parrilla.

(F.C.)
 
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  03 » Nov 2008
El Herralde y su nuevo dueño
  El prestigioso premio Herralde de novela, otorgado por la Editorial Anagrama, este año quedó en manos del mexicano Daniel Sada.  
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  31 » Oct 2008
El Poeta Azul
 

Hay títulos insuperables. "El Poeta Azul" es uno de esos títulos. No me pertenece. Y de ningún modo podría mejorarlo.

Me llegó en un texto, un documento de word, letras azules sobre fondo blanco. Un parte de prensa policial. Habla de un mayor de la policía de Neuquén: Víctor Andrés Elgueta.

De él alguien dice lo siguiente: ingresó a la fuerza en 1978 y más adelante, a partir de "la tibieza de su madre y la figura de su padre" tomó inspiración suficiente para "escribir en letras los sentimientos de su corazón". Esta conmoción, acaso una marca del destino, determinó que en 2004 comenzara a dar forma a sus primeros versos.

El propio mayor Elgueta se ofrece a sí mismo como testimonio viviente de lo que la poesía puede obrar en un hombre: "Yo antes saludaba a mi padre dándole la mano, ahora puedo acercarme, darle un beso y abrazarlo", confiesa con un desparpajo poco habitual entre sus pares de la fuerza.

Se ve que de chiquito, como ocurre en los predestinados al arte, hizo gala de sus aptitudes para la cultura: el parte policial dice: "incursionó en los escenarios improvisados de la escuela primaria, era actor que nunca faltaba y muchas veces el más esperado". "Sus maestros -sigue el texto-, se emocionaban cuando lo escuchaban".

Su prosa, y el ejemplar que la reúne, hablo de "La vida en poesía", sigue siendo para mí un misterio. No obstante, como adelanto, pude saber que "el quehacer diario en la fuerza policial, sus compañeros, los que están y los que partieron, son la fuente inagotable" que lo nutren y "lo inspiran a seguir escribiendo".

Alguien, al parecer un grupo de periodistas, o un hombre con pruritos injustificados para escribir en primera persona, dice en el mismo texto: "le preguntamos si estas historias, las que narra en sus poemas, lo tentaron alguna vez a cambiarles el final", sobre todo asumiendo que no son pocos los epílogos, los finales, que no terminan como "todos anhelamos".

Entregado de lleno a la huestes del realismo, Elgueta, firme, marca una postura que, como casi todas, son una autodefinición: "Las historias son tiempos vividos que empiezan y terminan, eso no se cambia", considera.

El mayor dice que es un "versificador", es decir, "el que tiene la capacidad de hacer versos y recitarlos" y, "explotando la observación y lo que le conmueve", hace algo con "lo que queda grabado en arrugados papeles blancos que nunca faltan en sus bolsillos".

(F.C.)
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  31 » Oct 2008
Otro Bolaño
  Entonces, parece que hay otro libro póstumo de Roberto Bolaño. El camino de su posible publicación recuerda una de esas intrigas literarias que tan bien supo contar, como al inicio de 2666 (segundo texto suyo editado luego de morir a los 50 años, ya que antes habían salido los relatos reunidos en El gaucho insufrible) o en los magníficos cuentos de Llamadas telefónicas.  
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  29 » Oct 2008
Pequeña Gran Maga
 


Hay artistas cuya obra es recomendable medir en términos de tiempo. Esperanza Spalding es una artista de este tipo. Sólo tiene 24 años, y más allá de su rotunda y contundente actualidad, uno no puede dejar de hacerse preguntas sobre su futuro. Es decir, tiene, si quiere, entre treinta y cuarenta años más grabando discos. Pero ya se come el mundo.

Por lo joven que es, impresiona la amplitud de su repertorio, lo que no hace otra cosa que hablar de la amplitud de su cabeza y de su refinado y cultivado gusto musical, algo que no le impide mover las caderas entregándose de lleno al más rabioso funk.

Ayer por la noche, dejó al Teatro Español en llamas. Tocó, básicamente, jazz, pero también regaló una chacarera (sí, una chacarera), una bossa nova, una baguala (dijo, en un dulcísimo español, lo siguiente: "la persona que más admiro en el mundo de la música es Liliana Herrero”, con quien estuvo en Buenos Aires y quien -es evidente- resulta una influencia ineludible en la música que hoy derrocha).

De Esperanza se saben un par de cosas: que a los 20 era profesora en la Berklee School of Music de Boston. Que nació en 1984, en Portland. Cuando era una nena, a los seis años, estimulada por su mamá, comenzó a estudiar música. Una de las primeras cosas que hizo fue tocar el violín. A los quince, cambió por el contrabajo. Tiene dos discos, Junjo (2006) y Esperanza (2008). Y está más que clarísimo: como todo talento descomunal, constituye, ella misma, su propio techo.

El fotón, es de Leo Petricio


(F.C.)
 
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  28 » Oct 2008
Saccomanno y la rejas del fin del mundo
 


"Traslados se los llama. En la Penitenciaría Nacional se sabe que el castigo más temido es que a uno lo trasladen a “La Tierra”. Después de una revisación médica y la cena, se informa a los presos quiénes serán trasladados al presidio de Ushuaia. En la mañana tienen que juntar sus cosas, someterlas a inspección y después son engrilletados con unas barras de acero que no permiten avanzar más de quince centímetros. Al rato los condenados no sólo tienen despellejados los tobillos. También el alma. A cada preso lo vigilan dos guardiacárceles. Se los sube a un barco, se les entrega un zambullo para sus necesidades y se los encierra en la bodega donde habrán de hacinarse y enfermar sumidos en un hedor de letrina. A José Domínguez le dieron veinticinco años. En una mañana caliente y nublada de febrero cuando lo sacan de la celda está decidido a escapar. En el puerto, al subir la planchada del 'Buenos Aires' salta a un lado. El peso de los grilletes lo hunde. Arrancarán su cuerpo del fondo del río recién al otro día."

Así comienza la crónica de Guillermo Saccomanno, en la que mezcla su historia personal, la de la Cárcel del Fin del Mundo, y la de cómo el horror también puede ser negocio. El resto del texto, publicado en el suplemento Radar de Página/12, acá.
 
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  27 » Oct 2008
La petropolítica
 

El miércoles, a las 19,30, las autoras presentan el libro en el Salón Azul de la Biblioteca de la Universidad Nacional del Comahue.
 
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  26 » Oct 2008
La garra charrúa
 


No es que me esté poniendo monotemático con Capusotto. Sólo que en Uruguay abrieron un blog y juntaron firmas para que pasen a Pomelo y Bombita Rodríguez en el canal estatal. Y ganaron.
 
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