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Diario Río Negro
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Fernando Castro
Editor Responsable
 
  15 » Dec 2008
Raymond Carver y el mundo como una amenaza
 


"El mundo es una amenaza para muchos de los personajes de mis historias. La gente que elijo para escribir siente una amenaza, y creo que la mayoría de la gente siente al mundo como un lugar amenazante", dijo alguna vez Raymond Carver, uno de los cuentistas imprescindibles a la hora de abordar la enorme historia de la literatura estadounidense.

Su afirmación tiene, fundamentalmente, una razón determinante. Y es que Carver (1936-1988), como un puñado de sus contemporáneos, observó que los límites del "sueño americano" comenzaban a contraerse, y acaso el gesto siguiente a esta percepción fue contarlo todo con una crudeza con pocos antecedentes entre los escritores de su generación: Carver es, ante todo, las pocas palabras que le bastan para patearle el pecho a alguien, y es el dueño de una obra próspera en silencios que de todos modos terminan leyéndose.

Carver -así- como escritor de historias en cuyo germen se encuentran varios tipos de violencia y que transcurren en centros urbanos que parecen difuminarse entre el humo que emana de fábricas a punto de cerrar y los quejidos borrachos de quienes trabajan en ellas. Es decir, fue uno de los encargados de poner en palabras lo ya perfectamente visible: que las promesas de la época dorada hollywoodense no se podían cumplir tan fácilmente, que la vida en general empeoraba. Y precisamente porque el mundo se tornó cada vez más peligroso es que los personajes de Carver lo presienten.

Esta idea central es la que subyace el grueso de sus cuatro libros de relatos: ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor? (1976), De qué hablamos cuando hablamos de amor (1981), Catedral (1983) y Tres rosas amarillas (1988).

Prodigio de la concisión, en el primero de los libros Carver escribe cuentos con la resaca sangrienta de la guerra de Vietnam y con un inminente estallido nuclear latente en las pantallas de tevé de los desocupados del primer mundo (sus latas de cerveza, su fútbol americano, sus concursos televisivos antes de ir a dormir).

Decir esto puede llevar a confusión: si bien el tema de Carver no es la guerra, en sus cuentos se trata de asistir a cómo opera una en el plano del lenguaje. Se sabe: el reguero de secuelas económicas, políticas y sociales y cómo eso puede quedar plasmado en un diálogo sin que un personaje deba decir la palabra "bomba". Así lo que se lee es una senda de escenas-polaroids que son prueba de determinada puesta en crisis.

El libro fue escrito durante unos 15 años de infatigables correcciones. Son cuentos escritos con un lenguaje sencillo y preciso. Narran situaciones corrientes, y, otra vez, se muestran tan poderosos en lo que callan como en lo que dicen, y tal vez esta sea una de las razones por las que adquieren, por momentos, un rasgo perturbador.

Sus personajes huelen a whisky y cigarrillos; hay, por caso, parejas épicamente disfuncionales, gente asistiendo ácidamente a su postergación en el tedio de su existencia diaria; cazadores de algún pueblo olvidado, vecinos envidiándose lo poco que tienen, perezosos aprovechándose de sus esposas, y adolescentes de 40 años que no pueden independizarse de sus padres.

Con un apacible y lacerante escepticismo, y con una técnica directa como un flechazo, por fuera de cualquier adorno estilístico, Carver le da vida a un coro de perdedores anónimos, que a cada paso parecen preguntarle al mundo por qué se olvidó de ellos.

(F.C.)
 
Categoría : Lecturas aleatorias | Comentarios [1]
 
 
Comentarios
  El editor
  Por : Mario | 18 » Dec 2008 | 05:11 pm |
  Hace un tiempo salio una nota en el suple de cultura de Perfil. Creo que era de Baricco (autor, entre otros libros, de "Seda").
Habían repasado los textos originales de Carver para compararlos con el resultado final tras pasar por manos de su editor.
Tenian sensibles cambios. De modo que ese tono carveriano estaba muy marcado por la correccion de su editor.
No recuerdo a qué etapa pertenecian, tal vez fueran de una etapa en la que Carver ya era un autor consagrado y su editor se encargaba de que lo que funcionaba siguiera funcionando para no afectar su negocio literario.
 
 
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