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19 » Jul 2009 |
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Diario de la gripe del cerdo (6) |
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Diario: por motivos que no viene al caso explicar aquí (si bien un diario es, por definición, la plataforma ideal donde todo intentar explicarlo) tuve que subir a un par de aviones en los últimos días. En uno de esos vuelos, un vuelo que unía Buenos Aires con la ciudad de Comodoro Rivadavia, me tocó ver lo que relato a continuación: ya estábamos todos los pasajeros sentados en nuestros incomodísimos asientos, mucho silencio, muchos ojos dirigidos a las cándidas revistas que las líneas aéreas ofrecen a los viajantes, uno de esos bodrios con actores de larga trayectoria en la tapa, con abundante información sobre los últimos adelantos tecnológicos que hay que comprar; ese decálogo de notas bobaliconas, paisajes, y fotografías, que busca, en el mejor de los casos, cambiar el nerviosismo propio que subyace a la inminencia del vuelo, o al vuelo mismo, por una visión del mundo más o menos alta costura, alto consumo, si se lo piensa bien, un espanto si es lo último que uno va a leer en este mundo. Lo cierto, diario, es que estábamos en eso, cuando de pronto una azafata rubia-danesa-policía-femme fatale, dice que por disposiciones del gobierno de Chubut debíamos completar un documento: en él, obligatoriamente, debíamos indicar si habíamos experimentado alguno de los siguientes síntomas: tos, fiebre, dolores musculares, vómitos, jaquecas pronunciadas, es decir, el abc de la gripe del porcino; además fuimos obligados a dejar nuestro domicilio, nuestro teléfono, nuestro correo electrónico, el nombre de alguien que pudiera ir a rendir cuentas por nosotros –su teléfono, su dirección–, y consignar a qué parte de Chubut íbamos, y por último: ¿había el pasajero hecho un trasbordo o permanecido en otra ciudad antes de tomar el vuelo? Era necesario firmar de puño y letra y se nos anticipó que a la llegada alguien del ministerio de salud local requeriría la antedicha información. Obedezco: completo la planilla y la dejo entre dos hojas de la revista de la línea aérea. Tras esto, empieza una larga espera dentro del avión, todavía sobre la pista, con las turbinas en marcha. Media hora, cuarenta minutos. Especulaciones de qué sería lo que demoraba el despegue comenzaron a propagarse en cadena desde todos los asientos. Fila por fila, las quejas, los suspiros, las miradas hacia adelante y atrás, yendo y viniendo como olas, como un estrafalario ballet, parecían, en su afinada coordinación, las piezas de una de esas fantásticas e idiotas coreografías realizadas con fichas de dominó en las que las asociaciones de nerds suelen volcar toda su líbido, así, sin pedir permiso, siendo ellos por primera vez, las fichas bajando y subiendo por las escaleras de un gran hotel, uno de esos eventos que con particular insistencia suelen dar vida a los tiempos muertos de los noticieros (¿Qué querrá decir la emergencia de tal desparpajo en un televisor?) El avión: esos rumores, esa mala onda, esa impaciencia y la espera propia de avión estancado, antecedieron a lo siguiente: de pronto un pibe de unos 25 años pasó caminando en dirección a la puerta delantera de la aeronave. Todos vimos cómo abajo volvía el mismo colectivo que nos había llevado al gigante alado. El joven (¡horror de horrores de los pasajeros!) cruzó con un barbijo sobre su rostro por el estrechísimo pasillo, rozando a su paso las ropas y brazos de los pasajeros sentados. El pibe: ropa suelta, ropa hip-hopera, gorrita, zapatillas Adidas de charol blanco, y un gran -insisto- barbijo sobre la boca, y su equipaje de mano. La azafata bella como una arpía lo vio llegar a la puerta. Y le entregó el papel que nos habían dado para llenar. Lo bajaron del avión, y no volvió nunca más. Más murmullos, obviamente, cruzando el avión. Mujeres rezando una indignación porque al chico le habían permitido subir. Especulaciones de esas mujeres: ¿estaremos todos contagiados? Lo siguiente fue lo que sigue: una voz del comandante, una voz de tipo hablando desde otro pliegue de la realidad, o mejor, como si en otro pliegue de la realidad lo que nos dijo fuera una publicidad; dijo: “damas y caballeros les pedimos disculpas por la demora. Les informamos que tenemos óptimas condiciones de vuelo. Y que estaremos llegando al destino previsto aproximadamente a las 17 horas. Les pedimos nuevamente disculpas por la demora, que se debió a que un pasajero que estaba a bordo, no se sentía bien. Gracias, disfruten del vuelo”. |
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Categoría : H1N1 | Comentarios [1]
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Muy Bueno |
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Por : Federico | 22 » Jul 2009 | 10:45 pm |
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Pasaba para FELICITARTE por la nota de la plataforma. Muy muy buena. Uno puede meterse unos minutos en esos pasillos angostos, ganar diez lucas y pensar que si se cae la estructura algo te puede morfar en el mar o, lo que es peor, encontrarte con alguna víctima del Air France que cayó en Brasil.
El post de arriba viene en la misma sintonía. Me pareció tremendo!!!
Abrazo. |
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