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27 » Sep 2008 |
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McCarthy en los supermercados |
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Cormac McCarthy, rey de los desiertos, escultor de silencios, de la violencia, la maldad, de todo el odio que pueda caber en un humano, retratista experto de caballos, vaqueros, crepúsculos, asesinos a sueldo o porque sí, de las putas de estos asesinos, y de los coches negros y largos que utilizan para ir a matar por drogas, por amor, o por lo que sea, es de los pocos tesoros ocultos que uno puede encontrar (como un error sin claves para ser explicado), debajo de una pila de libros que jamás va a leer, en la góndola de un hipermercado, entre plasmas de cincuenta pulgadas y películas superbaratas.
Franqueado por autores de autoayuda, dioses blancos del marketing empresarial y gurúes de la India que sonríen inocencias beatíficas desde otro tiempo, hay en especial un libro suyo que se puede hallar con la ventaja adicional de costar la mitad de lo que vale en cualquier librería, y ese libro es Ciudades de la llanura, de la interesante editorial española Debate, que editó buena parte de su obra.
Está claro que leer ese libro supone pasar el filtro de las primeras veinte páginas de una traducción repleta de españolismos. Pero la novela es tan buena, y está tan bien contada, que de a poco permite dejar de lado lo que en un primer momento sería un obstáculo.
La historia que cuenta es la de John Grady, un vaquero que vive junto a otros en una hacienda del sur de Estados Unidos. Son hombres hoscos y duros. Están cerca de México. Y por eso es un lugar donde el inglés puede tomar algunas palabras del español. Estos vaqueros, John Grady y sus amigos, parecen estar dispuestos a hablar sólo de cosas esenciales. Hablan poco y profundísimo. Y este es uno de los grandes logros de la novela: llevar al terreno del lenguaje el desierto, las grandes extensiones, la parquedad de un territorio hostil. El traslado de una geografía y una climatología al lenguaje. Vaqueros que hablan sólo cuando encuentran el valor suficiente para romper el silencio que es tan perfecto así, cruzado por el viento cálido que arrastra la arena.
Grady sale a buscar un amor. Una joven que trabaja en un burdel. La novela, la trama central de la novela, podría estar dada por cómo hace él para sacarla de las garras mafiosas que manejan a esa chica. Y cómo hace él para poder irse con ella, y el costo y las consecuencias que eso podría suponer. Pero hay otra historia que cuenta la novela: la de la transición a la modernidad de quienes doman a sus caballos, arrean su ganado, mascan tabaco mientras contemplan las estrellas, cosechan lo que comen y duermen sobre fardos de pasto. ¿Qué harán a finales del siglo XX? parece preguntar McCarthy con su novela, ambientada en los años cincuenta.
Ciudades de la llanura (1998) es la última entrega de la llamada Trilogía de la Frontera, como se conoce a la seguidilla de novelas que McCarthy (Rhode Island; 1933) publicó a partir de 1992. Esa trilogía fue iniciada por Todos esos hermosos caballos (1992) y En la frontera (1994).
El año pasado McCarthy, que fue becado por genio, que mantuvo un rigurosísimo perfil bajo hasta hace muy poco, que dio tres entrevistas en su vida, y del que se han tejido mitos proporcionales a su silencio (se dice que vivió en una torre petrolera), recibió el premio Pulitzer. Fue por su novela La carretera (Mondadori), que está claro, no es de lo mejor que escribió, pero así y todo tiene algunos destellos dignos de sus mejores libros. Cuenta la historia de un padre y su hijo en un escenario post-apocalíptico, una rareza para sus temas anteriores.
En Argentina, su salto a la fama siguió con otro grandísimo libro (anterior), No es país para viejos (No country for old men), recientemente adaptado al cine por los hermanos Joel y Ethan Cohen, una película que está bien, que hay que ver, pero que como ocurre casi siempre, nada tiene que hacer frente a la novela.
(F.C.) |
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Categoría : Lecturas aleatorias | Comentarios [0]
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