Una crónica de John Cheever (de quien escribí algo acá) sobre cómo Nueva York comenzó a cambiar después de la Segunda Guerra; y la publicación de una nueva y al parecer insuperable biografía sobre el estadounidense, apología a cargo de Rodrigo Fresán.
Ernesto Cardenal ganó hace tres días el premio Pablo Neruda. Y me acordé que es el autor de un par de, por decir lo menos, inquietantes versos que recuerdo cada vez que veo una foto de Marilyn.
Cardenal es el autor de ese poema, oración, oda, que al principio dice eso de: "Señor recibe a esta muchacha conocida en toda la Tierra con el nombre de Marilyn Monroe, aunque ése no era su verdadero nombre" y que un par de versos más adelante regala la siguiente, perturbadora imagen (sobre todo si tenemos en cuenta que Cardenal, ¡valga la redundancia!, es un cura):
"Ella soñó cuando niña que estaba desnuda en una iglesia (según cuenta el Times) ante una multitud postrada, con las cabezas en el suelo y tenía que caminar en puntillas para no pisar las cabezas.
Tú conoces nuestros sueños mejor que los psiquiatras. Iglesia, casa, cueva, son la seguridad del seno materno
pero también algo más que eso..."
Abajo, el poema completo, leído por el propio autor.
La editorial Anagrama va a publicar cuentos de Raymond Carver tal como eran antes de la drástica poda a que los sometió su editor, Gordon Lish. El caso es que con esos tijeretazos (se dice que sacó tan sólo de una colección de relatos cerca de cinco mil palabras) fundó toda una literatura. Como sea, y más allá de los debates sobre cuál de los dos fue el genio, me parece que lo mejor es seguir leyendo a Carver, tal como era, uno de los mejores cuentistas del siglo XX, y después también leer los originales, que algo van a dejar seguro. Lo que terminó tan bien no pudo comenzar del todo mal.
Ñ, de Clarín, publicó un ejemplo para explicar el tenor de la poda:
La versión oficial
L. D. se puso la bolsa bajo el brazo y cogió la maleta.
- Sólo quiero decir una cosa más - empezó.
Pero le resultó imposible imaginar cuál podía ser aquella cosa.
La versión original
L. D. se acomodó otra vez la bolsa de afeitar bajo el brazo y volvió a coger la maleta.
- Sólo quiero decir una cosa más, Maxine. Escúchame. Recuerda esto: te quiero. Te quiero pase lo que pase. También te quiero a ti, Bea. Os quiero a las dos. Permaneció quieto junto a la puerta y sintió que sus labios empezaban a temblar al intuir que quizá era la última vez que las veía.
- Adiós - dijo.
- ¿A esto llamas amor, L. D.? - dijo Maxine. Soltó la mano de Bea. Alzó el puño. Sacudió con fastidio la cabeza y hundió las manos en los bolsillos del abrigo. Le miró fijamente y después deslizó su mirada hasta algún punto en el suelo, junto a los zapatos de él.
Sintió un escalofrío al darse cuenta de que a partir de ahora la iba a recordar siempre así, como en esta noche. Era horrible pensar que el resto de su vida ella sería para él aquella mujer indescifrable, una figura muda con un largo abrigo, de pie en medio de una habitación iluminada, con los ojos bajos.
- ¡Maxine! - gritó-.¡Maxine!
- ¿A esto llamas amor, L. D.? - dijo ella, clavando sus ojos en los de él. Sus ojos eran terribles y profundos, y él mantuvo su mirada todo el tiempo que pudo.
Andrés Neuman es argentino, es filólogo, vive en España, y es uno de los escritores de la nueva camada, de los que nacieron durante los años setentas, de más renombre internacional.
Fue finalista del premio Herralde hace algunos años, uno de los de mayor prestigio de la literatura iberoamericana, si tal cosa existe, y ahora ganó 175 mil dólares, al quedarse con el premio Alfaguara.
Les dejo dos links: en uno podrán leer un cuento suyo que forma parte de una antología de nuevos autores de Latinoamérica y en el otro, otro relato más dos dodecálogos sobre lo que él considera que debería reunir un cuento que sea preciado de denominarse como tal.
"No sólo no es cierto, sino que no hago otra cosa que escribir".
García Márquez sale al cruce de las palabras de una de las impulsoras del boom, Carmen Bacells, quien días atrás dijo que para ella, el autor de Cien años de soledad, no volvería a escribir nunca más.
Bernard Pivot entrevistó a algunos de los más grandes escritores del siglo XX. Fue un lector voraz: llegó a dedicarle 10 horas por día a las novedades y los clásicos a punto de convertirse en uno que pasaron por sus manos durante más de 30 años. Fue un bicho raro y un precursor: en horario central de televisión, paralizó a Francia frente a la pantalla hablando (con otros) de libros.
En un texto, entre kafkiano y cortazariano, que publicó El mal pensante, cuenta cómo fue y es su relación con los libros. Y describe ese patrón invasivo del que tan deliciosamente parecen dar cuenta con su presencia. También habla de la necesidad de más horas dentro de un día.
Acá, una entrevista y una reseña de vida y obra del francés.