"Cuando escribimos tenemos una idea de la revelación total de la verdad, pero no nos damos cuenta. Y por eso, como sustitución, cada escritor se pregunta con qué verdades que le sean útiles puede vivir, qué alianzas son lo suficientemente fuertes como para aferrarse a ellas. La respuesta a todas esas cuestiones es lo que separa a los experimentalistas de los llamados 'realistas', a los cómicos de los trágicos, a los poetas de los novelistas. ¿Cómo, se pregunta el escritor, puedo describir del modo más verdadero el mundo tal y como es experimentado por mí en concreto? Y es desde ese punto de partida desde el que cada escritor sale para establecer un compromiso individual consigo mismo que es siempre un compromiso con la verdad hasta donde sea posible que uno la conozca."
La escritora inglesa Zadie Smith y una lucidísima disección: la de la tortuosa relación entre la verdad del escritor y la verdad de su libro.
Algo parecido, de modo más lacónico, y en muchas menos palabras, dijo alguna vez David Foster Wallace antes de ahorcarse en su casa de Cleremont, en California. Pueden leerlo acá.
Hace un par de años leí un libro cuyo título es La Joven Guardia. Se trata de una recopilación de cuentos de escritores argentinos nacidos a partir de la década del 70. El libro es muy dispar si se tiene en cuenta la calidad de cada uno de los relatos. Después de leerlo me quedé pensando en que lo mejor que tenía la compilación, ya abordándola como totalidad, como muestrario de lo que está escribiendo esa generación de escritores, era el desprejuicio con el que cada uno de ellos, todos con algún libro publicado, elegían los diferentes temas de sus textos. Se veía en ese libro una falta de tapujos que lamentablemente no siempre tenía su correlato en el resultado final de cada cuento.
Como estado de lo nuevo de las letras argentinas era claro: eran todos escritores en formación, cuyos libros futuros dependerían de lo dispuestos que estuvieran a encerrarse entre cuatro paredes frente a una computadora o una hoja en blanco.
Me acuerdo, y acá voy al tema principal del post, que dentro de la antología había un relato de una chica que escribe en Página/12. Se llama Mariana Enriquez. El cuento lleva por nombre El aljibe. Y cuando lo leí sentí algo parecido al miedo. Es uno de los mejores relatos publicados que un autor de su camada haya escrito en los últimos cinco años.
"¿Y cómo leeremos la información dentro de diez años?
Si nos fijamos en cómo ha evolucionado la tecnología en los últimos diez años y proyectamos ese desarrollo a dentro de otros diez, podemos deducir que habrá más dispositivos y que serán más flexibles, más ecológicos y mucho más baratos. Podremos, por ejemplo, colocar nuestro teléfono móvil ante el periódico y ver una imagen tridimensional sobre él, lo que se conoce como realidad aumentada. Viviremos, además, en una casi total ubicuidad de la información. Mi apuesta es que leeremos la prensa más o menos como hasta ahora, pero de forma mucho más intensa."
El texto de arriba es parte de una interesantísima entrevista publicada en el blog Nación Apache donde dos tipos del New York Times cuentan lo que hacen en el laboratorio que el diario estadounidense montó para que ellos elaboren el periódico del futuro. Claro, la nota incluye el tipo de declaraciones un tanto en plan ciencia ficción (vistas desde las coordenadas tecno-temporales donde nos situamos ahora, con la mayoría de las personas sin acceder a una PC y la baja conectividad a internet), y con los matices del caso a la hora de pensar para quién y cuándo estarán disponibles esos adelantes acá. Pero también es cierto que los cambios en la transmisión de datos suceden cada vez más rápido. Y todo termina siendo más rápido de lo que en un principio parecía.
Ignacio Echevarría, uno de los críticos literarios más lúcidos e influyentes de la literatura iberoamericana, escribe en su muy recomendable blog del diario chileno El Mercurio sobre el concepto de artista, ahora que la tecnología derriba algunas barreras de acceso a la cultura. También escribe sobre cómo ese cambio de paradigma, que permitió la distribución de bienes culturales sin la liquidación de derechos de autor, amenaza con colocar a algunos artistas en un lugar parecido al de la policía.
El periplo de Guillermo Saccomanno en Neuquén, sobre quien escribí en el post anterior, pueden seguirlo acá, con una muy buena crónica que incluye una charla sobre literatura con presos de la Unidad 9 y otra con Sandra Rodríguez, la compañera de Carlos Fuentealba.