23 » Nov 2024
Diario Río Negro
www.rionegro.com.ar
Fernando Castro
Editor Responsable
 
  30 » Jul 2009
La mujer más lectora del mundo
 


Algún tiempo antes de morir, Jorge Luis Borges dijo que se enorgullecía mucho más de los libros que había leído que de los que había escrito. Una de esas frases plagadas de falsa modestia que tanto le gustaba dejar en cada entrevista y que, salvando las abismales distancias, tan bien imita Alejandro Dolina, hiperlector de Borges.

Hasta donde se sabe Louise Brown, de 91 años, del sur de Escocia, no tiene obra escrita de la que enorgullecerse. Pero pasará a la fama por ser la persona que más libros sacó de la biblioteca del puebo donde vive. En su vida de socia sacó 25.000 tomos, a razón de unos 12 por semana.

Lo publicó la BBC, pero llegó a nuestra redacción vía el excelente blog Wimbledon, de Guillermo Piro.
 
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  27 » Jul 2009
La Zona
  En definitiva, La zona (Rodrigo Pla -Montevideo 1968-; mejor ópera prima del Festival de Venecia en 2007), es una película que plantea cierto dilema de las clases altas que viven en los grandes centros urbanos: el autoencierro dentro de un country como forma de eludir la precaria seguridad disponible para el común de los mortales.

La película cuenta la historia de un grupo de acaudalados vecinos de México DF. Un día, en medio de una tormenta, se cae un gran cartel. No es un cartel cualquiera: está dispuesto junto al enorme muro que separa el country de una zona que se presume pobre, uno de esos extrarradios que acumulan corazones caídos en desgracia.
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El cartel se cae y derrumba parte del muro, acción que desde el vamos tiene un gran poder simbólico. Funciona como disparador de la trama y como énfasis de todo lo que significa que ese muro exista. Operando por ausencia, el muro, ya caído, deja al descubierto todo lo que divide: la vida de los que no tienen oportunidades de la de los que tienen todas al alcance de la mano.

Se cae el muro, y lo próximo es que un grupo de pibes entre al country. Terminan, también, dentro de una casa. La roban. Hay una seguidilla de muertes. Uno de los amigos queda vivo y encerrado en el country. Pasan los días y, escondido en un sótano, no se anima a salir. Si me ven, me matan. Ese es su razonamiento. Como le pasó al resto de sus amigos, de quienes la policía no alcanza a enterarse. Los propietarios del barrio privado se cuidan solos. Ocultan datos a los policías, para evitar el escándalo y porque quieren que las cosas que pasan adentro del country se queden adentro del country.

Salen a cazar al ladrón que saben vivo, incurriendo a un remedo de ley dentro de la Ley para justificarse. Esto es lo más interesante que tiene La zona: cómo en ese tránsito se transforman en rehenes de ellos mismos.

 
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  23 » Jul 2009
Mar adentro
 


Tuve la suerte de visitar la semana pasada una plataforma petrolera. Fueron unas seis horas de permanencia. El día estaba espléndido. Hacían unos cinco grados de temperatura -nos dieron ropa muy abrigada-, no había nada de viento (algo raro: la Ocean Scepter opera a unos 40 kilómetros de distancia de las costas de Comodoro Rivadavia), el mar estaba planchadísimo.

Nunca voy olvidar dos cosas: el enorme sacrificio que hacen los hombres que trabajan ahí (bien pagados sí, pero ahí arriba a nadie le regalan nada: a cada paso se juegan la vida). Y la sensación de insignificancia que, también arriba de una enorme estructutra de unas 15.000 toneladas de hierro, puede sentirse en medio del océano.
 
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  19 » Jul 2009
Diario de la gripe del cerdo (6)
  Diario: por motivos que no viene al caso explicar aquí (si bien un diario es, por definición, la plataforma ideal donde todo intentar explicarlo) tuve que subir a un par de aviones en los últimos días. En uno de esos vuelos, un vuelo que unía Buenos Aires con la ciudad de Comodoro Rivadavia, me tocó ver lo que relato a continuación: ya estábamos todos los pasajeros sentados en nuestros incomodísimos asientos, mucho silencio, muchos ojos dirigidos a las cándidas revistas que las líneas aéreas ofrecen a los viajantes, uno de esos bodrios con actores de larga trayectoria en la tapa, con abundante información sobre los últimos adelantos tecnológicos que hay que comprar; ese decálogo de notas bobaliconas, paisajes, y fotografías, que busca, en el mejor de los casos, cambiar el nerviosismo propio que subyace a la inminencia del vuelo, o al vuelo mismo, por una visión del mundo más o menos alta costura, alto consumo, si se lo piensa bien, un espanto si es lo último que uno va a leer en este mundo. Lo cierto, diario, es que estábamos en eso, cuando de pronto una azafata rubia-danesa-policía-femme fatale, dice que por disposiciones del gobierno de Chubut debíamos completar un documento: en él, obligatoriamente, debíamos indicar si habíamos experimentado alguno de los siguientes síntomas: tos, fiebre, dolores musculares, vómitos, jaquecas pronunciadas, es decir, el abc de la gripe del porcino; además fuimos obligados a dejar nuestro domicilio, nuestro teléfono, nuestro correo electrónico, el nombre de alguien que pudiera ir a rendir cuentas por nosotros –su teléfono, su dirección–, y consignar a qué parte de Chubut íbamos, y por último: ¿había el pasajero hecho un trasbordo o permanecido en otra ciudad antes de tomar el vuelo? Era necesario firmar de puño y letra y se nos anticipó que a la llegada alguien del ministerio de salud local requeriría la antedicha información. Obedezco: completo la planilla y la dejo entre dos hojas de la revista de la línea aérea. Tras esto, empieza una larga espera dentro del avión, todavía sobre la pista, con las turbinas en marcha. Media hora, cuarenta minutos. Especulaciones de qué sería lo que demoraba el despegue comenzaron a propagarse en cadena desde todos los asientos. Fila por fila, las quejas, los suspiros, las miradas hacia adelante y atrás, yendo y viniendo como olas, como un estrafalario ballet, parecían, en su afinada coordinación, las piezas de una de esas fantásticas e idiotas coreografías realizadas con fichas de dominó en las que las asociaciones de nerds suelen volcar toda su líbido, así, sin pedir permiso, siendo ellos por primera vez, las fichas bajando y subiendo por las escaleras de un gran hotel, uno de esos eventos que con particular insistencia suelen dar vida a los tiempos muertos de los noticieros (¿Qué querrá decir la emergencia de tal desparpajo en un televisor?) El avión: esos rumores, esa mala onda, esa impaciencia y la espera propia de avión estancado, antecedieron a lo siguiente: de pronto un pibe de unos 25 años pasó caminando en dirección a la puerta delantera de la aeronave. Todos vimos cómo abajo volvía el mismo colectivo que nos había llevado al gigante alado. El joven (¡horror de horrores de los pasajeros!) cruzó con un barbijo sobre su rostro por el estrechísimo pasillo, rozando a su paso las ropas y brazos de los pasajeros sentados. El pibe: ropa suelta, ropa hip-hopera, gorrita, zapatillas Adidas de charol blanco, y un gran -insisto- barbijo sobre la boca, y su equipaje de mano. La azafata bella como una arpía lo vio llegar a la puerta. Y le entregó el papel que nos habían dado para llenar. Lo bajaron del avión, y no volvió nunca más. Más murmullos, obviamente, cruzando el avión. Mujeres rezando una indignación porque al chico le habían permitido subir. Especulaciones de esas mujeres: ¿estaremos todos contagiados? Lo siguiente fue lo que sigue: una voz del comandante, una voz de tipo hablando desde otro pliegue de la realidad, o mejor, como si en otro pliegue de la realidad lo que nos dijo fuera una publicidad; dijo: “damas y caballeros les pedimos disculpas por la demora. Les informamos que tenemos óptimas condiciones de vuelo. Y que estaremos llegando al destino previsto aproximadamente a las 17 horas. Les pedimos nuevamente disculpas por la demora, que se debió a que un pasajero que estaba a bordo, no se sentía bien. Gracias, disfruten del vuelo”.  
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  12 » Jul 2009
Diario de la gripe del cerdo (5)
  GripelAndiA, o el lugar donde algunos dicen que comenzó todo.  
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  09 » Jul 2009
Diario de la gripe del cerdo (4)
 


Caro diario: a la manera de tardío homenaje escribo esta entrada recordando a un precursor en el uso de barbijos porque sí, que es como la mayoría de los mortales los están usando: Michael Jackson, ese hombre cuya tez forzosamente blanquecina y cuya metálica nariz uno adivinaba detrás de un barbijo, para luego preguntarse a cuántos grados dormía por la noche o cuando fuera que durmiera en su cama criogénica propia de Viaje a las estrellas. A su manera, él mismo una plaga, anticipó usando el pañito sobre el rostro todas las que vendrían, aunque lo suyo fue más un estado de la mente, una proyección de oscuridad. Espié en mi pantalla su funeral de gente con rostros bien descubiertos (caras famosas que subieron la tarifa de los derechos de televisación a valores astronómicos), y también su ataúd doradamente millonario, ese escenario en el que de todos los famosos de color que había y eran mayoría, sólo distinguí, a ojo de buen cubero, la figura de Kobe Bryant, una figura suya moviendo las caderas al ritmo de una dulcísima melodía entonada por unas cincuenta personas (esa coreografía y la venta del show como hecho puntual que explica la demora del entierro global, la canonización mediática –esta vez– como escoba barriendo la basura judicial debajo de la alfombra antes de la llegada de la visita), unas cincuenta personas sobre el escenario que, lo dije, eran todas famosas y miraban a cámara y alternativamente a las pantallas gigantes mientras imaginaban, por qué no, cómo un cultivador de arroz de la China estaría viéndolos, entonando él mismo, con las dificultades del caso, idéntica melodía, es cierto, en un inglés caricaturesco, como de arrocero acompañador, así como todos nosotros no acertábamos en cambiar de canal en el living de nuestras casas, mientras llorábamos o pensábamos cosas como las que estoy escribiendo ahora, mientras maldecíamos a Chiche Gelblung por ser tan putamente fetichista de la muerte. Una melodía que me pareció toda una arquitectura: un puente colosal, interminable hacia el nunca jamás del olvido, un sucedáneo astral y espiritual del Neverland que con millones de dólares se construyó en un rancho en California, donde durmió rodeado de almas algún día puras -hoy habría que ver en qué estado están- como la que uno puede ver en el niño Michael, cuando era el de los Jackson Five.
 
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  07 » Jul 2009
Diario de la gripe del cerdo (3)
  Pasillos de supermercados como las pistas de patinaje del fin del mundo (de tan vacíos). Taxistas diciendo que la gente no toma los recaudos necesarios -sí: la palabra "recaudos"- (mientras te aseguran que limpiaron el asiento en el que vas sentado, mientras tosen enésimas toses en sus antebrazos pegajosos, mientras esculpen perfectamente los virus del año que viene en sus pulóveres chinos). Barbijos a la moda en la televisión (ninguno con la lengua de los stones; ninguno con la boca del Guasón). Calor en julio (sin placas de Crónica que digan que es cierto). Cambio y fuera.  
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  06 » Jul 2009
Realidad, de Sergio Bizzio
  En Realidad, la última novela de Sergio Bizzio, uno de esos grupos satélite de Al Qaeda que cada tanto hacen estallar una camioneta en mil pedazos, con su consiguiente reguero de muertes, toma por asalto un canal de televisión en Buenos Aires. El objetivo: lograr la liberación de un prisionero, como suele ocurrir en estos casos.

El canal de televisión en cuestión es el mismo que emite para todo el país el reality show Gran Hermano. Los terroristas, lo siguiente que hacen, es comenzar a manipular a los concursantes. Se convierten, casi, en los guionistas del show, y aprovechan la ocasión para, en su imaginario, dejar en ridículo a Occidente, se sabe, la expresión de todo lo que para ellos es malo, obligando a los jóvenes participantes a denigrarse a escala global.

Los participantes, que no tienen ni idea de quiénes son sus verdaderos guionistas, sabedores de que pueden tener un poquito más de fama que los cinco minutos que el destino ya les asignó, acceden a los mandatos del grupo islámico, por intercesión de la voz de La Casa. A muy grandes rasgos ésa es la historia que cuenta Realidad, que según el propio Bizzio señala, ya tiene interesados en filmar la película (serían productores españoles), algo que estaría bien, si el guión cae en buenas manos.

Bizzio se ríe, sí, de la realidad. La novela, que sigue al éxito de crítica que tuvo Era el cielo, su anterior gran libro, también se ocupa de otros temas, de una forma un tanto más profunda: uno de ellos es un abordaje breve e irónico, una revancha contra los productores de televisión (que quedan en el sitial de dominadores dominados), y por otra parte es una reivindicación de la poesía: puede estar en cualquier lado, dice Bizzio, y más allá de lo dislocado que un tema pueda parecer, sólo hacen falta ojos para querer verla.

(F.C.)
 
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