No.
Esta no es una tierra extraordinaria. La provincia de Formosa, en el noreste argentino, es una planicie sin elevaciones con una vegetación que fluctúa entre el verde discreto de las zonas húmedas y los campos agrios de la sequía. No hay lagos ni montañas ni cascadas ni animales fabulosos. Apenas el calor del trópico mezclado con el polvo en una de las regiones más pobres del país. Y sin embargo allí, a orillas de un río llamado Bermejo, un pueblo de nombre El Colorado -donde diecisiete mil personas viven del trabajo en la administración pública y la cosecha del algodón- tiene, entre todas sus criaturas, a una criatura extraordinaria: El Colorado es la tierra del Gigante.
Son las dos de la tarde de un día de noviembre. Las calles del pueblo se revuelven a cuarenta y tres grados de calor y en el hotel Jorgito una mujer joven, de andar cansado, dice:
-Pase, le muestro su cuarto. Los cuartos son así: cama, ventilador, la mesa, el baño. Cuando la mujer se va suena el teléfono y una voz honda, -la excrecencia del eco de una catedral o de una bóveda, -dice:
-Al fin. Ahora estás en mi territorio.
Una de las grandes crónicas que recopila en su libro Frutos Extraños, Leila Guerriero.
Se llama El gigante que quiso ser grande y, completa, pueden descargarla acá.
Más abajo, un video del Gigante Joge González (al que una vez, cuando fui a ver un partido entre Sport Club de Cañada de Gómez e Independiente de Neuquén, me le paré al lado y le llegué a las costillas) recordando a León Najnudel, el creador de la Liga Nacional de Básquet.