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24 » Sep 2008 |
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El cajero del horror |
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Como es fin de semana vas a ir al híper, aunque después no termines yendo, pero igual hay que ir a buscar plata al cajero automático, por las dudas, y hacerse el reproche anterior de por qué no se fue más temprano, con tanta salidera dando vueltas, con tanto tipo agazapado esperando que te equivoques, si puede pasar de todo, si puede que en el cajero no haya plata, porque todo el mundo tiene algo en qué gastar, y por eso los cajeros funcionan a full, y por eso puede suceder que encuentres en la pantalla del cajero, con su educación toda electrónica, que además de pedirte que por favor insertes la tarjeta, también te pida por favor, vuelva más tarde, que please lo hagas, porque ahora no hay tagui, guita, plata, cash, y te lo dice en cuanto idioma pueda decírtelo, haciendo hincapié en que sabe todos esos idiomas, y vos pensás en que sólo en contadas ocasiones hablás buen castellano, y entonces entrás ahora sí al hall del banco donde está el cajero, ya no en esa larga ensoñación previa que tuviste mientras ibas caminando al banco, y te encontrás con dos nenes, uno que tendrá seis años y otro que tendrá ocho, y la primera reacción que tenés es, claro, ver qué tienen en las manos, y si hay algún adulto con ellos, o si es una emboscada y hay cinco tipos que esperan que salgas a la calle, que primero saques el billete para tirársete encima, en una calle que ahora luce tan desierta, tan sin esos autos que a vos te costó pasar mientras venías para acá, y los nenes te miran, y vos mirás la pantalla del cajero, y entonces les decís hola a los nenes, ellos te preguntan si no tenés una moneda, ¿no tiene una moneda, señor?, dicen ellos, al unísono, un coro agudo, dolorosamente definitivo y suplicante a la vez, entonces hay dos ideas que piden paso entre tus pensamientos, primero te llama la atención que te digan señor, porque todavía no te sentís uno propiamente dicho, y la otra cosa es que te sentís un tanto hipócrita antes de decirles nada, porque lo primero que ibas a decirles es no, con una simple mueca, porque la verdad es que no tenés una moneda, pero dentro de un rato sí vas a tenerla, o no, tampoco, porque lo que vas a tener son billetes, y entonces decís ahora les doy algo, todavía con un dejo de tensión en el rostro porque la idea de un arrebato no se te fue del todo, tensión que acaso los dos nenes alcancen a ver, entonces lo hacés rápido, vas, pelás la taryet, mirás para el costado con un ojo, clavás clave en el cajero, rápido, medio con el cuerpo tres cuartos, cubriendo tu clave del cajero, y el cajero no te dice que vuelvas más tarde please, y quizá ves en eso una premonición, vos tenías que estar ahí para que los nenes se compren un chegusán, te lo decís, te asalta un halo todopoderoso que en el momento odias, porque lo cierto es que vos no pediste estar ahí, pero estás, medio de espalda a los nenes, y te parece que dejaste el flanco descubierto para que alguien (¿los nenes?) te clave un puñal, y te da por pensar que no, los nenes no, pero sí los que los hayan dejado ahí como señuelo, eso querés pensar en ese mejor escenario entre todos los nefastos escenarios posibles, un escenario en el que te negás a que la pérdida de la inocencia de esos nenes sea tan definitiva, y entonces te apurás, marcás un número, le decís al cajero que no querés recibo, agarrás la plata y separás un diez, y se lo das al más grande de los dos, ocho años, o trece con cuerpito de siete u ocho, momento para el cual ya entró una vieja rubia, con perfume caro, dulcísimo, vestida toda de negro, con la cara cruzada de surcos que le dejó el tabaco, una señora que está como viuda de parranda, como viuda con herencia por cobrar y que gasta a cuenta de eso, y te mira a vos, y mira a los nenes, y les dice: cómo se metieron acá, y vuelve a mirarte a vos: ¿vos les abriste?, y vos no le decís nada, y los nenes dicen que ellos ya estaban, como si súbitamente te defendieran, y la mujer mira con cara de llamar a la policía, intención que los dos nenes parecen adivinar, y pasa raudamente hacia el cajero, diciendo algo así como qué horror, en un medio tono, como para que no sea audible del todo, y los nenes y vos se miran, y la mirada de ellos te dice: qué sabe esta vieja del horror.
(F.C.) |
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Categoría : Palabras como ríos | Comentarios [2]
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Puma patagónico |
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Por : PUMA | 24 » Sep 2008 | 10:57 pm | Email
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Muy bien Fernando Castro tu blog.
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el horror somos nosotros |
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Por : Vicky | 14 » Dec 2008 | 03:30 am |
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Me encantó Fer. La verdad es que nos pasa a todos eso de perseguirnos, inventar historias terribles, y al final darnos cuenta de que los malos de la película muchas veces somos nosotros. En Belgrano y avenida dos nenes piden monedas o lo que sea porque muchos, como yo, no abrimos la ventana para ver qué tienen que decirnos, miramos fijo el volante y movemos la cabeza, y ellos ya saben que eso no sólo significa que no, significa que una vez más, uno a uno, la sociedad, todos les dimos la espalda, habiéndolos mirando sólo de perfil. |
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