Domingo 7 de setiembre de 2003

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“No se puede enseñar a ser investigadores si no se investiga”

 

Un recorrido por los pasillos y la trastienda de la ciencia

 

El Instituto Balseiro, en Bariloche, es uno de los centros de formación e investigación científica de la Comisión Nacional de Energía Atómica (Conea) de mayor prestigio internacional. Sus científicos se destacaron en las más diversas áreas y son conocidos tanto la calidad como el moderno sistema de enseñanza que se utiliza en sus aulas. A pesar de que la ciencia en la Argentina sigue ocupando lugares secundarios, el Instituto Balseiro ha logrado importantes avances en este campo que consiguen periódicamente la atención de la prensa especializada, empresas y centros educativos de excelencia en los Estados Unidos y Europa. Un periodista del “Río Negro” se internó por varios días en este particular universo y compartió varias horas junto a sus profesores y alumnos. Esta es la crónica acerca de las características de una microsociedad, donde el aprendizaje y la investigación están directamente vinculados. También de sus proyectos y de sus sueños.

 
La entrada al Centro Atómico Bariloche, el lugar donde está instalado el Instituto Balseiro, en medio de una bella geografía.
Hay imposibles que ocurren todo el tiempo. En realidad parecen imposibles pero no lo son. Se trata de fenómenos sutiles que atraviesan sin avisar los ojos inexpertos. Ahora mismo el físico e investigador Julio Guimpel está mostrando uno de estos imposibles que el cronista no comprende en absoluto. Como esos trucos desquiciados del mago David Blaine que nos dejan paticonfusos. Guimpel ha sacado de un tanque un líquido gelatinoso. Está tan fría aquella sustancia que congela todo lo que toca: el cenicero que el profesor usa para el experimento y también el tubito que la transporta. ¿No usaron un camión de algo parecido para matar al enemigo de “Terminator” ¿Y no pasó que después una chispita revirtió el proceso aquél? Una voz interior nos incita a salir corriendo. ¿Deberíamos?
Con ustedes el imposible: entre la niebla que produce el líquido superfrío se alcanza a ver cómo una pieza de metal levita arriba de otro material oscuro. “¿Ves? Se rechazan. Esto podría ser utilizado en trenes y en máquinas industriales y sin desgaste”, dice Guimpel. Respiramos tranquilos.
Al menos por hoy, aquí en el laboratorio de Bajas Temperaturas del Instituto Balseiro en San Carlos de Bariloche, estamos todos vivos.

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“¡Cuidado! Todos los físicos son mentirosos”
(“En busca de Klingsor”, de Jorge Volpi)

El científico Julio Guimpel acomoda una pieza de metal sobre un material oscuro
En el principio no fue el verbo sino una ecuación. Una fórmula matemática a partir de la cual empezó esto que conocemos como universo. El Big Bang es una cifra que todavía no ha sido comprobada.
El Instituto Balseiro es una especie de Aleph donde confluyen mundos diversos: imágenes y energías, voluntades e inteligencias, ideas y conjeturas. Querer abarcarlo desde algún lugar mental es un acto de soberbia para los simples mortales.
Es decir, cómo es que abrimos la puerta de esta microsociedad y preguntamos “disculpe usted que lleva 10 ó 15 ó 5 años investigando sobre este asunto ¿no podría explicármelo en dos minutos?
Días más tarde en un pub irlandés de Bariloche, y en medio de la música y de la gente tratando de abrirse paso a duras penas, Daniel Lanzilliotti, el presidente del Centro de Estudiantes del instituto, nos hará una broma que revelará lo paradójico que es querer comprender el trabajo científico en dos lecciones y media.
-Lección número 1: para empezar -dice Diego- te explico el análisis por activación neutrónica en 30 segundos. Aquí va.
Y se largó con una serie de palabras que iban a parar a la libreta de apuntes pero que en realidad no significaban nada para una persona común.

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“Sólo tiene sentido si están construyendo una máquina”. (“Criptonomicón”, de Neal Stephenson)

La génesis del instituto tiene características propias del rea
El físico Aníbal Blanco en su oficina pequeña y atiborrada de información.
lismo mágico. La historia del Balseiro está vinculada, por contraposición, con la figura del físico Ronald Richter, quien a fines de los 40 le presentó a Juan Domingo Perón un proyecto para desarrollar la fusión nuclear controlada, algo que hasta ese momento no se había hecho en ningún otro lugar del mundo. El escenario de sus experimentos se dio, luego de pasar a desgano por el Instituto Aeronáutico de Córdoba, Bariloche. El 16 de febrero de 1951 el gobierno anunció que en la Planta Piloto de Energía Atómica en la Isla Huemul se habían llevado a cabo reacciones termonucleares bajo condiciones de control en escala técnica. Aquí es donde aparece José Antonio Balseiro.
La Comisión Nacional de Energía Atómica, que había sido creada en 1950, envió una comisión fiscalizadora para comprobar que lo dicho por Richter era cierto. Basta imaginarse el contexto social y geográfico para empezar a bosquejar una novela de misterio. Balseiro había sido llamado especialmente desde Gran Bretaña donde hacía un posgrado.
Hoy el informe de Balseiro es considerado un clásico y la solución del “caso”, una historia tan increíble como cierta.
Al final de su trabajo el científico concluye: “De acuerdo con lo expresado en el informe adjunto no me cabe ninguna duda respecto al carácter de los trabajos allí realizados. Las experiencias presenciadas no muestran en ninguna forma que se haya logrado realizar una reacción termonuclear controlada, tal como lo afirma el Dr. Richter. Todos los fenómenos que allí se observan no tienen ninguna relación con fenómenos de origen nuclear”.
Este extraño suceso precedió el nacimiento del instituto.
Luego Balseiro se abocó a convencer al capitán de fragata Pedro Iraolagoitia que estaba al frente de la Comisión Nacional de Energía Atómica de aprovechar la situación y crear en la zona un instituto de física que evidentemente necesitaba el país.
“Su objetivo era la creación de un centro de formación, convencido de que, en las condiciones desfavorables en que se encontraba la universidad en ese momento, la única esperanza para avanzar en ese sentido era intentarlo en un ámbito alejado de los grandes centros poblados. No se resignaba a aceptar la derrota del proyecto Bariloche sin dar pelea”, así recuerda el deseo de Balseiro el libro “J.A. Balseiro: crónica de una ilusión” (FCE) de Arturo López Dávalos y Norma Badino.
El Instituto de Física de San Carlos de Bariloche, dirigido por Balseiro, nació formalmente al firmarse el convenio entre la Comisión Nacional de Energía Atómica y la Universidad Nacional de Cuyo el 22 de abril de 1955.

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“Yo le debo mi amor a la matemática el haber sido suspendido dos veces en trigonometría (plana y esférica) en la escuela secundaria. Este doble fracaso me incitó a dominar la materia”
(“Elogio de la curiosidad”, de Mario Bunge)

“Estoy destinada a casarme con un físico”, declara Mara. Así, sin demasiados preámbulos, después baja la cabeza y hace una mueca. Tal vez sea una sonrisa traviesa. Estos chicos parecen bastante normales. Son cerca de las diez de la noche y los vemos tomándose una cerveza en un pub como cualquier otro flaco que va a la universidad. Salvo que ellos tienen un ritmo de estudio infernal como no hay en ningún otro sitio en la Argentina y no pueden -repito, no pueden- pasar de cuatrimestre si no han aprobado todas las materias del cuatrimestre anterior.
Y ella, Mara, es realmente bonita.
- ¿En serio te pensás casar con un físico?, dice un poco incrédulo Ignacio, estudiante avanzado de ingeniería nuclear.
-Y... ¿qué te parece?, dice Mara.
-...y capaz que tenés razón, responde Ignacio.
En el Instituto Balseiro no abundan las mujeres, es cierto.
Volviendo a la imagen inicial. No, nada de lentes “culo de botella” ni lapiceras en el bolsillo de adelante de la camisa ni mucho menos hojas con cálculos raros.
El ruido ambiente del bar envuelve la mesa académica. Dos alumnos, Ignacio y Daniel, este último presidente del Centro de Estudiantes y una ex alumna y profesora, Mara, charlan entusiasmados, sin freno. Daniel no es un presidente típico. Le falta la supuesta sobriedad de quien ocupa el cargo en una institución educativa. El chico es una especie de oráculo del lugar que responde preguntas que van de lo estrictamente académico a ¿no quedaron por ahí un par de esquíes? Viste de negro. Inmutable. Cool.
“Es duro. No es fácil. Esa es la verdad, hay que estudiar mucho y el tiempo no te alcanza pero eso no nos hace tipos radicalmente distintos. Creo que hay de todo, si querés marcar una tipología. Desde el típico fanático que no puede dejar de estudiar en ningún momento y nunca participa de nada, hasta el talentoso que siempre parece estar de fiesta y al final le va bien en todo. Lo importante es que compartimos mucho, acá no es que se salva uno y listo. El método es solidario y de trabajo en conjunto, sin ese trabajo en grupo muchos problemas no se podrían resolver”, explica Daniel.
Y cuando se refiere a problemas quiere decir problemas de física y de los otros. Los cotidianos. Los alumnos tienen una gran autonomía en el instituto. Y por las características de la profesión tienden a ocuparse de temas que están fuera de las aulas.
¿Qué si hay que conectar Internet en un dormitorio? o ¿hacer un parlante? No hay drama, ellos se ocupan. Básicamente para eso son entrenados en este sitio: resolver los más diversos embrollos en las más diversas situaciones.
No sorprende entonces que haya egresados del Balseiro trabajando en prestigiosas universidades del Primer Mundo o en la plataforma de un petrolero o desarrollando ecuaciones a partir de los movimientos de las acciones en la Bolsa de Wall Street.


50 años de enseñanza

A lo largo de 50 años de labor, el Instituto Balseiro ha adquirido prestigio nacional e internacional en la formación de profesionales en Física y en Ingeniería Nuclear.
En este período se han graduado cerca de 800 profesionales y 320 doctores en Física como en Ingeniería.
En el instituto el 100 por ciento de los profesores y el 40 por ciento de los auxiliares docentes poseen el grado máximo de su especialidad.

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