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Análisis

El radicalismo gana las elecciones alentado por sectores ajenos a toda idea de cambio.

Conservadora, muy conservadora. Carente de interés por el cambio, por pensar que otra provincia es posible. Y con fuerte tendencia a resignar autoestima en función de lograr éste o aquél favor del Estado.

No abundan las razones para explicarse ese respaldo desde otro ángulo.

Porque mire por donde se lo mire, el accionar del radicalismo desde el gobierno durante 20 años sólo acumuló degradación de la provincia y hasta denuncias de corrupción La vigencia de los perfiles en cuestión, por caso, se expresaron el domingo con firmeza en Viedma.

Vertebrada su sociedad alrededor del empleo público, tiene miles de empleados que han sobrellevado por años agresiones desde el gobierno. Sueldos recortados, atrasos en el pago de salarios, etc.

Sin embargo ganó el radicalismo. Y mucho de su voto se articuló alrededor de una conclusión: "Por años me han degradado en mis derechos, pero al menos no me echan. ¿Quién sabe lo que harían otros?" Claro espíritu inmovilista, que busca más de lo conocido.

Si a esa resignación se le suma la gravitación que genera el manejo del aparato de Estado en su faz clientelar, el cartón está lleno.

Porque lo que es una necesaria protección para miles de seres, en tiempos de urnas el radicalismo lo transforma en un mecanismo humillante. Bolsa por votos. Treinta años antes hubiesen entregado la zapatilla izquierda el sábado. Y el lunes, la derecha, claro, si se ganaba.

Acá, sin zapatillas, les basta.