Martes 23 de setiembre de 2003

OPINION

¿Adónde va la violencia cuando no hay fútbol?

Algunas postales luego de tres días sin pelota

Un domingo sin fútbol es como la playa sin sol: se puede disfrutar, es cierto, pero el alma de ese lugar está ausente. Lo que queda, entonces, es mitigar el vacío con el fútbol de otras partes De Inglaterra y por tevé llega una imagen inquietante. Juegan Manchester y Arsenal, clásico de la isla. Aburrido, un desborde de físico, muchos centros. Termina el partido y todo el Arsenal increpa al holandés Van Nistelrooy de manera alevosa.

Lo culpan de haber exagerado un foul que derivó en la expulsión de un compañero. El holandés, además, acaba de errar un penal. Aturdido, se va corriendo de la cancha. Huye. Old Trafford es una caja de resonancia. Pero la gente no se abalanza sobre el alambrado. No porque no quiera, sino porque no hay. En Inglaterra, los futbolistas celebran sus goles abrazados con los fanáticos. Algunos jugadores -el domingo se vio-, cuando son reemplazados, ingresan a un sector de los palcos. Eso hizo por ejemplo otro holandés, Dennis Bergkamp, del Arsenal. Fue cambiado en el segundo tiempo y se metió en un sector de la tribuna. Alrededor había solo hinchas del local, el United. Nadie pareció decirle nada Inglaterra padeció como nadie el karma de la violencia.

Sus "hooligans" depredaron las canchas. El problema nació a fines de los '60, recrudeció en los '70 y se hizo intolerable en la década siguiente. Hasta que a comienzos de los '90 el gobierno conservador intervino, identificó a los pandilleros, los purgó y las canchas volvieron a estar en paz El fin de semana, también en Europa, hinchas del Nápoli y del Avelino, de la segunda división del calcio italiano, se pelearon durante el partido entre ambos equipos. El subjefe de la policía de Avelino fue agredido y sufrió un infarto. Tras agonizar dos días, un joven de 20 años murió ayer como consecuencia de un empujón desde una tribuna.

El sábado también, lejos del primer mundo y cerca del frío, en la Patagonia argentina, también hubo golpes. En Cipolletti, chicos de la quinta división de Catriel y San Martín se agredieron hasta la sangre. Jugaban un partido de fútbol por la liga Confluencia. Los padres miraban aterrados, hasta que se metieron. Entonces la pelea fue general Como las ideologías, la violencia no tiene fronteras. Ni reconoce clases sociales. Hace menos de un año, el seleccionado de rugby de Australia enfrentó a Los Pumas en River. Cuando los wallabys ingresaron al campo de juego, una manto de saliva los cubrió, con insultos y abucheos como banda de sonido. ¿No era el rugby el deporte de caballeros por antonomasia? ¿No era allí donde el público era expresión de tolerancia y distinción? ¿Y los otros deportes? ¿Es acaso ejemplo de tolerancia lo que sucede en el tenis, cuando por Copa Davis el público estalla de xenofobia y chauvinismo inútil?.

El drama, queda claro, no se limita a una centena de pandilleros armados que viven de la prebenda, que hacen del arrebato, la venta y la reventa su modo de vida. Ellos ya están institucionalizados. Y también identificados: por algo quedaron detenidos cuando fueron a votar. Por eso no fue tan difícil extirparlos en Inglaterra. Por eso no es tan complejo hacerlo acá. Sólo requiere voluntad política, algo que Javier Castrilli -con el apoyo del gobierno- por ahora demuestra Lo otro, la violencia que late en las venas de la sociedad, es algo mucho más complejo. Como el óxido, ha corroído las vigas del edificio social. Por eso el deterioro es mucho más profundo. Porque no alcanzan las razones económicas para explicarlo: la crisis es moral. Los valores son los que están en default. Los que se transmiten de una generación a otra. La educación más primitiva flaquea: la intolerancia hace estragos. Intolerancia al distinto, al fracaso, a lo no deseado. Es, acaso como ningún otro, un quiste de la sociedad posmoderna.

"El odio más fundamentalista surge de una pasión: asumirse como lo único, como la Verdad", escribe el filósofo José Pablo Feinmann en "La sangre derramada", su brillante ensayo sobre la violencia. Jorge Valdano repite que se juega como se vive. En ocasiones queda claro que el público se comporta mucho peor que los jugadores          

          Pablo Perantuon    
pperantuono@rinegro.com.ar

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