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Opinión

¿Adónde va la violencia cuando no hay fútbol?

Los desmanes se hacen cada vez más comunes, pero no sólo en el mundo de la pelota hay hechos de este tipo. También abundan en otros deportes.

La violencia no sólo está en los barrabravas, también en otros actores de la sociedad.

SAN CARLOS DE BARILOCHE (AB) - La temporaria suspensión del fútbol puso en evidencia el nerviosismo de los dirigentes y jugadores, dispuestos a aceptar condiciones con tal de que el negocio no se interrumpa, y también el vacío en los domingos de muchos aficionados, que encuentran en el fútbol un motivo de vida.

En ocasiones, los simpatizantes de algunos equipos exponen pasiones y adhesiones viscerales dignas de mejor destino. En un exitoso programa televisivo, que recoge exaltados testimonios de la hinchada de cada equipo, se puede apreciar que algunas sinceras manifestaciones contra los ocasionales adversarios superan lo que el ciudadano común conoce como odio étnico y racial. Las agresiones físicas, sin embargo, normalmente son efectuadas bajo el escudo de una multitud, y es precisamente en estas circunstancias cuando ocurren los casos de mayor gravedad.

Son tan comunes y frecuentes los enfrentamientos entre las hinchadas de los distintos clubes, que las autoridades y los dirigentes terminan conformes si no ocasionan daños de importancia a las instalaciones o ninguna persona resultó muerta en esas riñas. Y aunque muchos opinan que la violencia deportiva está reservada al fútbol, no se debe olvidar lo que sucedió en la serie por Copa Davis que disputaron en Santiago de Chile el equipo local y el de Argentina.

El juego es la actividad a través de la cual el niño realiza la principal tarea de aprendizaje y entretenimiento en sus años de crecimiento y adaptación, y acompaña al hombre toda su vida. Pero esa sensación cercana al ocio no la siente ni se le permite sentirla al futbolista, porque cuando los aficcionados disfrutan de un partido los futbolistas profesionales están trabajando, con su talento y sus errores humanos.

El fútbol profesional ya no tiene nada que ver con un barrio, una nación o los colores de una camiseta, pero pocos fanáticos evalúan que el fútbol puede ser un negocio, tanto para los administradores de los clubes como para los propios jugadores. Y es que el hincha no es más que un cliente cautivo, de mayor o menor poder adquisitivo, y por eso el negocio continúa durante los veranos, cuando los atletas y el público deberían descansar del fútbol, con enfrentamientos entre tradicionales rivales en los destinos turísticos.

La decisión que en su momento tomó el juez Perrota y últimamente el juez Bergés sería incapaz de tomarla un político de primerísima línea. Y no porque piense que es desatinada, sino porque perdería el aprecio de la opinión pública, si es que tiene alguno. Vale recordar que la Iglesia enfrentó uno de sus mayores desafíos cuando Juan Pablo II quiso imponer a los italianos el dogma de que "el domingo es para Dios, y no para el fútbol". Porque se enfrentaba a los intereses del fútbol más competitivo y más taquillero del mundo, y a una población que siente pasión por sus equipos, e ignoran que a cada uno lo componen personas que trabajan de futbolistas.

                   Serafín Santos

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