Miércoles 25 de junio de 2003 | ||
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Postales de un país normalmente horrible |
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Análisis |
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Dice Jorge Semprún que hay una normalidad de lo horrible. Y lo dice luego de estar en manos de los nazis en el campo de Buchenwald. Pero en Buchenwald, el exterminio no se disimulaba. La cámara de gas estaba al alcance de la mano. El humo de los hornos que daba el toque final a la faena, era denso. Tan denso que cuando las tropas americanas ingresaron al lugar, notaron una ausencia en los bosques vecinos: la de los pájaros. El olor a muerte los había espantado. También la Argentina del Mundial del `78 estaba impregnada de sangre y muerte. Pero a diferencia de Buchenwald, se disimulaba. "¿Desaparecidos?...¿Qué desaparecidos?", se defendía cínicamente el líder de la dictadura, Jorge Rafael Videla. "¡En algo andaría!", justificaba el secuestro, escoba en mano, la impúdicamente ignorante doña Rosa. Y doña Rosa era millones en aquel país del Mundial. En ambos géneros, claro. El "metejón" de los argentinos con los militares siempre fue inmenso - suele reflexionar Tulio Halperín Donghi. Porque en Argentina no se asesinó a 15.000 seres sin la complicidad, por acción u omisión, de millones. "¡Los argentinos somos derechos y humanos!", chillaba José María Muñoz calentando el ambiente previo a cada partido. El silencio era norma de la máxima dirigencia política del país. Hipócritas, no se atrevían a confesar un favor: los militares sacaban del medio a muchos de los que los habían cuestionado. El campo estaría orégano a la hora del retorno. Sólo un grupo muy reducido de medios -entre los que estuvo este diario- se atrevía a avanzar en defensa de la vida. Labor desigual, pero la posible en un marco de riesgo total. De tanto en tanto, la cúpula de la Iglesia Católica emitía un comunicado. "Preocupa el destino de ciudadanos de los que nada se sabe", decía desde la cobardía. Sólo un grupo reducido de obispos se jugaba en favor de la vida. Tan jugados como esas mujeres que un año antes del Mundial habían comenzado a girar en Plaza de Mayo. Las movía el dolor. Y lo hacían con honor. Pablo Epstein es uno de los personajes de la excelente novela "La crítica de las armas", de José Pablo Feinmann. Para él, la cercanía de la cancha de River con la ESMA era - en aquellos días de gol- la normalidad de lo horrible. La complicidad. Porque, como dice José, cuando un pueblo está a quinientos metros de la ética de los asesinos, tiene que preguntarse por su propia ética. Soberbios, recién hoy los argentinos comenzamos a hacernos esa pregunta. Mucho después de aquel Mundial del "78. Carlos Torrengo |
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