Miércoles 25 de junio de 2003 | ||
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La pelota y la tormenta |
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Fue un año raro. Por primera vez en mi vida veía a mi padre vestido de militar y, creanme, entre mi padre y el fuego de artillería, había una distancia tan sideral como de la Tierra a la estrella más lejana del sistema solar. Bueno, era 1978 y ese año cruel y oscuro las contradicciones estaban permitidas. Chile llevaba cinco años de dictadura. Argentina pasaba por una que, según contaba Radio Moscú a las 3 de la madrugada, competía en sadismo con la nuestra. Mi padre de verde. Ahora pienso que parecía mucho más un visitante de Marte que un comando a punto de tomar Puerto Santa Cruz con un cuchillo entre los dientes. Para colmo, un mundial en la agenda. Augusto Pinochet y Jorge Rafael Videla se habían pasado medio año prometiendose sangre trasandina, de este y del otro lado de la cordillera. ¡Y ahora se jugaba un mundial a tres cuadras de casa! Crisis, hambruna, dolor, disparos, persecuciones, desaparecidos, violación sistemática de los derechos humanos y de frutilla un Campeonato con los mejores equipos de fútbol del planeta. Esta prueba de fuego al subrealismo europeo sólo podía ocurrir en Latinoamérica. Un mundial en la Argentina ¿No nos habíamos estado por matar un rato antes? Sí, pero son sudamericanos, viven acá no más. ¿No vas a hinchar por ellos? Mira que desde el 62 en Santiago no pegamos una. Un amigo me contó que en la frontera, a la altura de Río Gallegos, chilenos y argentinos, después de pasar masticando polvo durante semanas en las trincheras, habían terminado por organizar campeonatos de truco y algunos picados. Los asados que los chilenos ganaban mintiendo, los argentinos los recuperaban en la cancha. Erróneamente se piensa en este país que los chilenos tienen para con sus hermanos argentinos una especie de obsesiva rivalidad. La hay, cierto, pero menor que la que Chile siente por Uruguay. Será cultura, tradición o simple humildad, pero el fútbol chileno prefiere perder 4 a cero con un buen equipo argentino que empatar atrapado en los sortilegios de un conjunto charrúa. Básicamente los uruguayos nunca dejan que su rival se exprese, futbolísticamente hablando. Lo maniatan como a un cordero después del uno a cero. Y que Dios consuele tus ansias de justicia. El mundial era otra cosa, que gane Argentina, decían mis "cumpas". Lástima la estupidez. La guerra tocando el timbre. La necedad. El mundial, cabrito, era otra historia. De un modo glorioso y alternativo, Argentina ha puesto históricamente en el escenario del Primer Mundo el último resquicio del mapa. El lugar en donde hasta hace muy poco sólo figuraban serpientes y dragones. Cada una de sus victorias fue un poco nuestra. Un poco, si usted señora-señor, se lo permiten a este "roto" chileno. Como también cada una de sus decepciones a partir de 1990. La cordillera que nos divide nos desafía todo el tiempo a volvernos uno. Argentina campeón. Por un minuto olvidamos la sangre. ¿Argentina? Sí, "guachito". Argentina campeón en 1978. Una canción en medio de la pesadilla. Claudio Andrade |
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