|
Eugene Luther Vidal (su nombre verdadero) nació en 1927 en la Academia Militar de West Point y pasó su infancia en Washington DC. Su apellido es un apellido de poder. Primo del ex candidato presidencial Al Gore, nieto del famoso senador Thomas Gore y él mismo candidato dos veces a ese cargo por el Partido Demócrata, sacando en 1960, 70.000 votos más que el futuro presidente Kennedy, de quien fue asesor, amigo y cuñado puesto que era hermanastro de Jackie Bouvier.
Cuando tenía 10 años, sus padres se divorciaron, se fue a vivir con su abuelo y cultivó una pésima relación con su madre. Desde muy pequeño encontró motivos para la trasgresión, quemaba objetos, robaba relojes y se negó a ser educado en Harvard como su familia se lo había impuesto. De hecho es un autodidacta que no asistió ni a ésa ni a ninguna universidad, aunque fuera conferencista en varias.
Admite que su "debut sexual fue a los 11 años". Su primer amor fue Jimmy Trimble, se conocieron en el internado de Saint Albans en Washington cuando tenían 12 años. Jimmy murió en 1945, combatiendo contra los japoneses. En su libro autobiográfico, Palimpsest, confesó que después de esta tragedia sólo se dedicó a cultivar "un millar de breves y anónimas relaciones" hasta 1950, año en que conoció a su actual pareja, Howard Austen. Y aunque Gore confiesa que "el sexo no ha jugado ningún papel en esta relación", puesto que hay que separar el afecto del placer sexual, ambos reservaron una fosa juntos en un cementerio de la capital estadounidense, lindante a la tumba del antiguo amor de Vidal.
Aun así, hace décadas que vive con Howard, a quien dejará todo su dinero. Una relación soldada con una fórmula extraña si atendemos a los comentarios del Vidal público: "Uno no se casa con quien ama", "todos somos bisexuales" o "siempre estuve "más interesado en lo que pasa en el Congreso de mi país que en el sexo".
Arrogante, vanidoso y asiduo invitado en los media de EE. UU., no deja de ser un americano. En realidad jamás reniega de ello, aunque sí se ocupa de decir que él es un norteamericano diferente, de alta sociedad. Siente su orgullo de clase, y se le nota.
De un modo u otro, Gore Vidal estuvo muy cerca de las figuras que han definido los EE. UU. del siglo XX. Y se siente el hombre autorizado para hablar de su clase dirigente.
Vidal, un apellido de poder
"El sexo es política"
El habló abiertamente de su homosexualidad cuando pocos se atrevían a hacerlo, y apuntó a la excesiva e hipócrita moralina norteamericana. Pero su gusto por los hombres no fue revelado nada más que para desafiar a su aristocrático entorno.
Instaló el debate de la sexualidad de un modo muy peculiar. "El sexo es política" -avanzó- y con esta frase construyó uno de los ejes vertebrantes que le servirían para contar la historia de su país. Su Contrahistoria.
Así fue que se ocupó de la homosexualidad de George Washington, o de la de Abraham Lincoln, al tiempo que metió la sospecha sobre las preferencias sexuales de Richard Nixon o del senador McCarthy, entre otros. Convengamos que haber sostenido que los padres de la patria fueron gays no fue poca cosa. Las enemistades llegaron como abejas al polen y en términos prácticos comenzó a tener dificultades para publicar en su país. Pero no apagó su ponzoñosa pluma. Siguió y se ocupó uno por uno de los miembros del panteón patrio hasta llegar al calenturiento Bill Clinton, quien -en una actuación patética ante su familia y ante el pueblo norteamericano- tuvo que pedir disculpas públicamente por haber tenido "relaciones impropias" con una pasante de la Casa Blanca.
"El sexo es política", repitió entonces.
Sus detractores intentaron banalizar sus comentarios, acusándolo de estar "obsesionado por el sexo como todo gay", tal como acusó una revista norteamericana alguna vez. Pero sus revelaciones no fueron triviales y mucho menos comentarios maliciosos de marica. El sexo le sirve a Vidal para hacer centro en uno de sus núcleos temáticos, donde abrevan dos cuestiones centrales de su derrotero intelectual: la moral norteamericana y la sexualidad.
La sexualidad como problema y como camino que conduce al conocimiento del americano medio. Esa misma estrecha moral que -en parte- lo forzó a una suerte de exilio en Italia, donde vive desde hace más de 30 años.
Gore Vidal es un escritor prolífico y multifacético. Ensayista, teatrólogo, guionista de célebres filmes de Hollywood (como Ben Hur), novelista e historiador. Cuando tenía 21 años se editó su primer libro, "Williwaw", y cuando cumplió 23 publicó la que se considera la primera novela gay norteamericana: "La ciudad y el pilar de sal" (1948).
Años más tarde hizo la primera de sus ocho novelas históricas, "Juliano" (1964), y luego editó un texto que fue best-séller, "Myra Breckinridge", la historia de un transexual.
Su libro "Sexualmente hablando" (1999) es una de sus piezas más acabadas en lo que a sexualidad se refiere. Allí pasa revista a las ideas que han atravesado a esta problemática durante los últimos 40 años. Cuestiona la religión y las leyes de entrometerse en la vida privada de los individuos, como a todos los conservadores que se han empeñado en sostener ideas "policíacas" en torno del sexo. Afirma respecto del sexo que la única norma debiera ser la ausencia de toda norma y denuncia que el "80% de la actividad sexual en EE. UU. tiene que ver con la regulación de nuestra moral privada".
Considerado por muchos uno de los principales intelectuales defensores de la causa gay, es también un viejo defensor de cualquier orientación sexual y de la pornografía.
Contra el Imperio
Otra de las obsesiones de Gore Vidal es el poder. Hay una serie de ensayos que lo incluyen que se inaugura con "Patria e Imperio" y se cierra con "Dreaming War" (2003) y una serie de novelas que tocan el corazón político americano que incluye "Crónica Americana", "Lincoln", "Empire" y "Washington DC".
Su Contrahistoria de los EE. UU. culmina -como no podía ser de otro modo- con los atentados a los EE. UU. Vidal desarrolla una hipótesis conspirativa que una vereda de críticos calificó de "hereje" y otra vereda decide si ignora o se somete a la ley de la demanda. El texto ya es best-séller. Y ya es una patada en donde más duele a la administración Bush. El escritor directamente acusa al gobierno no sólo de haber estado en conocimiento de la realización de los atentados, sino de su responsabilidad en el conflicto entonces desatado a nivel planetario.
Vidal siempre se siente muy cómodo ante una cámara encendida. Le encanta el show. Y cada vez que puede denuncia ante los medios masivos la ilegitimidad del gobierno de George Bush. Para él, el actual presidente de los EE. UU. arrebató el triunfo a quien había obtenido la mayoría de votos, y extiende su ácido al Tribunal Supremo, que manifestó en la puja su total adhesión a la "extrema derecha" encarnada hoy en el clan de Texas.
"No hay que esconderse ante las verdades incómodas -dijo- y no hay que subestimar nunca las posibles consecuencias. Nosotros seguimos sufriendo los efectos de viejas decisiones, que garantizaron un imperio concentrando el poder en manos de potentados e intocables: piense en la sentencia de la Corte Suprema dictada en noviembre del 2001, que ignoró el veredicto popular adjudicando la presidencia al derrotado. Una decisión puramente imperial... La política norteamericana -señala- es básicamente un asunto de familia, como en la mayor parte de las oligarquías. Cuando se le preguntó al padre de la Constitución, James Madison, cómo demonios podía el Congreso hacer algo de provecho si el país tenía ya 100 millones de habitantes y sus representantes elegidos pasaban de medio millar, Madison respondió: "No hay que preocuparse, la ley de hierro de la oligarquía siempre prevalece". Esos padres fundadores, que tanto nos gusta citar, sentían tal terror y aborrecimiento por la democracia que se inventaron el Colegio Electoral para sofocar la voz del pueblo de la misma forma que el Tribunal Supremo ha sofocado la de los votantes de Florida en la última elección presidencial...".
Luego de los atentados a las Torres Gemelas dice una y otra vez "no entiendo cómo todavía tenemos la desvergüenza de hablar y hablar de democracia". El episodio -según él- fue un bumerán y desenmascaró la personalidad total del presidente. Cuando Bush pidió plenos poderes no osó compararlo con Hitler y advirtió sobre el debilitamiento de los poderes de los ciudadanos bajo un "estado policial". "¡¡¡Qué horror -vociferó- darle plenos poderes a esa gente...!!!".
Estas respuestas dadas por el Estado norteamericano al terrorismo -señala- sólo precipitan a la república en "otra fase de destrucción progresiva, donde nuestra forma de democracia es el soborno, a la mayor de las escalas... No somos una democracia y no tenemos nada que ofrecer al mundo en lo que se refiere a ideas políticas o a medidas políticas...".
Obviamente siempre fue un crítico feroz al respaldo de EE. UU. a Israel y condenó las invasiones sucesivas de EE. UU. a Afganistán e Irak: "No se me ocurre que pueda salir nada bueno de un país que se siente tan en posesión de la verdad que está dispuesto a imponer, de grado o por la fuerza, su sistema de vida al resto del mundo".
Se ganó los calificativos de "antisemita", "proterrorista " y "antipatria", adjetivos que no le quitan para nada el sueño a quien gusta patear el avispero. Pero el ataque de Gore no es sólo saña con padre e hijo Bush. Su participación activa en la política y desde su tribuna de intelectual siempre dijo lo mismo: "No provoquemos. Ese es el mensaje que yo creo que debo transmitir acerca de la política de EE. UU. El problema está en la provocación permanente en la que incurre EE. UU., que en general no obedece más que a la más completa ignorancia... Yo soy un protestante auténtico, así que protesto por tanta ignorancia. Y ésa es mi opinión, nada popular, desgraciadamente...".
Susana Yappert
syappert@ciudad.com.ar |