Viernes 16 de mayo de 2003

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Kirchner marca límites y busca mayor adhesión para gobernar

  El presidente accidental
 

Por James Neilson

  A diferencia de Raúl Alfonsín, Carlos Menem y Fernando de la Rúa, Néstor Kirchner no comenzará su gestión como el representante claramente legítimo de un partido o coalición que cuente con el apoyo de aproximadamente la mitad del electorado. Como algunos ya han señalado, del 22% de votos que obtuvo el 27 de abril, el grueso le fue prestado por Eduardo Duhalde y sus operadores del conurbano bonaerense. De haberse postulado Carlos Reutemann, de haber elegido Duhalde seguir apadrinando al cordobés Juan Manuel de la Sota o de haberse desistido Menem de intentar volver a la Casa Rosada antes de celebrarse la primera vuelta electoral, no después, Kirchner aún estaría en Río Gallegos formulando declaraciones "duras" y fantaseando en torno de la campaña del 2007. Sin embargo, a Kirchner le tocó sacar el número ganador en la gran lotería política nacional, de suerte que el 25 de mayo será el nuevo presidente de los argentinos a pesar de ser un personaje casi desconocido.
Por ser tan frágil su propia base de apoyo, muchos ya están vaticinando que el santacruceño fracasará, como si lo único que importara fuera su capacidad para sobrevivir cuatro años en el cargo, sin preocuparse demasiado por lo que se habrá propuesto hacer. Pues bien: si los propósitos auténticos de Kirchner guardan cierta relación con las aspiraciones de la mayoría, su eventual fracaso sería sin duda lamentable, pero si lo que le gustaría hacer es algo decididamente más personal, Menem merecería el agradecimiento de la mayoría por haberlo privado del triunfo épico que según las encuestas habría sido suyo y que le permitiría tomar medidas drásticas que tal vez no fueran las previstas por el grueso de sus compatriotas.
Por tratarse de un político profesional, el santacruceño entiende muy bien que su gobierno nacerá bajo el signo de la debilidad extrema, desgracia que, por supuesto, atribuye a Menem. Podría asumir esta realidad para él desagradable, manifestándose plenamente dispuesto a actuar como el jefe formal de un comité conformado por iguales. O, como en efecto ya ha proclamado, podría simular ser un presidente "fuerte" desde el vamos con la esperanza de que los demás le crean y que, en consecuencia, opten por respaldarlo. Si bien la primera alternativa sería la más realista y, dadas las circunstancias, la más honesta, no existe motivo alguno para suponer que la Argentina esté preparada para un gobierno "suizo", por decirlo así: si lo estuviera, nunca se las hubiera ingeniado para caer en una crisis política tan horriblemente embrollada como la actual. Como se dio cuenta incluso De la Rúa, el vacilante, aquí el presidente tiene que ser "fuerte" o no será nada.
Kirchner, pues, ya está procurando convencer al país de que las apariencias no obstante está plenamente capacitado para ejercer el mando, de ahí aquel discurso beligerante que pronunció cuando ya sabía que Menem no competiría en el ballottage. Aunque fue comprensible el enojo que sintió al verse sin el triunfo abrumador que preveían todas las encuestas y que con toda seguridad le habría ayudado a adquirir un capital político propio, cometió un error que podría resultarle muy costoso. Ocurre que "fortaleza" no es sinónimo de "dureza" y el mostrarse más que dispuesto a vituperar tanto a los adversarios como a quienes no comparten sus ideas sólo habrá servido para fabricarle más enemigos. No hay nadie más patético que un débil que sobreactúa en un esfuerzo por impresionar a sus amigos e intimidar a los demás.
Igualmente peligrosos para Kirchner podrían resultarle sus intentos muy lógicos de separarse del duhaldismo. Le convendría obrar con cierta paciencia. Sin embargo, consciente de que le sería fatal permitir consolidarse la convicción ya difundida de que en el fondo no es más que un títere en manos del caudillo bonaerense, Kirchner ya ha empezado a alejarse del "aparato" que le entregó las llaves de la Casa Rosada. Se trata de algo que tiene forzosamente que hacer, pero si procede de manera excesivamente abrupta correrá el riesgo de perder el apoyo de lo que él mismo considera la "mafia bonaerense" antes de haberse aliado con otros grupos que sean capaces de mantenerla en su lugar. Para Kirchner ha llegado la hora de sumar apoyos, para no depender demasiado de individuos que no titubearían en tratarlo con desprecio como si fuera una especie de sirviente al que podrían despedir en cualquier momento, pero mientras tanto le será necesario intentar convivir pacíficamente con los duhaldistas. Al fin y al cabo, éstos ya se acostumbraron a pensar que cambiar de presidente sin dejarse cohibir por el calendario constitucional no es gran cosa. Les fue fácil librarse de De la Rúa y poco después de Adolfo Rodríguez Saá. De llegar a la conclusión de que Kirchner es un ingrato o, peor, un "traidor", no tardarán en recordarle que ciertas deudas no pueden ser repudiadas con impunidad.
Además de sentirse atraído por la idea de romper con el duhaldismo cuanto antes, Kirchner pronto se verá frente a otra tentación seductora, la de intentar movilizar al "pueblo" contra aquellos políticos que a su juicio procuren defender a los "privilegios inadmisibles" adquiridos por distintas "corporaciones económicas" durante la década pasada. Pero sucede que no hay demasiados indicios de que la mayoría quiera acompañarlo en la aventura sesentista que según parece aún tiene en mente. A fines de abril, la cuarta parte del electorado votó por Menem y otro 16% por Ricardo López Murphy, mientras que la presencia de Daniel Scioli y, de manera informal, Roberto Lavagna en la fórmula encabezada por el propio Kirchner se debió a que sabía muy bien que el país no tiene demasiado interés en probar suerte con una versión local del chavismo venezolano. En el caso de que Kirchner se imagine un ideólogo, un hombre de "convicciones" fuertes a las que el país tendrá que amoldarse, empero, la voluntad popular reflejada por los resultados de las elecciones de abril le será lo de menos.
Desde el momento en que Menem dejó saber que abandonaría la carrera presidencial, representantes de casi todos los sectores políticos, desde el conservadurismo liberal hasta la izquierda revolucionaria, están acusándolo de haber asestado un golpe devastador contra las instituciones del país, opinión ésta que según parece comparten los lopezmurphistas, los aristas, el grueso de los peronistas y los militantes del enjambre de agrupaciones de características entre neofascistas y paleoizquierdistas, todos los cuales se han puesto a aprovechar lo que tal vez sea la última oportunidad para saldar cuentas con el riojano. Exageran, claro está, porque la precariedad institucional se debe a muchísimo más que la negativa del ex presidente a sacrificarse en beneficio de un político que lo odia y que, sospecha, podría estar pensando en emprender un rumbo que nos llevaría a una serie de catástrofes. De ser así, Menem nos habrá ahorrado muchos males.
Quienes han estado desahogándose hablando pestes del riojano por su "cobardía" deberían preguntarse si realmente le hubiera convenido al país que Kirchner, un hombre poco representativo de opiniones tajantes, se consagrara presidente con más del 70% de los votos no por lo que efectivamente es, porque pocos lo conocen, sino por no ser Menem. De haber sido cuestión de un dirigente sensato y equilibrado que estuviera resuelto a impulsar la modernización de la Argentina sin descuidar las necesidades de los muchos que por su formación no están en condiciones de adaptarse con rapidez a los cambios exigidos por la evolución de las economías de todos los países que no quieren resignarse al atraso, tendríamos buenos motivos para lamentar su debilidad política, pero a juzgar por su trayectoria Kirchner es un personaje mucho más excéntrico que de creerse en condiciones de salirse con las suyas podría hacer virtualmente cualquier cosa.
Para colmo, no es ningún secreto que vendrá acompañado por un entorno conformado por sus parientes, entre ellas su esposa y un par de hermanas, amigos y aliados coyunturales que no parece tan distinto de aquel que, desafortunadamente para la Argentina, constituyó el núcleo duro del menemismo. Así las cosas, no es tan evidente que el país se habría visto beneficiado de haber llegado Kirchner con la ilusión de que el pueblo acabara de plebiscitarlo. Por el contrario, el triunfalismo que hubiera producido una victoria aplastante sobre Menem bien pudiera haber sido la fuente de un sinfín de desastres nuevos.
     
     
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