Martes 18 de marzo de 2003
 

El gran fracaso diplomático

 

Análisis

  Las pantallas de la CNN mostraban en una animación de computadoras la trayectoria de los misiles en vuelo hacia Bagdad. En las Naciones Unidas reinaba la impresión de que ayer fue el último antes de que esas imágenes se transformen en realidad.
A pesar de los progresos registrados en su misión en las últimas semanas. A pesar de que el jefe inspector Hans Blix asegurara que el desarme por medios pacíficos era posible. A pesar de que Francia, Rusia, Alemania y China pidieran más tiempo para las inspecciones. Y a pesar de que no existía una mayoría a favor de la guerra en el Consejo de Seguridad.
A poco más de seis meses del pronunciamiento de George W. Bush, ante la Asamblea General de la ONU, el 12 de septiembre de 2002, en el que dejó claro que Estados Unidos iba hacia una guerra, con o sin las Naciones Unidas, se encuentra el organismo internacional ante una grave crisis existencial.
La primera gran víctima de la guerra, ya antes de que se haga el primer disparo, es la autoridad del Consejo de Seguridad. El anuncio de Bush ayer, lo puso en evidencia.
Una y otra vez se escucha la pregunta en los pasillos de la sede de la ONU en Nueva York: ¿qué valor tiene la Carta de las Naciones Unidas si la única superpotencia puede ignorarla?
La desconfianza frente a las verdaderas motivaciones de Estados Unidos había calado demasiado hondo. Bush ya había planteado a las Naciones Unidas que se encontraban ante la disyuntiva de legitimar la guerra o terminar en la "irrelevancia".
La ley fundamental de las Naciones Unidas sólo permite una guerra en dos casos, según opinión coincidente de los especialistas del derecho internacional: como defensa ante un ataque producido o inminente o cuando el Consejo de Seguridad autoriza expresamente una acción militar para evitar graves peligros para la seguridad internacional.
Pero finalmente sobrevino la modificación oficial de la doctrina de seguridad estadounidense tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, que autohabilitaba a la superpotencia a declarar una "guerra preventiva". Esta doctrina es el marco en que se inscribe el inminente ataque contra Irak. La frustrada resolución del Consejo que hubiese avalado el ataque, escribió el "Washington Post", no habría sido más que "una hoja de parra para ocultar la decisión ya tomada de aplicar la fuerza militar".
   
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