Sábado 29 de marzo de 2003 | ||
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Un mito con historia |
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La Argentina desmembrada y la secesión de la Patagonia |
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Muchos argentinos y observadores extranjeros siguen sin respuestas a la monumental crisis económica, social y política de la Argentina. Algunos se han atrevido a vislumbrar un país sin soberanía económica ni monetaria. Las alternativas que se barajaron durante el año 2001 para enfrentar la debacle fueron variadas. Desde la entrega del gobierno a una junta internacional que vendría con suficiente dinero pero dispuesta a tomar medidas drásticas, o la iniciativa de Carlos Menem, convocando a la dolarización de un país que sólo es capaz de confiar en esa moneda si está a resguardo fuera de sus fronteras, hasta la secesión de una parte de su territorio. Abonando esta posibilidad un medio de prensa serio de nuestro continente se atrevió a condensar esta idea. La secesión del sur argentino fue nota de tapa del "New York Times" en agosto del año pasado. La Patagonia dejaría de ser argentina para conformar una nueva unidad estatal en condiciones de ampliar el número de miembros de la OEA. Lo publicado generó más incertidumbres en un país cuyos ciudadanos sólo parecen vivir sumidos en la incredulidad. De allí que algunos no la consideraron descabellada. Es que la iniciativa lanzada hace unos meses por el gobierno de una de las provincias patagónicas parecía dar sustento a esa fórmula. Neuquén fue responsable de la propuesta de unificación con su vecina Río Negro. Bajo esta iniciativa, cincuenta años después del nacimiento de ambas provincias se pretende la unificación bajo la invocación de un regionalismo "mágico" y del buen gobierno. Todo ello parece no responder a un "movimiento de época" pero sí a las urgencias de las maquinarias políticas preeminentes en ambas provincias. Reducción de la "política" y de su costo, eficiencia y planificación estratégica concertada, saneamiento de la administración, parecen tópicos de un arsenal discursivo muy lejos de otras intenciones, sobre todo de la secesión. No es la primera vez que la Argentina es pensada como un país dispuesto a fragmentarse. Hace más de sesenta años se vivió una situación similar. Fue en tiempos en que la Alemania nazi estaba lanzándose a la conquista del mundo. En marzo de 1939 mientras la prensa del mundo daba cuenta de la ocupación alemana de los restos de Checoslovaquia y de la caída de la Madrid republicana, en la Argentina el presidente radical Roberto M. Ortiz recibía en secreto un conjunto de documentos que si de cuya veracidad no hubiera dudado, el rumbo de los acontecimientos hubiera sido otro. Los papeles provenían de la Embajada alemana en Buenos Aires y llevaban la rúbrica de algunos de sus principales funcionarios. Comprometían a empresarios de la Cámara Alemana de Comercio y a hombres pertenecientes a distintas asociaciones civiles de alemanes residentes en el país. Además involucraba a la recién creada Junta Central Pro-Autonomía de los Territorios Nacionales y su presidente era identificado como agente al servicio de los nazis. Entre los documentos había fotos aéreas y mapas de la región, relevamiento de recursos estratégicos, de instalaciones militares, de puentes, entre otros. Las conclusiones del informe que acompañaban esos vitales documentos afectaban visiblemente la soberanía de la Argentina sobre los extensos territorios de la Patagonia al considerarla tierra de nadie. Las consecuencias para el país: de esa región podía apropiarse cualquier estado dispuesto a expandirse, y obviamente, la Alemania hitleriana era uno de ellos. Ortiz había optado por ocultar los hechos. La prensa escrita de entonces expuso la noticia mostrando a una Argentina protagonista de algo más que un hecho con implicancias diplomáticas. El poder político se vio en la obligación de actuar. Las investigaciones que se hicieron en el país llevaron a algunas detenciones de alemanes residentes en él. Se realizaron allanamientos en Bahía Blanca, Córdoba, Tucumán, Buenos Aires y Comodoro Rivadavia. De hecho varios legisladores nacionales, bajo la decidida preocupación del líder socialista Enrique Dickman iniciaron una pesquisa trasladándose a las tierras en cuestión y lo único que obtuvieron fue la confirmación de que la secesión patagónica no era más que un fraude elaborado por las tribulaciones de la inteligencia de guerra británica y norteamericana. Si bien Ortiz consideró la falsedad de lo que luego se conoció como "el complot nazi en la Patagonia", dos años después, hacia 1941, el presidente de los Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt, exhibió en Washington un mapa a modo de prueba irrefutable de los intentos alemanes de establecerse en el Cono Sur. Roosevelt estaba decidido a poner en pie de guerra a la Argentina contra la Alemania nazi. El mapa en cuestión comprometía a los territorios de la Patagonia argentina y chilena bajo una denominación nada original: los "Estados Unidos Totalitarios del Sur". Algo más de sesenta años transcurrieron desde aquel fraude. La opinión pública de aquella época y sus dirigentes estaban por demás sensibles frente a un tema de vital importancia. Es que en el país de entonces se vivía un imaginario de "comunidad nacional". Hablar de ello hacía a algo más que la definitiva integración simbólica. Se estaba fraguando el último de los grandes proyectos de inclusión social y política que las clases dirigentes pudieron promover. Hablamos de la época en la que se gestó lo "nacional y popular". Hecho maldito para algunos y glorioso para otros; lo cierto es que con el peronismo se concluye el capítulo de la inclusión federal al provincializar los territorios nacionales, así como también el de la inclusión política y social con el voto femenino y una profusa política social destinada a los sectores del trabajo. El país federal que hoy quiere desmembrarse es cosa de ese pasado. Pasó mucho tiempo de aquel "nacionalismo popular" y de unos inventados "Estados Unidos Totalitarios del Sur", época que convocaba a enfrentar el tema de cualquier secesión territorial desde la "traición a la patria". De allí el esfuerzo de una parte de la clase política encabezada por el socialista Dickman por llegar al fondo de la cuestión. Nada de eso ocurrió en estos días. En ninguna oficina del poder se pensó en conformar una comisión investigadora para saber si hay "traidores a la patria" dispuestos a entregar, ceder, vender, secesionar el territorio nacional. Pareciera que esa figura se extinguió abruptamente durante la década del noventa. Es que la Argentina que enfrentamos está más cerca de la "nada". Hoy los "ecos" de una hipotética secesión patagónica tienen cierta plausibilidad frente a un país donde se desvanece día a día ese sentido de comunidad nacional de la mano de la larga hegemonía peronista. Profesor Gabriel Rafart Universidad Nacional del Comahue - Neuquén |
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