Lunes 3 de febrero de 2003
 

Seguridad y solidaridad

 
  Los continuos robos y actos de vandalismo que afectan a escuelas públicas, centros comunitarios y de salud de los barrios Altos demuestran que existe un déficit en el servicio de seguridad, pero también en el deber de solidaridad de los vecinos, que observan y callan, por temor o complicidad, siempre apostando al fatídico "no te metás", aunque también resulten perjudicados.
Es cierto que en esos barrios la pobreza es la norma, la tasa de desocupación es altísima -superior al 50%-, y hasta las "buenas temporadas" pasan inadvertidas para sus habitantes. Pero son ellos precisamente quienes más se sirven de los organismos públicos, de asistencia y educación, y no alzan un dedo ni la voz para defenderlos, sino para reclamar, siempre, por más derechos.
Es casi seguro que el nuevo saqueo al Centro Periférico de Salud del barrio 34 Hectáreas ha sido cometido por personas que viven en el barrio, probablemente menores de edad, que supieron forzar las rejas de seguridad, pero no conocían la utilidad de la leche para embarazadas o para niños desnutridos, ni del instrumental médico o informático que se llevaron, en algún caso incompleto.
Por la cantidad de elementos sustraídos, su peso y volumen, es lógico pensar que fueron varios los autores del robo, y que algún vecino debió haber observado los movimientos de los delincuentes, o los posteriores, del tráfico de los objetos robados. Sin embargo, cada robo a una iglesia o institución pública con sede en los barrios pobres goza de garantía de impunidad, porque nadie se anima a denunciar, ni siquiera en forma anónima. Del Centro de Salud del barrio El Frutillar se han llevado una heladera, "sin que nadie viera nada", y de algunas iglesias barriales sustrajeron voluminosos equipos de sonido, o gran parte del techado, con el mismo resultado.
La solidaridad es el vínculo que une a las personas y pueblos de manera que el bienestar de unos determine el de los otros, y es el sentimiento que impulsa a las personas a prestarse ayuda. Para quienes viven en una sociedad y se sirven de sus instituciones, la solidaridad es una obligación, porque incluso los que nada esperan de la sociedad, como los vagabundos y desposeídos, practican algún tipo de solidaridad. Por eso el robo y destrucción de los elementos que sirven para asistir a los más pobres es inaceptable, incluso para los delincuentes, y que estos delincan en el barrio que habitan es señal que para ellos ya no existen mínimos códigos de convivencia.
La falta de solidaridad en el barrio 34 Hectáreas registra un antecedente vergonzoso, que muchos vecinos querrían olvidar. En la madrugada del 7 de abril de 1997 tres jóvenes delincuentes masacraron a un vecino sin que nadie saliera en su ayuda, pese a que muchos recuerdan sus desesperadas demandas de auxilio y su lenta agonía, hasta que murió desangrado en el patio de su casa. A Washington Madrid, un chileno de 55 años, le alcanzaban sus magros ingresos para vivir dignamente en su prolija casilla. Pero esa madrugada sus tres jóvenes vecinos arrojaron piedras contra su casa para obligarlo a salir al exterior, y cuando se asomó le aplicaron un hachazo en el mentón y otro en la mejilla, y otros golpes con una maza en la frente, en la otra mejilla y debajo del arco costal. Muchos oyeron sus gritos, pero Madrid agonizó durante casi una hora, clamando auxilio, sin que nadie se animase a salir en su defensa.

Serafín Santos
rionegro@infovia.com.ar

   
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