Sábado 1 de febrero de 2003
 

Los santos oficios de la escritura y la ciencia

 

PAOLA KAUFMANN: Paola Yannielli Kaufmann nació hace 33 años en Río Negro. Es doctora en neurobiología y escritora. Esta semana ganó el prestigioso premio novela de Casa de las Américas por su obra "La hermana" (sobre la vida de Emily Dickinson).

  Sos doctora en neurobiolo-gía y paralelamente escritora, ¿cuándo te abrís a tu dimensión literaria ?
-Cuando elegí la carrera de bióloga tenía 18 años. Creo que a esa edad tenés más o menos claro lo que te gusta como hobby y lo que te gusta pero te requiere un esfuerzo. Entonces me interesaban las ciencias, me interesaba ser bióloga marina, tipo Cousteau. Luego, en me-dio de la carrera di otro paso para ser genetista. La ciencia es un lindo juego intelectual y tenía muy claro que no lo podía hacer como hobby, en cambio escribir sí. Así es que me licencié en Biología en la Universidad de Ciencias Exactas de la UBA, luego hice un doctorado para especializarme en neurobiología y después hice un posdoctorado en EE. UU. Pero lo literario llega después.
-¿Cuando comenzaste a ir al taller de cuentos de Abelardo Castillo ?
- Sí, en 1995 empecé a escribir con mucha más rigurosidad a partir del taller. Allí estuve cuatro años, hasta que me fui a vivir a EE. UU. en 1999. El taller fue el punto de partida para comenzar a desarrollar la dimensión literaria, al menos para empezar a escribir y a leer mucho más en serio, porque siempre y naturalmente escribí mucho.
-¿ Luego los dos oficios se dieron simultáneamente?
-Sí. Luego vino un tiempo un poco más desgastante, en el que desarrollé ambos oficios. Cuando me fui a EE. UU. trabajaba de día en ciencias y por las noches y los fines de semana me aboqué a la novela "La hermana", primero haciendo un exhaustivo trabajo de archivo y luego escribiendo.
Qué influencias reconocés en tu escritura ?
- Cuando era chica, y de eso me voy a alegrar infinitamente, leía literatura de aventuras. Mi ídolo era Sandokán, luego leía a Emilio Salgari, Twain, esto más o menos hasta los 15 años. Más tarde leí novelas sin mucho valor hasta que descubrí a Julio Cortázar. En ese momento se me dio vuelta la cabeza. Fue luego de leer "Final del Juego"; desde ese momento algo adentro se modificó para siempre. A partir de entonces comencé a leer una literatura un poco mejor y así fue como llegué a Abelardo Castillo. Me fascinó un cuento de él y esto me motivó a concurrir a su taller. Luego él me guió en la lectura, fundamentalmente en los clásicos. Cuando comencé tenía un hueco enorme en cuanto a lo literario y lo primero que hizo fue darme a leer La ilíada de Homero y Madame Bovary de Flaubert. Así fui conociendo a escritores a los que jamás hubiese accedido sola, como O"Connor, Jack London, Chejov, Edgar Allan Poe, y a un montón de cuentistas que son inevitables y necesarios.
-Comenzaste escribiendo cuentos, género en el que reconocés sentirte más cómoda, pero pronto evolucionaste hacia la novela con "La hermana", ¿cómo fue este salto en tu evolución creativa ?
- Creo que naturalmente soy cuentista. Probablemente lo siga haciendo toda la vida. Me siento muy cómoda escribiendo cuentos, en una estructura cerrada, que tiene un principio y un fin. Allí me siento segura. Aun cuando me largué con la novela seguí escribiendo cuentos, incluso en medio publicaron mis cuentos en España. La novela me hizo sentir profundamente insegura, supe que para escribir una novela sabés por dónde empezás pero no sabés dónde termina, en cambio un cuento es como una cosa medio científica, no te sentás a escribirlo mientras no sabés exactamente qué va a pasar.
-Quienes hablan de preceptiva literaria, suelen decir que una de las claves de un buen cuento es que se lea de un tirón, como una inspiración profunda, que no baje la atención hasta el fin. Tus cuentos tienen esto, como también una visión muy descarnada y mucho, mucho sentido del humor. ¿Qué ingredientes usás en la hechura de un cuento? ¿Cuál es tu preceptiva ?
-Eh... ¡qué difícil! No sé. Te diría que el sentido del humor para mí es muy vital. No me gustan los cuentos que me aburren, por tanto cuando escribo trato de canalizar el humor, me parece muy importante. Me gusta contar situaciones que me divierten. Hay otros cuentos más duros, bastante sombríos, y otros que se van hacia el lado sobrenatural y esta parte también me encanta. Me gustaría poder explorar el género gótico, el de terror, el suspenso psicológico. Creo que el humor y lo sobrenatural es lo que me llega, como también la soledad, el abandono... y creo que esto tiene que ver con la visión que uno tiene del mundo.
-Usás dos apellidos, tenés dos oficios, vivís en dos países. ¿Vas por la vida como siendo dos?
- (risas) ¡Será porque soy pisciana! Es como un karma. Cada vez que intento sacarme de encima esta cosa dual aparece una situación nueva en la cual me vuelvo a desdoblar. Nunca puedo decidir por una cosa sola. Y sí, soy científica y escribo, vivo períodos acá y otros en EE. UU. Y lo de los dos apellidos fue mi desdoblamiento más reciente. Mi apellido, el de mi padre es Yannielli, pero hace tiempo encontré entre los papeles de mi mamá, que murió en 1974, María Cristina Kaufmann (seguramente hay mucha gente en Roca que se debe acordar de ella), unas poesías. Ella escribía poesía y ensayos sobre filosofía, yo encontré una prueba de galera de un libro de poemas llamado "El Peregrino". Sospecho que la editorial le había enviado algo a punto de publicarse. Y mi vieja lo había corregido con su letrita diminuta, con letra roja, había mucho amor en esa corrección. Pero nunca encontré ese libro publicado. A lo mejor mi mamá murió antes de terminarlo. No sé. Pero el día en que encontré esos originales prometí que si alguna vez publicaba un libro iba a usar el apellido de mi madre. Creo que la ilusión más grande de un escritor es que alguien te lea. Así es que decidí que usar su apellido, nuestro apellido, era mi forma de homenajearla.
-¿De qué cosas te redime la literatura?
-Ay... ( piensa)... no sé... a ver. Para mí escribir tiene poco de la musa inspiradora y demás. Para mí es algo muy natural, es mi forma de expresión más espontánea. En todo caso, me exorcizás a mí de mi ser interno. Si intento hablar no consigo expresarlo de modo cabal, en cambio sí puedo hacerlo escribiendo. Allí siento que puedo lograrlo. Escribir me ayuda a decir y decirlo de modo más... más perfecto, quizá... de modo más profundo. Norman Mailer decía que escribir era usar lo peor que tenía de la mejor manera posible. Cuando leí esto pensé: en mí escribir es usar todo lo que soy de la única manera que puedo.
-¿Es verdad que sos "sueñóloga", como dice un personaje de tus cuentos , que te especializás en estudios sobre sueños?
-La anécdota de ese cuento (el cuento se titula "Humor vítreo" publicado en "El campo de golf del diablo") es real, eso es lo más triste de todo. No estudio el sueño como fenómeno en este momento, pero cuando ocurrió aquella historia había ido a Chile a registrar sueños en ratas. Pero pese a estudiar el proceso de los sueños en animales nunca lo tomé como tema importante en mis escritos, como lo han hecho Cortázar o Borges, donde la cosa onírica es fuerte.
-Pese a los dolores y pérdidas a las que te enfrentó tu vida, elegís el humor, la ironía... ¿en qué medida te condicionaron estas experiencias traumáticas?
-La verdad es que las experiencias dolorosas ayudan a sumergirte en las profundidades y escribir tiene que ver también con eso. Si escribís sólo con la cabeza se trata de algo meramente técnico, pero si escribís con la panza, con las vísceras, necesitás haber conocido otros rincones de la existencia, haber vivido, haber sentido el dolor. Si algo no te dolió no lo podés representar, ni siquiera tenés la necesidad de hacerlo, ni el hábito de bucearlo. En este sentido, las experiencias dolorosas te hacen fácil y habitual el meterte adentro de vos, bucear, indagar, sacar cosas que están muy abajo. La literatura es un modo de exorcizar esas cosas. Hay cuentos en los que mi madre aparece en cosas muy chiquitas, como en el cuento 1-800- Dial- God, donde el protagonista piensa en pedirle a Dios que le dé a su madre pero se da cuenta de que su madre es más chica que él en ese momento, mi mamá tenía 29 años cuando murió, y yo ahora tengo 33. En el cuento yo no lo hago autorreferenciándome, aparecen circunstancias que tienen un lazo conmigo, con mi historia. Cuando yo escribo uso todo, todo lo que soy, todo lo que recuerdo y no tengo reparos en hacerlo.
-¿Cómo te sienta lo de escritora consagrada?
-¡Tengo un susto horrible! No soy una persona a la que le gusta mucho hablar, ni comunicarse en forma verbal y esto del premio me da mucha angustia y mucha felicidad al mismo tiempo. Confieso que no dejo de estar, también, sorprendida. Me siento orgullosa por haber publicado un libro, tener un libro físicamente, que esté como objeto en el mundo, me siento como una especie de madre que acaba de parir un niño. Pero lo de la novela todavía me tiene muy conmocionada. No sólo porque es la primera novela que escribo, novela que me dio un laburo espantoso y mucha inseguridad, sino porque la mandé al concurso con mucho temor. Imaginen, ¡la primera vez que mando una novela y semejante premio! ¡Todavía me cuesta creerlo!

Susana Yappert
Carlos Torrengo

   
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