Viernes 21 de diciembre de 2001

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De aquella mañana a esta noche

 
  BUENOS AIRES (ABA)- A las once de la mañana del 10 de diciembre de 1999, la gente no colmaba la Plaza de Mayo. Con entusiasmo moderado, sólo pedía con sus proclamas el fin de la corrupción con la que identificaban a la administración menemista. Desde el tradicional balcón, Fernando de la Rúa y Chacho Alvarez, despertaban aplausos, no euforia.
Apenas pasadas las cuatro de la tarde nublada y espesa de ayer, una manifestación de extracción similar, con mucha bronca pero con más tristeza, en la esquina de Paseo Colón y Leandro.N. Alem sólo querían escuchar la renuncia de la boca de De la Rúa. Ni una palabra más.
A diferencia de otros sectores violentos que enlutaron la jornada, en el lugar referido la convocatoria comenzó en forma espontánea. En principio fue reducida pero alrededor de las cuatro y media, antes de terminar el discurso de De la Rúa llamando a la unidad nacional, la tensión empezó a crecer.
El momento de mayor exaltación fue cuando se advirtió la salida de algunos funcionarios (se pudo divisar al secretario de Seguridad, Enrique Mathov) en esos coches grandes e importados que suelen usar los funcionarios. Cualquier símbolo de poder, como un salpullido hacía nacer la reacción.
Los manifestantes no se movían en apoyo de ningún referente, de acuerdo con lo que se pudo constatar tras un paneo.
Quienes aludían a alguna bandería partidaria se confesaban votantes defraudados del gobierno radical. Apenas algunas voces aisladas pedían que el mando quede en manos de un frente popular o del ex carapintada preso, Muhamed Seineldín. En la mayoría se vislumbraba la pertenencia a una clase media en declive. "Trabajo de remisero en Quilmes, no me interesa la política, sólo vine a decir que así no se puede seguir", comentaba un hombre de unos cuarenta años con vestimenta discreta.
"Nos sentimos estafados", espetaba una mujer rompiendo en llanto de rodillas frente a los gendarmes.
Los mismos custodios policiales no ocultaban su rechazo para los que están "ahí adentro", dijo con el índice apuntando a la Rosada un uniformado.
Pasadas las cinco, un administrativo de segundo nivel murmuraba con tono angustiado, al retirarse de la explanada de Gobierno: "Esta noche (por ayer) se van. Se están llevando montones de carpetas y mercadería".
Pablo, un párroco de Santos Lugares, intentó poner paños fríos: "Hay que llamar a elecciones cuanto antes, no hacerlo es no confiar en el pueblo".
"Que haya dignidad en Este país", era el reclamo de una careciente de Florencio Varela. En una bicicleta, un joven no paraba de dar vueltas. "Políticos, jueces, sindicalistas... ladrones", se leía en los cartelitos que llevaba en manubrio.
Más allá de que la mayoría de los insultos alcanzaban a Fernando de la Rúa y su predecesor, Carlos Menem, la descalificación abarcaba a la dirigencia toda.
Aquella jornada de hace dos años, cuando el sol brillaba como sinónimo de esperanza, parecía más lejana que nunca.

Claudio Rabinovitch

     
     
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