Viernes 21 de diciembre de 2001

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Furia en las calles porteñas

 
  BUENOS AIRES- Ante una Plaza de Mayo sitiada, el Obelisco se convirtió a media tarde en un imán que congregó a un extraño mosaico social. Desde los barrios porteños, los ciudadanos autoconvocados que habían derrumbado a Domingo Cavallo la noche anterior, regresaban al centro con sus ollas más gastadas; columnas sindicales que no pudieron surcar las vallas y los gases por avenida de Mayo se desviaron al histórico monumento; militantes de partidos de izquierda y de agrupaciones universitarias esta vez pudieron enarbolar sus pancartas.
Desde el sur, por 9 de Julio, llegó un impresionante convoy de unos trescientos motoqueros. "Venimos a defender a la gente", dijo uno de los muchachos que actuaba como jefe.
En el medio de esos 10.000 manifestantes, banditas de adolescentes muy marginales, arrancaba pedazos de laja de la vereda e iba preparando un arsenal para defenderse ante un eventual ataque policial; cuando alguien pasaba a su lado, pedían dinero. "Acá pusimos una cabina de peaje", bromeaba uno. Por las dudas, era conveniente darle al menos una moneda.
Sin embargo, el Obelisco parecía un paraíso en comparación con lo que sucedía en las inmediaciones de la Casa de Gobierno. Sobre la avenida Belgrano, la gente había hecho barricadas con las bolsas de basura, y cuando la montada se acercaba, las prendían fuego. Sobre la calle Moreno, habían volcado cuatro autos para impedir el paso de camiones celulares.
Hasta las tres de la tarde, los últimos manifestantes pacíficos resistían con una "sentada" en la Plaza de Mayo
Una hora después, comenzó a circular el rumor de que De la Rúa estaba preparando su discurso de renuncia. La alegría retornó a la calle; la gente aplaudía, retomaron los cánticos. Una chica con termo y mate gritó: "Esa es la medida más festejada de De la Rúa". Pero la cadena nacional del presidente, aferrándose a su cargo, devolvió la bronca. Incluso las señoras más recatadas empezaron a tirar piedras, sin tener demasiado en claro los objetivos. La policía Montada repartió palazos y balas de goma y, claro, la Plaza se convirtió en tierra de nadie.
A las 16.30, cuando las columnas de los manifestantes más violentos huían por Avenida de Mayo, quedaron encerrados entre la infantería de la Federal, que avanzaba desde la Casa Rosada, y una inesperada balacera. En la esquina de Chacabuco, desde un edificio que es sede de varios bancos y donde está la embajada de Israel, los guardias comenzaron a disparar, asustados por un grupito que estaba organizando una fogata en la calle. Un joven cayó, con un tiro en la cabeza.
"La situación es caótica, la policía está desbordada y hay bandas de delincuentes y provocadores que aprovechan la confusión", decía el subcomisario Rubén Valencia.
Era cierto, los manifestantes pacíficos y autoconvocados retornaban caminando a sus barrios y el centro porteño terminó de parecerse a una de esas ciudades sitiadas que suele mostrar CNN en los países bálticos.
Un grupo de jóvenes descamisados, que habían dejado su bandera de "MTA Lanús" apoyada en un árbol de la calle Combate de los Pozos, había inventado un juego: tiraban piedras contra los vitrales del Palacio del Congreso. El que tenía menos puntería debía comprar la botella de cerveza. Adentro, en el primer piso, los diputados y senadores peronistas estaban decidiendo el futuro del país. Humberto Roggero avisaba que si De la Rúa no renunciaba, ellos le iniciarían el juicio político. (ABA)
     
     
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