Viernes 23 de noviembre de 2001
 

Las eternas nuevas formas del tango

 

Atilio Stampone y su Quinteto demostraron la tremenda actualidad del tango. Hizo un repertorio que incluyó tangos clásicos atravesados por el talento de sus arreglos. Hubo ovación.

 
"Maestro... maestro... ¿maestro?....¡maestro!", se escuchaba en los pasillos del hotel, un rato antes de que Atilio Stampone entrara a la sala con su quinteto.
Como quien va camino del quiosco a buscar el diario, el hombre se paseaba por el barrio.
Vestido de negro riguroso. Serio pero amable. Tranquilo. Cuando Atilio habla o toca, los otros escuchan.
"!Uy¡, es Atilio Stampone, mirá, mirá!", dice la señora y se fuga hasta la sala a ocupar una silla antes que nadie. Una pareja de turistas vestidos con batas impecablemente blancas, recién saliditos del calor de los vapores, se toma una instantánea sin enterarse de nada. Click y flash hace el aparato y lo toma a Stampone de espaldas, justo cuando andaba por allí. La vida es curiosa.
Un par de visitantes alemanes que paseaban por el Centro Cívico no dudaron en acercarse al Llao-Llao para escuchar a un auténtico tanguero de ley. Ellos bebieron un trago antes del festín milonguero. También miraron con lujuria las manzanas verdes que relucen sobre una mesa de color caoba.
Atilio Stampone prendió el interruptor del dos por cuatro y lo dejó elevarse. Desde el tango desarrolló otro tango menos popular. Dos por cuatro al fin de cuentas pero reconstruido mediante arreglos exquisitos. Algo se pierde en ese camino, es cierto. Y algo se gana.
Quedan librados a la imaginación los estribillos pegadizos que se insinúan durante cada pieza aunque nunca llegan a concretarse tal cual los conocemos. En cambio, las nuevas formas que surgen de las redes tejidas en el pentagrama, denotan una realidad caliente y moderna.
La cadencia tanguera se mantiene viva sobre una estética abarcativa que orilla a Astor Piazzolla y se deja seducir por Oscar Peterson y Bill Evans. Dos genios que dentro del jazz no son precisamente socios de un mismo concepto musical.
Por lo tanto asistimos a un recital de características especiales. Al termino de la primera parte, Stampone y su conjunto interpretaron un milonga, "La puñalada". Fue un deleite perverso asistir al flamante diseño de ese tango. El estribillo vino pocas veces pero vino. Desde un lugar difícil de determinar, el "canchengue" permaneció en sus posiciones habituales. El mismo que escuchamos aun en las milongas de Almagro o los sábados por la noche en algunas plazas de Parque Patricios y Pompeya. Ese que hizo mítico al café Tortoni.
Cada una de la obras ha pasado por el filtro del talento de Stampone, un arreglador como pocos. Tal vez porque algunos clásicos son intocables, "El día que me quieras" no conoció el mismo tipo de transformación. Con un arreglo algo más simple, las arremetidas del violín y las acotaciones del piano, vertieron nuevos colores sobre el tema.
El final-final tenía una sorpresa, Stampone invitó a su amigo Rafael Gintoli, con quien hizo una composición de su autoría y luego, otro clásico de clásicos, "Los mareados". Hace mucho tiempo que dos músicos no ejecutaban tan intensamente un tango del repertorio tradicional. El fluir del violín de Gintoli -además de la humildad de Stampone que lo dejó crecer sobre el escenario- la textura, la claridad de las frases, entremezcladas con efectos y vibratos, rindieron un homenaje espléndido al tango y a la llamada música erudita que terminaban por confluir en el Llao-Llao.
Carlitos sonríe desde el cielo.

Claudio Andrade

Foto: Stampone y su Quinteto en una muy especial noche tanguera. Guillermo Ferrer en contrabajo, Matías Grande en violín, Miguel Irazú en guitarra y Federico Ferreiro en bandoneón.

   
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