Domingo 21 de octubre de 2001

 

Llambay: una vida al límite, signada por la violencia

 

La comarca de Viedma-Patagones todavía comenta la historia del mítico personaje asesinado el 28 de setiembre en el stud "La Farola". Desde su nacimiento hasta la muerte transitó con vértigo por un mundo de fantasía y realidad, que lo llevó desde el lujo hasta la crudeza de la cárcel.

  Caminó por la cornisa de la vida que se tomó a largos sorbos. No se perdió nada. Supo desde el bienestar del dinero hasta la soledad y crudeza de la cárcel.
Vendió seguridad, atropello, astucia, reserva y temor. Fue un hombre que se sentó en la fantasía que inspiró en los otros y desde ese lugar hizo su negocio.
Aquellos que lo miraron desde la vereda de enfrente lo definen como tramposo o de los negocios sucios. Los pocos que fueron sus amigos hablan de él como un hombre leal y solidario, que "siempre se rió de la imagen que inspiraba en los demás".
¿Cuánto habrá tenido que ver su actitud frente a la vida con la trágica muerte de su madre a quien siempre veneró, a pesar de prácticamente no haberla conocido? Ambos tuvieron el mismo final. Los allegados recuerdan que la mujer fue asesinada a puñaladas hace 47 años por un peón del próspero campo que la familia tenía en el partido de Patagones cuando Jorge Llambay aún no se despegaba de la cuna.
A aquellas puñaladas sobrevinieron otras que no sangran pero marcan la vida, como el casamiento de su padre con una hermana de su madre.
El "Turco" era un seductor nato con las mujeres. Por qué no pensar que ese tono y actitud estuvo toda su vida dirigido a esa imagen intocable que para él significaba su madre. El turf fue otro de sus amores.
El homicidio de Llambay desnudó la hipocresía de mucha gente. Fue un hombre que nunca pasó desapercibido, que jugó el papel del malo pero los que lo señalaban como tal eran los mismos que lo buscaban para salir de alguna deuda. Tenía un kiosco de venta de quiniela en pleno centro de Viedma, pero todo el mundo sabía que en realidad prestaba dinero, una actividad no legalizada y que no era el único que la ejercía. También se sabía que así como prestaba, cobraba, porque en definitiva ese era su negocio. Y en esto dejó sus huellas. Nadie se olvida de aquella noche cuando Llambay le marcó para siempre el rostro a un deportista maragato con una botella rota, aparentemente en reclamo de una deuda.
Fuentes allegadas admitieron que llegó a prestar sumas "importantes" a gente "reconocida" de esta capital. Incluso, llegaron a estimar una cantidad cercana a los 100 mil pesos en la calle.
En la noche de su muerte, algunos celebraron y otros con caras compungidas llenaron silencios en el velatorio con expresiones como "por suerte ayer le devolví lo que me había prestado" o "lo vi hace unos días cuando fue a reclamarme plata...". Pero, diferentes fuentes aseguran que Llambay nada hacía sin documentar.
Desde joven fue un hombre de imagen altanera con un físico con el que enfrentó y provocó. Amigos de la adolescencia lo recuerdan iniciando las peleas en los boliches por la eterna puja entre viedmenses y maragatos.
Se lo investigó en varios ilícitos pero pocos se le probaron. Incluso, él mismo promocionaba la faceta más pesada de su personalidad. Varios años estuvo detenido en Bahía Blanca y Viedma (ver recuadro). La gente recuerda que por entonces su contrapunto más difícil habría sido con un compañero de ruta que lo acusaba de haberse quedado con parte de un botín.
Quienes lo quisieron aseguran que lo mataron en un momento de estabilidad en su vida. Quienes lo odiaban sostienen que en los balazos de Luis Fernández fueron los que muchos no se animaron a gatillar. Estas opiniones justificaron la actitud de ese hombre temeroso de quien nadie esperaba esa reacción. Ni cuando Llambay cayó al piso herido de muerte el peón que lo asistió pudo creer en la imagen de Fernández con el arma en la mano que le dijo "dejalo que se muera ese turco hijo de puta".
Con Llambay desapareció su flamante cupé descapotable Mercedes Benz amarilla que brillaba en una hermosa casa de la costanera, sus recuerdos de noches de champang con figuras del espectáculo. Y también sus anécdotas, como cuando trabajó junto al entonces senador Fernando De la Rúa.

Estela Jorquera
Adrián Pecollo
   
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