Domingo 30 de setiembre de 2001
 

Celia Cruz, Ron y Coca Cola

 
 
¡Azúcar!
Erase una vez, hace muchos años en un restaurante, cuando a la hora del café el mozo cometió la imprudencia de preguntarle a la reina del sabor: ¿Con o sin?
-"Con azúuuuuucar", respondió Celia, y así fue como nació la leyenda. Desde entonces el "Azúuuucar" la ha acompañado como un fiel escudero. "Azúcar" es el símil salsero del "Rícome" flamenco que popularizaron, entre otros, Antonio Carmona y sus hermanos. No hay recital que no incluya la palabra chamánica que invoca la alegría.
Aunque no le guste a Fidel Castro, y a su propia comparsa salsera, Celia Cruz es para gran parte de Occidente el rostro de Cuba y por supuesto de La Habana.
Se moldeó en las mejores escuelas cubanas para luego integrarse a la sociedad norteamericana, que la adoptó como el símbolo del poder latino en castellano fiel a Mickey Mouse y las hamburguesas. La reina de la salsa es también una excelente relacionadora pública. En los "60 optó por uno de los dos bandos de artistas cubanos -iguales en calidad artística, pero distintos en lo ideológico-, el que se fue a buscar la América. De la otra ya estaban hechos.

"Oh, oh, oh. Ay, no hay que llorar, que la vida es un carnaval, y las penas se van cantando".

Formó parte del club de los exiliados junto con Tito Puente, entre otras lumbreras cubanas en el exilio. Con los años su esfuerzo fue recompensado. Puso sus manos en todos los paseos de la fama donde antes y después lo hicieron los prototípicos héroes norteamericanos. Un logro mayor para alguien que todavía duda en inglés.
Celia es una intérprete excepcional y hasta hoy la mejor improvisadora del son cubano. Pero también es cierto que su popularidad está relacionada con otras condiciones de su personalidad. Cuba ha dado decenas de artistas geniales sin que trascendieran de igual manera. Su expresión musical se ha convertido con los años en una filosofía de vida. La alegría, en su caso, más que una opción puede considerarse un mandato. Vive alegre o muere en el intento. Y ella vive.
A esta altura nadie pone en duda que su nombre es el sinónimo de un género, un mérito reservado sólo para los tocados por la divinidad. Elvis Presley lo es para el rock & roll y Madonna para el pop.
Antes que un sonido, Celia conforma un imaginario colectivo. Una marca. No fue una ironía -ni un accidente- sino un reconocimiento por parte de Hollywood, el personaje que acompañó a Cameron Díaz en el filme "Loco por Mary". Según el guión, la chica de mirada hipnótica y sonrisa estúpida vivía en Miami en compañía de una vieja latina que se parecía enormemente a Celia Cruz. La mujer tenía un perro, llevaba un peinado de altura cuasi blanco y la piel más tostada que el café colombiano. Siempre andaba en pantuflas. ¡Igual que Celia!
Miami contiene en su fiesta eterna la imagen de dos mujeres: Gloria Estefan y Celia Cruz. Madonna quiso formar parte del selecto grupo, pero abandonó su intento y marchó para Londres, un lugar más adecuado para sus calores.

Y es que el canto, yo lo llevo por dentro.
Cantando yo viajo al mundo,
Y que el canto yo lo llevo dentro,
Tres amores tengo dentro,
de mi alegre corazón.
Y es que el canto, yo lo llevo por dentro.
Cuba bella, el son, la rumba
y mi cabecita de algodón.

Celia Cruz nos cautiva por lo que representa: un mundo que acaso jamás existió. Allí donde la felicidad constituye la regla y el ron, el agua con que se bendice la llegada del sol. Frente a toda desventura, ahí está el son a mano.
Hasta la propia Celia se sorprendió cuando en la Argentina "La vida es un carnaval" se convirtió en un éxito. Durante varias semanas "Crónica TV" aturdió a su audiencia con la canción. En medio de la crisis, entre lamentos, ajustes económicos, polémicas en el bar y broncas sin salida, el canal de noticias nos consoló de las "pálidas" con un "Ay, que no hay que llorar, que la vida es un carnaval, es más bello vivir cantando".
Celia consiguió el prodigio de poner en clave al tango "Uno". Para ello le sacó, obvio, el bandoneón. El resultado confirma la máxima de su existencia: no hay realidad que pueda con el poder de la reina. Ese carácter le impide erigirse en verdadera devota del dos por cuatro. La cubana mira sobre todo para adelante y el tango es nostalgia de lo que se fue y ya no es.
Aquí yace la mayor de las paradojas de esta artista: Celia desafía el presente con la salsa pero, secretamente, invoca el paraíso perdido. Lo niega y lo confirma.
Nada le es ajeno a la reina. Se acomoda bien a cualquier palo caribeño tanto como al rock/pop. Compartió escenario con David Byrne, Los Fabulosos Cadillacs y Jarabe de Palo. Sin dudarlo, lo hará más tarde o más temprano con otros rockers que estén dispuestos a subirse al tren de su entusiasmo.

Ay mamá, esto se ha puesto caliente.
No te vayas a meter, a jugar con la corriente.
Ay mamá, esto se ha puesto caliente.
Esto se ha puesto caliente,
porque subió mucha gente.

A pesar de su vocación pronorteamericana, como Estefan, como Puente, continúa siendo tan cubana como el mojito. Uno de los tragos preferidos de Ernest Hemingway, dicho sea de paso.
Dijo, y muy bien, Antonio Mora: "No podemos decir que Celia sea lo mejor de la salsa, ella en realidad es la mejor guarachera que se ha conocido, antes y después del boom de la salsa".
Al principio su historia estuvo atada a la tradición caribeña. Pero desde hace unos años tiene las connotaciones de la de cualquier artista pop exitoso. Independientemente del género que profese. Trabajó más de una década con la Sonora Matancera para luego integrar las orquestas de Tito Puente y Johnny Pacheco. Y hoy bien podría musitar palabras de amor al lado de Michael Jackson.
Eterna del escenario, no nos sorprende verla atada a la canción muy lejos del retiro. "Es la muerte, y no lo digo por los artistas, porque hay artistas que cambian la faceta de su carrera. Creo que la inactividad es el cáncer del alma", dijo.

Yo soy la guaracha, también soy el son.

Celia Cruz ha comprado su hectárea en la perpetuidad. Porque la reina es aquella chica morocha que baila junto a la playa mientras los extranjeros sueñan con casarla (es decir, cazarla), es el Tropicana, un Romeo y Julieta en un sillón mullido, el cielo de Cuba, un atardecer mientras el sol se apaga en el horizonte, tal como sólo sucede en las postales. Pero pasa también en la realidad.
Es el sabor genuino, terco, que nace del Cuba Libre: limón, dos medidas de ron y una de Coca-Cola.
Ahí no má".

Claudio Andrade
candrade@rionegro.com.ar
   
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