Domingo 12 de agosto de 2001 | ||
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Cómo aguantar al exterminador |
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Cuando uno comienza a atesorar momentos de la infancia que lo han conmovido, en donde la emoción es inmune al paso del tiempo, la sensación que produce el recuerdo es tan fresca, que hasta se puede tocar. La memoria lo llama y siempre está ahí, imborrable. Ya me había tocado ver alguna pelea de Ali, donde me llamaron poderosamente la atención la increíble agilidad y el movimiento de sus piernas. Verdaderos pases de baile, dignos de Fred Astaire. Tan puro y tan bello era su arte dentro del cuadrilátero, que hasta el más ignorante de los mortales en materia pugilística se daba cuenta de que ese estilo era único. Aquel día, 27 años atrás. La cocina de mi casa paterna, el viejo televisor, la picadita y... Ali. Foreman no puede perder -afirma Beto, un amigo de la casa-, viene de destrozar a Frazier y pega más fuerte que Ali con las dos manos juntas. –Te juego un asado para seis que Ali no sólo le gana, sino que también lo noquea -desafía mi viejo. –Hecho. El aparatoso Philips a transistores, blanco y negro por supuesto, delataba las primeras imágenes del ring-side en un país exótico, dándole el marco ideal a un combate único: Foreman-Ali, en Kinshasa, Zaire. Foreman era avasallante, salvaje. Siempre en la búsqueda del golpe categórico. Tenerlo enfrente a Ali parecía no intimidarlo y mucho menos hacerlo variar el estilo. Así sería el trámite de casi toda la pelea. El campeón descargando toda su artillería de golpes sobre la humanidad de Ali, que recostado sobre las cuerdas, no ensayaba siquiera una réplica. –Podés ir comprando la carne -decía Beto con suficiencia. Mis ojos de pibe buscaban los de mi viejo. Quería una señal. Algo que me dijera que lo que estábamos viendo no era una paliza. Cuenta la leyenda que la noche previa a la pelea, aquel viejo zorro que tenía Ali como entrenador, Angelo Dundee, aflojó los tensores de las cuerdas del ring, para que su pupilo pudiera descansar sobre ellas. El plan era sencillo: agotar al campeón. Pero antes había que aguantarlo. Promediando la pelea, la táctica comenzó a funcionar. Cada puño de Foreman le pesaba una tonelada, sus golpes ya no eran picantes. Ali seguía contra las sogas todavía de pie, quién sabe cómo. Cuando de repente sucedió. ¿Lo impredecible? No, no lo creo. Intimamente, todos los que presenciaron esa pelea, en vivo o por televisión, esperaban la reacción. Ali salía disparado de las cuerdas, su resguardo durante casi toda la pelea. Una combinación de golpes para marcar la apertura, y un derechazo exacto, pleno, lleno de elegancia y contundencia. Sublime. Sin remate. Nocaut y final. La admiración y la magia aún perduran. Wálter Rodríguez |
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