Domingo 5 de agosto de 2001
 

La mejor película y el estreno más complicado de la historia del cine

 

En 1971, la legendaria crítica de cine Pauline Kael publicó uno de los análisis más interesantes acerca del "Ciudadano Kane", de Orson Welles. Un libro extraordinario, reeditado en estos días (Norma), donde se revela la trastienda de la mejor película en la historia del cine.

  cto seguido, Walter Kerr procede a describir en su reseña la entrada preparada, en el segundo acto, para Walter Burns, el despiadado y manipulador redactor en jefe del diario "The Front Page":
(Walter Burns) no puede simplemente entrar y pronunciarse... antes tiene que verse envuelto en una situación agresiva y tensa que le permita desplegar ese salvaje desenfado que es precisamente lo que nos parece gracioso en él. El mecanismo no se limita a darle a Burns y a la pieza la puntuación correcta, ese cambio de ritmo que refresca en tanto avanza, sino que también se encarga de encubrir a Burns, de no permitir que caiga en la obviedad a pesar de que esté explotando aquello que resulta más obvio en él. Casi podría decirse que los dispositivos se encubren a sí mismos, que se reconcilian consigo mismos. Nos deleita la presencia del hombre, nos deleita verlo ahí en ese justo momento y estamos perfectamente conscientes de que está allí gracias a un acto de prestidigitación, y nos produce tanto placer la prestidigitación como el hombre.

Un sorprendente número de fragmentos cinematográficos como el anterior constituyen Ciudadano Kane; secuencias construidas de manera que dicen lo que quieren decir, provocan la risa y alcanzan su clímax justo antes de que un rápido corte nos conduzca a la siguiente. Casi se puede decir que son una serie de fragmentos autónomos, inconexos, pero concertados de manera que cada uno sea un comentario del otro... y así se planeó desde el momento en que empezó a escribirse el guión de rodaje.
No es fácil explicar qué es lo que hace grande una gran obra, y resulta particularmente difícil hacerlo cuando esa obra es una película, quizá mucho más todavía si esa gran película es Ciudadano Kane, porque se trata de una obra que no es particularmente profunda ni de peculiar belleza.
Es una obra superficial, una superficial obra maestra. Quienes intentan justificar su estatura como película alegando su profundidad, no hacen más que eludir el problema o quizá, simplemente, no se dan cuenta del problema.
Como sucedió con la mayoría de las películas que se consideran obras maestras (de los tiempos en que el cine sonoro era una novedad), Ciudadano Kane fue llegando a su público poco a poco, a lo largo de los años, y no cuando se estrenó. Sin embargo, a diferencia de las otras películas, Kane está concebida y actuada como un espectáculo para entretener y realizada en conformidad a un estilo popular (distinto a lo que ocurre, por ejemplo, con The Rules of the Game o Rashomon o Man of Aran, películas en las que uno no piensa en términos de diversión popular). Al parecer, la cosa más fácil que alguien puede hacer cuando reconoce algo como una obra de arte, es recitar de memoria los términos trillados y convencionales contenidos en una cartilla escolar bajo la sección "obras de arte", y luego salir con artículos sobre Ciudadano Kane como aquellos en los que se la trata de tragedia en forma de fuga u otros en los que se explica que el héroe de Ciudadano Kane es el tiempo... claro, siendo el tiempo una suerte de héroe contemporáneo muy apropiado para una película importante. Pero resulta que, recurrir a los textos escolares convencionales para explicar su grandeza y hacer de cuenta que se trata de una película profunda, no es más que equivocar de cabo a rabo aquello que hace de Ciudadano Kane un apoteósico triunfo norteamericano, a saber: que logra crear algo estéticamente estimulante y perdurable a partir de la naturaleza juguetona de la sátira estadounidense, una sátira que se especializaba en sacar los trapos sucios al sol. Kane está mucho más cerca de la comedia que de la tragedia, pero su estilo es tan recargado, que casi se puede hablar de una comedia gótica. Aquello que pueda considerarse trágico en esta película tiene una cualidad tal que, de ser trágica, sería trágica al modo de una tira cómica en el mejor de los casos. En buena parte, el misterio en Kane no es más que impostura y, en lo que respecta a la atmósfera de suspenso gótico y a los truquitos efectistas alrededor del famoso trineo Rosebud, aunque divertidos, no son más que recursos de revista cómica popular, de tan poca monta, que en realidad apenas si se diferencian de los misterios postizos que el semanario American Weekly de Hearst solía crear y fomentar (los castillos embrujados y las maldiciones cumplidas). Ciudadano Kane es una obra maestra "popular", no en términos de su popularidad real sino en la manera como fue concebida, como logra hacer reír y transmitir su mensaje. Es probable que estuviese narrada de modo demasiado complejo para haberse constituido en uno de los más grandes éxitos de taquilla, pero en realidad jamás podremos saber si hubiera podido constituirse en un éxito, aunque fuera modesto, porque nunca tuvo la oportunidad.
Orson Welles produjo el milagro, pero no fue suficiente. A pesar de que Hearst intentó interferir con la película, no fue tanto lo que él hizo como lo que los demás temían que hiciera contra ellos y contra la industria cinematográfica lo que la afectó comercialmente. Sabían que Hearst estaba considerando tomar alguna medida y por tanto resolvieron aniquilar la película por él... algo así como haber decidido de antemano a quién quería asesinar el rey y, dispuestos a complacerlo, proceder con el crimen sin esperar a que se lo solicitaran. Poco antes de que se estrenara Kane, Nicholas Schenck, presidente de la junta directiva de Loew"s International, empresa afiliada que se encargaba de la distribución de las películas de la M.G.M., llamó a George J. Schaefer para que se presentara en Nueva York. Schaefer se había jugado casi el todo por el todo en el proyecto con Welles y la película parecía prometer convertirse en un gran éxito. Pero ahora Schenck le hacía a Schaefer una oferta, en metálico, de $842.000 dólares, de parte de Louis B. Mayer, jefe de producción de la M.G.M., si Schaefer destruía el negativo y todas las copias de la película. Esta había costado, en efecto, sólo $686.033 dólares; la oferta contemplaba una cifra generosa para los costos de post-producción.
Es probable que entre las razones de Mayer para proceder como lo hizo existiera, en parte, algo de amistad y lealtad para con Hearst, a pesar de que éste último, que en el pasado había estado asociado con la M.G.M., retirara un par de años antes, después de una disputa con Irving Thalberg, su inversión de la M.G.M., y trasladara a su estrella, Marion Davies, y su dinero, a la Warner Brothers. La M.G.M. había perdido dinero en una serie de espantosas cintas de época protagonizadas por la señorita Davies (Beverly of Graustark y demás) e incluso algunas de sus buenas películas también habían arrojado pérdidas. Con todo, Mayer, gracias a sus conexiones con Hearst, no sólo había obtenido publicidad gratis para los estrenos de la M.G.M. sino lo que podía llamarse una buena dosis de profunda satisfacción personal. En 1929, cuando Herbert Hoover invitó al señor y la señora Mayer a la Casa Blanca -eran los primeros huéspedes Informales" tras su toma de posesión- el New York American cubrió la visita en columna entera. A Mayer le encantaba confraternizar con Hearst y sus ilustres contertulios: existen fotografías en las que se ve a Mayer con Hearst y Lindbergh; Mayer con Hearst y Winston Churchill; Mayer almorzando con Bernard Shaw y Marion Davies... pero nunca, por supuesto, una en la que se vea a Mayer con Hearst y la señorita Davies. Fotógrafos indiscretos algunas veces llegaron a captar a la pareja junta, pero Hearst, suponemos que por respeto con su mujer, jamás posaba en grupos donde se encontrara la señorita Davies. A pesar de toda la publicidad que los periódicos de Hearst le brindaban a la Davies, los formalismos se observaban a cabalidad. En las raras ocasiones en las que la señora Hearst, que residía en el Este, se preparaba para pasar una temporada en San Simeón, Marion empacaba discretamente y par-tía para su propia casa. Así las cosas, el intenso encaprichamiento que Kane, en la película, padece por la cantante Susan Alexander, no era otra cosa que la exhibición pública de asuntos que Hearst trataba con extremo cuidado y consideración. A raíz de todo esto, es probable que la larga amistad de Mayer con Hearst jugara un papel menos importante que el temor de que la prensa de Hearst pudiera revelar algunas historias sórdidas sobre los magnates del cine y se uniera a alguna de esas recurrentes cruzadas contra la inmoralidad del cine como la que había acabado con la carrera de Fatty Arbuck1e. La industria cinematográfica le temía a las represalias, (La industria cinematográfica vive amedrentada y sin embargo siempre se muestra orgullosísima de las películas en las que se celebra el valor y al coraje). Como lo formulara una de las publicaciones especializadas durante aquellas tensas semanas en las que nadie sabía si la película sería o no estrenada, "mal puede la industria permitirse ser objeto de un contraataque por parte de los periódicos de Hearst"
Existían rumores de que Hearst montaba una campaña exhaustiva. Su equipo jurídico había leído el guión y Louella Parsons, la columnista de cine que escribía para Hearst, había asistido a una proyección de la película rodeada de abogados, donde al parecer, se mostró nerviosa y entró en acción. Toda la industria, se temía, pagaría el pato por la indiscreción de la R.K.O. y, según la prensa especializada de entonces (Schaefer ratifica este informe), Mayer no había puesto los $842.000 dólares solo. Se trató de una oferta conjunta por parte de los más grandes magnates de la industria cinematográfica que se unían para protegerse en grupo. La oferta se le presentó a Schaefer sobre la base de que le convenía a todos los involucrados (a saber, la industria cinematográfica en conjunto), destruir la cinta de Ciudadano Kane. Sorprendentemente, Schaefer se rehusó. Ni siquiera consultó a su junta directiva porque, en sus palabras, tenía buenas razones para sospechar que la junta le recomendaría aceptar la oferta. Se negó incluso a pesar de que la R.K.O., dueña de muy pocos teatros, dependía de otras compañías y de que le habían advertido personalmente sobre la posibilidad de que las grandes cadenas de teatros -controladas por los tipos que querían destruir la película- se negaran a proyectarla.
Schaefer sabía muy bien que estaba en aprietos. Se había establecido tentativamente que la premiére tendría lugar el 14 de febrero en el Radio City Music Hall, la vitrina usual para las grandes películas de la R.K.O., pues parte de esta era propiedad de los Rockefeller y del Chase National Bank, dueños a su vez del Music Hall. El administrador del teatro, incluso, había mostrado entusiasmo por la película. Sin embargo, de súbito, el Music Hall la rechaza. Schaefer procede a llamar por teléfono a Nelson Rockefeller para averiguar por qué y, en palabras de Schaefer, "Rockefeller me dijo que Louella Parsons le había recomendado no meterse con la película y que le había preguntado: ¿Le gustaría que en la revista del American Weekly publicaran una separata a doble página sobre John D. Rockefeller?" Según Schaefer, Louella también llamó a David Sarnoff, otro gran accionista de la R.K.O., y lo amenazó del mismo modo. A mediados de febrero y valiéndose de una disputa contractual menor como pretexto, los periódicos de Hearst arremetieron en las primeras páginas contra la R. K.O. y contra Schaefer: se trataba de una incuestionable advertencia pública. Schaefer estaba en un callejón sin salida; tenía que ponerse a buscar teatros a como diera lugar pero, en medio del temor generalizado de que Hearst entablara una demanda y, por tanto, eliminara la publicidad en cualquiera de los establecimientos que proyectara Ciudadano Kane, no conseguía teatros que se comprometieran. La solución consistía en que la R.K.O. asumiera los riesgos en caso de cualquier pleito judicial. Sin embargo, cuando la compañía arrendó un teatro independiente en Los Angeles, restauró el Palace (por entonces una casa de vodevil), que era de su propiedad " para el estreno de la película en Nueva York e hizo lo mismo con un teatro que poseía en Chicago, Schaefer se vio en problemas para lanzar una campaña publicitaria. (Schenck, cosa que no sorprende, era dueño de un buen pedazo de la mayor agencia de publicidad cinematográfica). A pesar de que las primeras críticas ponían a la película por las nubes y a pesar del entusiasmo inicial generalizado, Schaefer no lograba comprometer más que a los teatros que eran de propiedad de la R.K.O. y a unos pocos y pequeños cinemas especializados que estaban dispuestos a correr el riesgo. Schaefer amenazó entonces con demandar a Warner, Fox, Paramount y Loew"s acusándolas de conspiración. (Había razones suficientes para creer que los directores de las antedichas compañías le habían prometido a Hearst no pasar la película en sus teatros). Warner (quizá temiendo verse puesta al descubierto y los problemas que podrían surgir con sus accionistas como resultado de una demanda) cedió y se comprometió a proyectarla. Tras ella, lo mismo hicieron las otras compañías, aunque con desgano: en algunos casos compraron la película pero no la exhibieron.
Para entonces, ya casi todo el mundo vinculado a la industria cinematográfica estaba asustado, iracundo o cansado con el asunto, y a pesar de que las temidas represalias en contra de la industria no tuvieron lugar, la R.K.O. empezaba a sentirse golpeada. En los periódicos de Hearst se prohibió hacerle publicidad a sus películas y se suspendió la anunciada publicación por entregas de la novela Kitty Foyle, que se había fijado para coincidir con el estreno de la versión en cine de la R.K.O. A algunas películas de la R.K.O. se les hacía mala prensa y otras ni siquiera eran reseñadas. En realidad, no era más que un hostigamiento mezquino que bien se le puede atribuir a la excesivamente celosa y ferviente señorita Parsons y otros empleados menores de Hearst pero que, sin lugar a dudas, contaba con el consentimiento de éste último; y el hostigamiento continuó con tanta perseverancia que fue capaz de mantener a toda la industria en vilo.
Para cuando Ciudadano Kane por fin entró a los teatros de la Warner, la película había adquirido una reputación tan curiosa que la gente más bien desconfiaba de ella. Por lo tanto, no le fue bien. Finalmente se sacó de circulación, quizá debido a las vicisitudes padecidas por la R.K.O. A finales de la década del 50, se hicieron nuevas copias y empezó a Proyectarse en algunas pequeñas y selectas salas en donde atrajo a un público nuevo ya que antes sólo podía verse en versiones piratas en 16 mm. Mayer, fuego incluso de haber logrado destruir comercialmente la película, continuó la venganza contra Schaefer por haber rehusado su oferta. Entre los accionistas de la R. K.O. empezó a correr el rumor de que la compañía no prosperaba porque Schaefer era antisemita y de ahí sus problemas para distribuir de manera adecuada sus películas. Schaefer dice que Mayer quería controlar la R.K.O y que echó a rodar el rumor para bajar el precio de las acciones... que Mayer esperaba así asustar a Floyd Odlum, uno de los accionistas mayoritarios, y comprarle sus acciones. Sin embargo y a pesar de todo, lo que ocurrió fue que Odlum, quien se había opuesto a la decisión de Nelson Rockefeller de poner a Schaefer como director de la compañía, le compró suficientes acciones a Sarnoff para adquirir control sobre sus intereses y, para mediados de 1942, ya Schaefer no tenía nada qué hacer en la R.K.O. Dos semanas después de su partida, el equipo de Welles fue desalojado de las oficinas en el plató, con un plazo de un par de horas para evacuar. Los demás empleados que habían trabajado para o con Welles, fueron castigados con trabajos denigrantes en películas secundarias. Con todo, la amistad entre Mayer y Hearst no sufrió mayor cosa: pocos años después, cuando Mayer dejó a la mujer con la que había estado casado durante cuarenta años, tomó en arriendo la mansión de Marion Davies en Beverly Hilis y, ya al final, fue uno de los portadores honorarios del féretro del magnate de la prensa. Ciudadano Kane no dio pérdidas pero, para los estándares de contabilidad en Hollywood, no produjo lo suficiente para contrarrestar el escándalo.

Extractado del libro "Ciudadano Kane", de
Pauline Kael (Norma, 2001)
   
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