Domingo 22 de julio de 2001
 

El invierno hace más pronunciado el aislamiento en la Línea Sur

 

Las distancias son enormes. Los caminos se tornan más que difíciles con el barro y la nieve. La mayoría de los puesteros es gente mayor, ya que los jóvenes partieron en busca de mejores horizontes. El clima castiga sin piedad, en medio de historias tan ricas como angustiantes.

  En esta época del año, el camino es poco menos que intransitable. Pareciera que no se llegará a ningún lado habitado por alguien.
A lo lejos se comienza a distinguir un grupo de árboles y a medida que uno se acerca, un hilo de humo corta la inmensidad del paisaje de la Línea Sur.
Los metros se acortan y se empieza a dibujar una casita precaria de adobe y chapas de cartón, en el mejor de los casos.
La llegada a cualquiera de los puestos es similar. Son iguales y distintos a la vez, porque entre las cuatro paredes de adobe, y alrededor de una estufa a leña, se encierran las historias de los pobladores de esta inhóspita zona. Historias de sacrificios, de trabajo, de aislamiento y de olvido.
La mayoría vive allí "desde siempre", como dicen ellos. Y ese "desde siempre" quiere decir 70 u 80 años.
Rinconada Grande se encuentra en la zona de El Cuy. Por estos días, los caminos se transforman en un lodazal. La comunicación con el pueblo es a caballo, ya que las únicas camionetas 4x4 son las de la Policía y la del comisionado. Los pocos puesteros que tienen vehículos, deberán esperar a que el tiempo "se abuene" para poder llegar a El Cuy.
Ante una emergencia, los pobladores de esa zona están aislados. Tampoco hay equipos de radio como para pedir auxilio. Apenas tienen kerosén como para ir pasando el invierno.
"Hace cinco meses que tengo dolor de cabeza". Hilario Camú abre generoso la puerta de su puesto e invita a tomar asiento al visitante en un banquito de madera que tiene un cuero de cordero. Gran parte de la precaria pieza la ocupa una estufa a leña, que en estos meses no sabe de respiros.
"Pensé que era un dolor pasajero, pero no calmaba", dijo. Su puesto está a 25 kilómetros (o cinco leguas como dicen ellos) a campo traviesa o a 60 por el abnegado camino de El Cuy.
"Me iba a ir caminando a ver al doctor, pero le pagué el viaje en auto a mi vecino Aramendi ".
Aramendi tiene un Falcon y uno no logra imaginarse cómo hicieron para ganarle la pulseada a un camino tan bravo.
Tras varias horas de viaje, llegaron a El Cuy pero se encontraron con que el médico estaba de vacaciones.
Don Hilario y Aramendi volvieron al puesto con tres "genioles" que le dieron en la sala de primeros auxilios.
Sin embargo, el Falcon pareció sentir el esfuerzo y comenzaron los problemas. "Faltaban varias leguas y el autito fallaba, pero pudimos llegar", dice.
La gente que queda en esta zona es mayor. Los jóvenes emigraron ya que la situación en los puestos va de mal en peor.
El precio de la lana es muy bajo, y el año pasado el invierno fue tan crudo, que los corderitos recién nacidos quedaban en pie frente a sus madres muertas por la nieve. A la larga corrieron la misma suerte.
Historias de olvido y de bronca que no se disimulan. "Crié a mis cuatro hijos y ahora estoy solo. No me vienen a ver. Parece que el sacrificio que hizo uno por ellos fue para nada. Desgraciadamente llegué a los 86 años". La frase de Roberto Purrayán es como una cachetada.
Apoyado en un bastón y ahuyentando a su perro "Chiquito" que se desvive por jugar con los recién llegados, maneja los tiempos de la charla y demuestra una lucidez envidiable.
"Perdí un ojo cortando leña. No debe haber peor cosa para un hombre de campo que perder la vista. Por suerte me ayuda Ramón Avendaño, porque no puedo hacer ningún trabajo en el campo. Para mí, él es como mi hijo", asegura.
Una situación similar es la de doña Martina Guarda, que tiene su puesto en Rinconada Chica.
Con sus ochenta y tantos a cuesta también está sola. "Mi nieta se fue para Paso Córdoba", dice mientras camina lento acompañada por un palo que utiliza de bastón.
Por suerte tiene unos vecinos a unos mil metros, que la ayudan con los animales y a juntar leña.
La niebla se apodera del paisaje y una fina llovizna helada no para de "cortar" lo que encuentre a su paso.
"¿No sabe cuándo reparten los vicios?", pregunta doña Martina.
"Los vicios" es la caja de proviciones que reparte el gobierno como asistencia. Consiste en un paquete de yerba, uno de harina, fideos, azúcar, una botella de aceite y diez litros de kerosene. Todo para pasar un mes.
"Por suerte tenemos animales como para ir tirando, y la leña está en el campo... pero no viene sola", aclara Roberto Purrayán.
El mate hace más amena la jornada, y las tortas fritas parecen ser las más ricas del mundo. Un apretón de manos sella la despedida y uno comienza a desandar el camino.
La noche empieza a caer sobre la ruta 6 y a lo lejos se empiezan a ver las luces de las ciudades del Alto Valle.
Atrás queda el frío, la desolación y el olvido que sufren los puesteros de la Línea Sur. Olvido de familiares y de funcionarios.

Hugo Albizúa

Foto: La inmensidad de la Línea Sur. El reparto de víveres trae alguna de las pocas visitas a los puestos durante el invierno.

   
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