Domingo 29 de julio de 2001 | ||
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El filósofo sin rostro |
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En la tarde del 25 de junio de 1984 moría en París, a los 57 años, Michel Foucault. Uno de los pensadores más originales de su generación. Se lo ha inculpado de profesar un supuesto antihumanismo y de fomentar filosofías políticas antiliberales. Fanáticos y detractores difieren; los unos imaginan que estamos ante un pensamiento fino generador de verdades duras, los otros buscan errores de perspectiva en su interpretación del despliegue de la época moderna. Pero Foucault no era un nihilista, sino un ilustrado escéptico del siglo XX, quien detectó savia enferma en el árbol del conocimiento, y no se privó de probar frutos prohibidos. En el Cultural: María Susana Paponi y Christian Ferrer diseccionan al disector por excelencia. |
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En la tarde del 25 de junio de 1984 moría en París, a los 57 años, Michel Foucault. Uno de los pensadores más originales de su generación, que es la de Barthes, Lakatos y Habermas en Europa y la de Putman y Chomsky en Estados Unidos. Acerca de su obra se ha expresado que tal vez sea el acontecimiento del pensamiento más importante del siglo, de su figura se ha dicho que resulta insustituible. La voz quebrada de Gilles Deleuze despide al amigo en el cementerio de Vendeuvre. Lee del propio Foucault, un tramo de uno de sus paradigmáticos prólogos: "Hay momentos en la vida en que la cuestión de saber si se puede pensar de un modo distinto del que se ve, es indispensable para continuar mirando y reflexionando(...)". Las crónicas de su defunción hablaban de "tumor cerebral", "desorden neurológico", enfermedad del sistema nervioso, "rara infección cerebral". Referencias metafóricas, para las condiciones relacionadas con el sida, del mismo tenor que "una larga enfermedad soportada con valor" lo es, para el cáncer". El filósofo que en toda su práctica había buscado señalar la invisibilidad de lo visible, encontrará su muerte relatada en medio de rumores y eufemismos que indican la dificultad de hablar abiertamente sobre el sida, expresión rara por entonces, en la prensa. Indicadores de la dificultad de una cultura que así como disfraza "horrores" con errores, no ve aquello mismo que produce y que a fuerza de no estar oculto, resulta invisible. Confesión, examen de conciencia, reconocimiento de culpa, meditación sobre desviaciones, estrategias de una cultura en la que todo el tiempo, se incita, induce, obliga, a decir la verdad. Digna pretensión, se dirá. No obstante, rasgo perverso si se considera que alienta lo que pretende desalentar. El filósofo que no aceptaba para sí ningún encasillamiento, fue siempre, reticente a encuadrarse en movimientos, corrientes, escuelas. El filósofo que "escribe para no tener rostro", se proclamaba no sin cierta provocación, un "optimista feliz". Seductor, sin duda, irónico por demás, no pasaba desapercibido. Enigmático, constante obturador del oportunismo, de preocupación obstinada por el rigor, tenía por meta -en palabras de Pierre Klosowsky- "liquidar el principio de identidad". Y según su propia convicción, hay que conseguir el anonimato, conseguir borrar el nombre propio y lograr introducirlo en el murmullo grande y anónimo de los discursos. Siempre marchando hacia otro lugar: Uppsala, Túnez, Polonia, Brasil, EE.UU., Vincennes, París, quería un lugar en el que la investigación pudiera aparecer dentro de sus características de hipotetismo y de provisionalidad. Cuestionar evidencias, problematizar la actualidad, romper los dogmatismos ideológicos del cuño que fuesen, huir de la pereza intelectual, estar atento a lo desconocido que llama a la puerta, le valieron ser considerado "peligroso" por y para lo "académicamente pensable". La academia filosófica se honraba en ignorarlo pues, su trabajo –se decía- no era Filosofía. El sector que se consideraba de "vanguardia" a más de desconocerlo, estigmatizaba, denunciando "graves peligros". Irritados y más que confusos ante alguien cuya obra insistía en descalificar a todos cuantos pretendían hablar en nombre de los demás, como sus legítimos representantes. De uno y otro bando se silencian no sólo sus luchas inmediatas sino su decisión de no transigir con los "grandes designios", que no son más que presuntuosa coartada de la servidumbre cotidiana. Contra una imagen de pensamiento guiada por la idea de con-senso, el pensador que considera a la teoría como caja de herramientas, trata de provocar el di-senso, ejercer su derecho a situarse en otra parte. Poblematizar y re-problematizar, modificación del propio pensamiento, y del pensamiento recibido, qué otra cosa ha de ser Filosofía en tiempos en que –como en los de Foucault- hay que ponerse en guardia contra las inercias que nos hacen decir "lo que hay que decir" y repetir, un decir normalizado que ocupa el lugar del pensamiento. Ninguna otra cosa puede ser filosofía, sino el trabajo crítico del pensamiento sobre sí mismo. La actividad filosófica no ha de consistir, sino en un intento por conocer cómo y hasta qué punto es posible pensar de modo diferente, en lugar de legitimar lo que se sabe. María Susana Paponi |
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