Lunes 9 de abril de 2001

 

La pasión al máximo

 
  BUENOS AIRES (Télam, por Jorge González).- La pasión, muchas veces llevada hasta los límites de la exageración absurda, desbordó a fanáticos de Boca y Ríver, que antes del superclásico no sólo lanzaron los clásicos cantos hirientes, sino que en varias calles aledañas a la Bombonera llegaron hasta a la agresión física.
Es que el fútbol es así. El amor por la camiseta y el fanatismo en su máxima expresión se mezclaron en un peligroso cóctel de alto voltaje, que sólo se mitigó cuando comenzó el partido.
A las 17 el estadio estaba colmado. En los alrededores del escenario, los automóviles descansaban del ajetreo a que los habían sometido sus dueños, embriagados por tanta pasión y euforia de un superclásico caliente.
En la cancha, el ochenta por ciento del recinto fue ocupado por los hinchas "xeneizes", que con globos azules y amarillos recibieron al equipo, mientras el estruendo de los bombos magnificaba la escena.
En las dos bandejas superiores que dan sobre la calle Brandsen se instaló la hinchada de Ríver, que poblada de banderas cantó el amor a su casaca y desafió a los de enfrente con estribillos hirientes.
Los infaltables "trapos" de Lomas, Merlo, San Isidro, Lugano, Llavallol, Quilmes, Colegiales, Martínez y Rafael Calzada marcaron que desde todos los rincones habían llegado hinchas para ver a Ríver.
En la Doce, entre apretujones y banderas colgadas de los paravalanchas sobresalían los hinchas que habían arribado desde los mas recónditos lugares del país como Formosa, Santiago del Estero, Bariloche, Boulogne, Budge, San Antonio de Padua, Merlo, Del Viso o Paso del Rey.
Las peñas "xeneizes", cuyos micros se habían instalado en el campito del complejo de Casa Amarilla, se hicieron presentes con sus gorros y banderas.
Cuando a las 15 arribó el micro Flechabus azul, amarillo y blanco con la inscripción Boca Juniors, campeón intercontinental 2000, la Bombonera explotó. Fueron cinco minutos de cantos de amor a la divisa.
En tanto en el sector de enfrente seguían los improperios mientras se acercaba el transporte que traía a los jugadores de Ríver. Y la agresión, por el irracional fanatismo, no tardó en llegar. Los vidrios rotos de las ventanillas, un parabrisas destruído y el clásico "hijos nuestros, hijos nuestros", marcó que esa no era una buena bienvenida.
El partido de reserva fue el aperitivo ideal para los fanáticos. Ante cada avance, el aliento, ante cada retroceso, la reprobación.
Así, ida y vuelta. Y en la reserva ganó Boca 2 a 1, con goles de César La Paglia, de penal, y Adrián Guillermo. El "Hachita" Ludueña había convertido el transitorio empate. La euforia comenzaba a ser azul y amarilla. Y no tardó en llegar el hit de la tarde:"ponelo al Enzo, la p... que te ... ponelo al Enzo...", en obvia alusión a Gallego, recordándole el famoso 3 a 0 con un gol de un Palermo lesionado.
La replica no se hizo esperar. "Bostero, amargo, h...de p..".
Y de pronto en la cabecera visitante aparecieron globos alargados, en forma de preservativos, rojos y blancos. El silbido fue estruendoso, pero a los de Ríver eso no les importó.
En el sector de palcos preferenciales el superclásico también se vivía con nerviosismo. Mauricio Macri, el presidente de Boca en uso de licencia desde el pasado miércoles, recibía a los invitados especiales y los saludaba con las manos transpiradas.
En la tribuna de los millonarios, cumpliendo una promesa hecha a los hinchas, José María Aguilar, el vocal titular de Ríver y futuro candidato a presidente del club, saltaba una y otra vez junto con los fanáticos.
Cuando el locutor anunció los equipos, Román Riquelme fue el más ovacionado y Ariel Ortega el más silbado. Después, cuando el debutante árbitro en superclásicos, Héctor Baldassi, dio la orden, el estadio explotó en un solo grito. Y el partido comenzó. Pero esa... esa fue otra historia.
   
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