Viernes 31 de marzo de 2000

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En la Edición de mañana: Los verdaderos números de Alpat. Todo lo que falta para mover la colosal planta. La singular figura de Dagnino.

 

La increíble historia de Alpat (Parte I) 

 

El proyecto Alpat para la generación de soda solvay en San Antonio Oeste lleva 40 años alimentando la ilusión de los rionegrinos. Su inauguración fue anunciada infinidad de veces y la obra sufrió una cadena de interrupciones. Pero, ¿qué hay realmente detrás de Alpat?, ¿quiénes son los dueños?, ¿qué fines se persiguen? En definitiva, ¿cómo pudo sostenerse por tantas décadas una construcción colosal que no produce?

Por Julio Rajneri
 
En la ventosa costa atlántica de nuestra Patagonia, a pocos kilómetros de San Antonio Oeste, se levanta una imponente mole de edificios que, según todas las presunciones, fue concebida para producir 200 mil toneladas anuales de carbonato de sodio, pero que escépticos, cada vez en mayor número, especulan con que permanecerá por siglos entre las arenas secas del desierto, como un monumento extraño y alucinante en memoria de quién sabe qué hazañas casi homéricas.
Que en cualquier caso se trata de una hazaña y que tiene su gran protagonista, su Ulises, es cierto. Pocos conocen al hombre sin cuya infinita paciencia, su tenacidad y a su manera innegable talento, hizo posible que el Estado mantuviera vivo este proyecto durante 40 años y lo regara cada tanto con dinero fresco. Nos referimos, claro está, al ingeniero Osvaldo Renato Dagnino. Hombre singular este Dagnino. Apareció en Viedma en 1959 y convirtió la soda solvay en la pieza maestra de la constelación de proyectos que alimentaron la gran ilusión de la generación casi pionera, en los primeros pasos de la vida autónoma rionegrina. Era la gran madre de todas las fábricas, a cuyo alrededor nacerían como hongos las industrias alimentadas por su materia prima y que convertirían a San Antonio Oeste en El Dorado de la Patagonia.
Ninguna contingencia pudo perturbar el hechizo de las dos palabras mágicas, soda solvay, a pesar de que fue evidente que los capitalistas, dominados por la incurable manía de analizar la rentabilidad presunta de sus inversiones, no mostraron durante una década el menor entusiasmo por participar de la quimera.
De manera que hubo que cambiar la dirección del proyecto y concentrar los esfuerzos en hacer participar a un inversor menos exigente, el Estado nacional, dominado entonces por las ideas desarrollistas que para esa época ya vestían ropaje militar.
En 1970 se pone en movimiento el andamiaje jurídico a partir del cual la nueva empresa, Alcalis de la Patagonia (Alpat), logra todo el apoyo concebible para financiar la planta, y el gobierno abre a continuación los grifos para que empiecen a fluir a raudales los fondos que los privados retacearon.
San Antonio se llenó de enormes cajones que permanecieron a la intemperie durante 10 años en el acceso a la ciudad. Fue una más en la cadena de interrupciones que sufrió el proyecto. Porque es cierto, durante el cuarto de siglo que lleva la construcción, el Estado muchas veces no cumplió con los compromisos contraídos. Funcionarios que dudaban de la viabilidad del proyecto, le ponían la proa a la hemorragia de dinero que salía de las arcas del fisco. Pero entonces, el gran titiritero movía sus hilos con paciencia de orfebre, hasta que el funcionario reculaba o uno nuevo en su reemplazo se mostraba menos exigente y cauteloso.
Como un discípulo aventajado de Franklin Delano Roosevelt, Dagnino hizo de cada crisis una oportunidad. Aunque Alpat tampoco cumplía sus compromisos cuando finalizaba cada ciclo de interrupción y arreglo, el Estado salía maltrecho y vapuleado, en peores condiciones que al producirse la interrupción, hasta quedar prácticamente indefenso.
¿Cuál fue el destino de los capitalistas privados que participaban en Alpat? ¿Qué extraña combinación de fe y esperanza podía mantener la fidelidad a un proyecto durante medio siglo?
En el mundo de los negocios este raro espécimen no existe. Nadie espera una vida para gozar de los dividendos de una inversión, y esta raza de capitalistas desinteresados ha permanecido en las sombras, derrotando los esfuerzos por conocer e interrogar a personajes tan altruistas.
Todo el operativo de Alpat ha permanecido durante décadas en las sombras.
Sus directivos han cultivado un bajo perfil, casi podría decirse subterráneo, que ha sido inmune al periodismo, a los legisladores e incluso a los funcionarios del área, que rara vez han podido pasar de la periferia de la compleja trama armada en torno de esta empresa.
El carbonato de sodio parece que entre los efectos no deseados produce una extraña amnesia. De los más de veinte funcionarios de industria o hacienda que han tomado decisiones trascendentes, consultados sobre el tema no recuerdan casi nada, como si se tratara de un caso menor.
¿Un caso menor?
Este proyecto le ha costado o le va a costar al país, entre avales, aportes, préstamos y diferimientos, una cifra cercana a los 500 millones de dólares. Todo es posible en la Argentina. Hasta que una empresa privada funcione sin que tenga inversionistas.
Porque en economía, ya se sabe, no hay almuerzos gratis, y aquellos fantásticos y altruistas inversores privados que contrarían las leyes de la economía con su flagrante bonhomía, no existen. Simplemente no existen.
El capital de Alpat, según el balance presentado en 1996, digamos de paso que es el último, ascendía a 53 millones de pesos, suma que no es la realmente aportada. Sólo 538.042 son genuinos, los demás son artilugios contables.

• La inversión de Alpat

Alpat había calculado en 1981 los requerimientos de capital en la suma de 434 millones de dólares. Luego bajó a 350 en 1984, a 314 en junio de 1985 y a 300 millones en 1992. Es raro que se formulen requerimientos decrecientes de capital, pero es indudable que estas cifras no responden a la realidad.
Estimaciones de expertos calcularon en su momento el costo del proyecto en 350 millones de pesos, pero naturalmente se trata de la inversión requerida para hacer una obra en términos razonables.
Según el balance de 1996, solamente en préstamos bancarios hay 320 millones de dólares de deuda. Si sumamos los diferimientos y los aportes del Estado y otras deudas, y lo comparamos con la inversión que registra ese balance, 207 millones de dólares, hay una enorme diferencia que no tiene explicación.
A finales del año 1996, relevamientos aéreos fotográficos realizados sobre la planta y analizados por ingenieros especializados estimaban en 70 millones de dólares los requerimientos para terminar la fábrica, y 10 millones más para capital de trabajos, sin incluir los gastos estimados para tratar los efluvios.
Desde 1996 hasta la fecha no se han presentado nuevos balances. En definitiva, el balance de 1996 no refleja adecuadamente la incorporación de recursos provenientes de las fuentes principales con que se ha abastecido Alpat en su larga trayectoria.
La primera fuente de dinero lo constituye el fondo especial creado por la ley 18.518, de diciembre de 1969, por la cual se gravó la importación de carbonato de sodio con un impuesto cuyo destino era Alpat.
Por otro lado se suprimieron los gravámenes normales que afectaban la importación, con lo que de hecho lo que hizo el Estado fue permitirles a los particulares que, en lugar de pagar los impuestos, los derivaran hacia la nueva empresa, de la que quedaban como dueños de acciones. De manera que un conjunto de empresas, especialmente las vinculadas con la industria del vidrio, se vieron imprevistamente con el regalo de un capital en un proyecto en el que no tenían el menor interés, y al que en la actualidad ridiculizan cuando se las consulta sobre su participación.
Este impuesto rigió por 3 años, y estimando el monto del gravamen sobre el volumen de importaciones producidas en el período, la cifra total de lo recaudado en ese concepto se acerca a los 20 millones de dólares.
La segunda fuente de financiamiento son las exenciones impositivas que en el acuerdo de 1988 se "limitaron" a 178 millones de dólares. Esta desgravación está fundada en los decretos-leyes 8.566 y 8.567, firmados por Onganía y Dagnino Pastore, como ministro de Economía, y ha sido durante todos estos últimos años probablemente la fuente principal, si no única, de los ingresos de Alpat.
En las desgravaciones, los datos parecen indicar que el procedimiento ha sido ligar la adjudicación de los contratos de obras o de suministros con aportes provenientes de impuestos diferidos por las mismas empresas contratistas.
Informaciones no corroboradas señalaban que Ferrostaal había sido virtualmente obligada a tomar acciones de la empresa para adjudicársele el contrato, y las asambleas de la compañía demuestran que los accionistas se reparten entre los primitivos importadores de carbonato de sodio y los contratistas de Alpat.
De manera que aquí también, como en el caso del fondo especial, hay una gran cantidad de accionistas dueños de una compañía en la cual no tienen el menor interés. Y es probable también que su participación se haya basado en la convicción de que la terminación de la obra es indefinida y que en consecuencia el plazo de 9 años, a partir de la puesta en marcha de la fábrica, que es cuando deberían a empezar a devolver los impuestos, no se va a cumplir jamás.
Ya hemos señalado anteriormente que en el balance del "96 hay 320 millones de pesos que provienen de créditos bancarios, una cifra alucinante teniendo en cuenta que supera el valor de la inversión y equipara casi a todo el presupuesto previsto.
Que esos fondos bancarios tienen en una u otra forma procedencia estatal, no es difícil demostrar. En 1976 Alpat recibió un crédito del Banade por un monto de 28,7 millones de dólares y 6,7 millones de marcos alemanes, equivalentes a unos 4 millones de dólares. Con ese préstamo se compró el equipamiento que permaneció a la entrada de San Antonio Oeste durante más de una década.
El endeudamiento creció rápidamente. Con el Estado siempre como avalista, los préstamos del exterior proveyeron de dinero fácil, hasta que los vencimientos impagos comenzaron a caer sobre el fisco. Entre 1982 y 1988 todos los avales estaban caídos y, como consecuencia, casi un centenar de pagos fue efectuado por Hacienda.
No obstante, es Alpat quien inicia demanda contra el gobierno por incumplimiento de los compromisos asumidos en su contrato original. En 1988 la controversia se radica en la Comisión Asesora para Transacciones Judiciales, que llega a un arreglo aprobado por la Secretaría de Industria y luego convalidado por la Secretaría de Hacienda a través de la resolución 224/88. El acuerdo tripartito incluyó al Banco de la Provincia de Río Negro como cofiador.
En definitiva, Alpat logró mediante esta transacción, los avales para endeudarse en más de 90 millones de dólares con el Dressdner Bank A.G. de Essen que, como se sabe, en los actuales momentos está en gestiones de unirse al Deutsche Bank, para formar lo que sería el banco más grande del mundo. Esta cifra se ha incrementado notablemente. Permitir nuevos créditos en 1988 cuando no se había pagado el otorgado en 1976 y además se habían vencido varias veces los plazos para terminar la obra, resulta verdaderamente sorprendente.
En la actualidad, los avales se han renovado hasta llegar a la cifra actual de 160 millones de dólares del crédito con el Dressdner Bank, en tanto que el otorgado en 1975 por el Banade se encuentra en el Banade residual sin que haya sido amortizado un solo centavo, en una cifra que oscila en los 100 millones de dólares.
De manera que una gran parte de las deudas bancarias que figuran en el balance del "96 corresponde al Dressdner Bank y Banade.
Si hubiera habido bancos privados que hubieran prestado dinero sin el aval del Estado, esto constituiría un verdadero milagro. Un análisis objetivo de los números de la empresa demuestra que el riesgo que correría una entidad crediticia prestando dinero a esta empresa sin el aval del Estado sería, virtualmente, una donación. 

Sigue en Todas las veces que se anunció la inauguración

Foto1: Imponente. La planta de Alpat vista desde los silos de almacenamiento previstos para el carbonato de sodio.

Foto2: El ex ministro Dagnino Pastore. Firmó la desgravación, fuente clave de ingreso de Alpat.

Foto 3 y 4: Varias generaciones de gobierno rionegrino junto a Dagnino. En este caso, junto con Massaccesi y Franco (arriba) y, recientemente, con Verani (abajo).

   
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