Aterrizar en la región no es nada fácil para los ‘gringos’
Extranjeros en la Región
 
 

Las rutas del petróleo unen el Mar del Norte con las selvas de Venezuela, pasan por Malasia, Alaska y se extienden hasta la Patagonia. Y los trabajadores llegan desde Inglaterra, Estados Unidos, Canadá, Francia y otros países del Norte detrás de mejores sueldos, excitantes aventuras y experiencia.

 
 

En los más ricos yacimientos hidrocarburíferos del país, donde se extrae el 40 por ciento del crudo nacional y el 75 del total provincial, ellos participan junto a colombianos, peruanos, mexicanos, brasileños y argentinos del montaje de sofisticadas centrales térmicas, monitorean delicados procesos de geofísica y dirigen las filiales locales de empresas multinacionales.

Hoy en día, son alrededor de 25 y aquí descubrieron el mate, las empanadas y el asado. Aprendieron a bailar “pachanga” y a escuchar la tonada criolla que nunca más olvidarán.

Franz Kafka inició La Metamorfosis con una inquietante frase: “Gregorio Samsa despertó esa aquella mañana después de un sueño inquieto y se encontró en su cama convertido en un monstruoso insecto”.

Y así se sintió Robert Willings, un rubio de 26 años parido en el sur lluvioso de Inglaterra, cuando en agosto pasado fue depositado sin escalas en este pedazo “aislante” del norte neuquino.

“Todo era confusión”, dijo el jefe de base de Schlumberger, que de Buenos Aires sólo recuerda vagamente el recorrido de Ezeiza a Aeroparque.

Pero los problemas siguieron en su nueva casa. La canilla de agua fría lleva la letra ‘c’ de caliente, pero también de ‘cold’, frío en el idioma de Shakespeare. Por eso Willings dice que “siempre gritaba cuando me metía bajo la ducha”. Y se ríe, discretamente.

El primer día que pisó las calles polvorientas de Rincón le pareció estar en el “Far West” y no le hubiera parecido raro cruzarse con “El hombre del rifle”, John Wayne, James Steward, Jesse James o Roy Rogers.

 Ahora son anécdotas

La pesadilla de sumergirse abruptamente en una cultura extraña acuñó entre los petroleros sabrosas anécdotas, que son recordadas de tanto en tanto por los compañeros de trabajo en los asados.

“No tengo un mango”. Esa fue la primera frase que aprendió Willings. Asegura que le sirvió para salir del paso en situaciones que invita la agitada y concurrida noche rinconense.

“Es difícil -señaló enfundado en su mono naranja- el acento del idioma, no entendés nada, pero no es una cuestión sólo de idioma, sino de cultura; y además Rincón es un pueblo completamente distinto y hay muchas culturas al mismo tiempo”.

Leer el “Río Negro” le puede llevar una semana, pero es optimista y espera terminar pronto el libro de historia argentina que compró. Mientras Tinelli y Mauro Viale salen por tevé, prefiere escuchar a Moody Waters y a B.B. King, sus bluseros favoritos.

 Una aventura “excitante”

En la misma empresa de perfilaje, entubado y punzado de pozos, trabaja Dan Shea. Detrás de su corte de pelo moderno y sus 25 años, el rubio de Pennsylvania extraña a rabiar los McDonalds, los shoppings bien surtidos y los cinematógrafos.

Latinoamérica es una aventura “excitante” para él, que estuvo unas semanas en Guatemala antes de recalar por dos años en estas tierras.

El ingeniero inquirió ¿Diario?-. “Newspaper” -se le aclaró-. ¡¡¡AAhhh!!! Good, good- exclamó con una ancha sonrisa.

Pasó por Camerún, Escocia y adivina un año más hasta que llegue la hora de partir hacia un próximo e ignoto destino.

Tras ocho meses de estadía en la salteña Tartagalel y en Rincón hasta “cancherea” y se le escapa de vez en cuando un “carajo” en el momento exacto y con la entonación exacta.

Se quejó amargamente de lo caro que es Argentina -en Estados Unidos una Ford F-100 cuesta la mitad- y de la falta de asfalto en Rincón: “Con el petróleo que sacan se podría hacer un bruto asfalto”, opinó.

Para Dan “la gente acá es amable, abierta y nos trata muy bien."

Argentinismos como “Yegüa”, “potra”, “jefecito” y hasta chistes de altura -los sucios son más fáciles- es capaz de enunciar. “Claro que a veces todos se quedan mirándome y nadie entiende nada”, agregó risueño.

“El asunto -dijo sobre el idioma- es ir a comprar algo a una tienda. Estoy como media hora a las señas hasta que revuelvo en el montón o veo en un estante lo que necesito”, profirió en una frase donde las palabras en inglés se mezclan raudamente con las hispanas.

 

El idioma

Pero de todos los extranjeros que residen en la comarca, al que más le cuesta hablar es Kerry Richards. Veterano en eso de sacar petróleo, pasó por Malasia, Singapur y Alaska. Cuentan que allí soportó hasta 40 grados bajo cero y vio a diario osos polares al lado de su carpa.

Con nada más que un mes en Argentina, el hombre que dejó mujer y dos hijos en Yukón, Oklahoma, se cansó del aislamiento que tratará de romper con la ayuda de una profesora de español.

-Te aviso que no habla una palabra-, me informan en la Western Atlas, donde sus compañeros lo “gastan” y le prometen que en poco tiempo “vas a tomar mate y todo”.

Por ahora, Richards no lee periódicos, no mira televisión, no cruza palabras -por ahí se le cae un “buenos días”-, en castellano y sí en inglés con la persona que comparte la tarea.

“Hard, it’s very hard”. Duro, verdaderamente duro. Así define Richards su vida hoy, más allá del desempeño profesional. Como tantos otros, no eligió venir aquí, sino que lo mandaron.

Como para paliar las distancias y melancolías, los sueldos que ganan los extranjeros son más que jugosos: entre 5.000 y 10.000 pesos mensuales -el doble o más que en su país-, además de casa o alojamiento, pasajes aéreos y en algunos casos hasta “zafan” de comprar la comida.

Según se supo, en la región algunas productoras exige que los angloparlantes ingresen con un traductor cada cinco personas, caso de San Jorge, Mex Petrol y Pérez Companc.

 Un diccionario con frases hechas

Diccionarios chicos y grandes, más o menos sofisticados y de marcas variadas, la inmensa mayoría de los petroleros angloparlantes -que les interesa hablar-, tienen uno al alcance de la mano.

Los más cómodos cargan un modelo con frases hechas: “un café con leche, por favor”, saludos, pedidos y otros por el estilo se acumulan en 200 páginas.

Claro, que no siempre el libro en cuestión puede resolver las situaciones que se presenten.

 “En el campo andamos a las señas como en el truco y nos entendemos igual”, dijo un criollo.

“Por ahí, en medio del apuro, no hay tiempo para consultar nada y a veces la cosa se pone `peluda`”, confió el hombre que comparte buena parte del día con varios extranjeros.

Este diario intentó dialogar con un grupo de ingenieros y técnicos estadounidenses. Sin embargo, la entrevista no se concretó porque sus superiores -temerosos de que se hablara de un reciente accidente, según confió una fuente bien informada-, lo impidieron.

De todas maneras, hay quienes se interesan por aprender castellano y otros que no. “Hay ‘gringos’ que son macanudos: preguntan todo y se interesan por tu cultura y otros que mejor olvidarlos, son los típicos yanquis que no les importa si al lado se muere alguien”, agregó otro argentino consultado.

De ese tipo son los que llegan a un hotel y piden un desayuno, que repetirán invariablemente hasta que se vayan, confió un hotelero.

Y otro agregó con un dejo de ironía que “la cama puede tener una pata rota que no se quejan. Ni un buenos días y cuando se van te das cuenta porque salen con las valijas y todo.